Lo que se juega el turismo
La crisis económica pasó factura al sector turístico español el año pasado. De acuerdo con los datos oficiales, los ingresos cayeron un 5,5%, pese al incremento del número de turistas, que se elevó a 51,7 millones. Esta situación coincide con un incremento de los precios de casi el 5%. Este panorama, que continúa moviéndose cerca de máximos históricos y es el más boyante de los países del entorno mediterráneo, ha desatado la preocupación de las Administraciones y reavivado las protestas y las reclamaciones de los hoteleros.
Todo ello se ha puesto de manifiesto en el transcurso de la XXIII edición de la Feria Internacional de Turismo (Fitur), que se clausuró ayer en Madrid. æpermil;ste fue, precisamente, el escenario elegido por el secretario de Estado de Comercio y Turismo, Juan Costa, para anunciar una serie de medidas destinadas a reactivar el sector clave de la economía española.
La principal novedad que introduce este plan es una profunda reforma de la fiscalidad que grava al sector, consistente en permitir a las empresas reducir los plazos de amortización de las inversiones realizadas en proyectos de reforma y de mejora de calidad de las instalaciones. Un auténtico balón de oxígeno.
No obstante, los expertos coinciden en que las medidas de este tipo serán sólo parches si las Administraciones y, sobre todo las empresas, no se deciden a abordar el problema de fondo, que es la paulatina pérdida de competitividad y la lentitud a la hora de reaccionar a propuestas que provienen de otros países.
De momento, lo que se ha puesto de manifiesto a lo largo de las jornadas de Fitur es que las empresas hoteleras han empezado por el camino más fácil, reducir tamaño y centrarse en las inversiones rentables. Cierto es que también se está definiendo una apuesta por la especialización, con una fuerte atención en los hoteles de ciudad. Sin embargo, esta transformación todavía es más incipiente de lo deseable.
Un problema añadido es el comportamiento de la llamada oferta complementaria, es decir, bares, restaurantes y demás servicios en destino. Y lo es en un doble sentido, porque han protagonizado una fuerte subida de precios y en que no han realizado el esfuerzo de calidad que se le exige al conjunto de la industria.
Se impone, pues, una profunda reflexión, conjunta de los sectores público y privado, sobre lo que es y lo que debe ser el sector turístico español, que sigue siendo la principal fuente de ingresos del Estado. Una reforma que debe prestar especial atención a preservar la posición de liderazgo, en un mercado cada vez más complicado y sometido a vaivenes incontrolables. Para ello es necesario que se desarrollen unas infraestructuras suficientes y dimensionadas, aumentar la oferta de servicios públicos a los niveles de los países emisores, presentar unas instalaciones modernas con personal especializado y, sobre todo, alcanzar un nivel de calidad que compense los precios más altos en España respecto a los competidores del Mediterráneo.