Cuestión de estilo
El ánimo de los inversores vuelve a estar por los suelos. Santiago Satrústegui cree que las incertidumbres derivadas del previsible ataque a Irak y sus consecuencias lastran a los mercados
Termina enero y el ánimo de los inversores vuelve a estar por los suelos. Después de unos comienzos esperanzadores, las incertidumbres que genera una previsible guerra en Irak han devuelto a los mercados financieros a los niveles de los peores momentos de la crisis. Está claro que analizar lo que está ocurriendo en los mercados implica necesariamente opinar sobre el conflicto bélico en ciernes y su repercusión en los mercados, pero al enfocar desde la óptica estrictamente financiera un tema tan complejo, que mezcla valores morales, intereses económicos, legitimidades democráticas y, sobre todo, la vida de muchas personas, se corre el riesgo de caer en el cinismo, en la excesiva frialdad o en la pérdida de enfoque.
La guerra debería ser simplemente el último recurso, pero aun siéndolo, la legitimidad de utilizarla para arreglar un problema potencial nunca quedaría del todo clara. El mundo por definición tiene que estar contra cualquier forma de violencia, venga de donde venga. Dejando claro lo anterior, parece que los mercados financieros valorarían muy positivamente una victoria americana rápida, contundente, y cuanto más quirúrgica, mejor. Si fuera así, de todos los posibles perjuicios, el impacto más relevante para la economía sería el de la pérdida de pozos de petróleo.
Podríamos decir que los mercados financieros no tienen sentimientos, en línea con lo que afirman los activistas antisistema, aunque en el fondo esta afirmación, al ser una gran generalización, nunca sería justa del todo. Además, tampoco resolvería la cuestión de fondo, ya que si no los tuviera, ¿debería tenerlos? ¿Si la guerra produjera mucho menos daño en vidas del que consigue evitar, estaría justificada? ¿A qué plazo?
Las caídas de los mercados de renta variable, después de las declaraciones de los inspectores de la ONU, pueden interpretarse como una reacción ante el convencimiento de que no es posible la solución pacífica o como el desencanto por una prórroga que está dilatando el desenlace de algo que cuanto antes se produzca mejor.
Es imposible saber cuál es la lectura correcta, aunque está claro que a los inversores les va a preocupar mucho más 'qué es' lo que ocurre que 'por qué' ocurre, y a partir de una situación de cierta tranquilidad retomarán la senda que nos llevará a la recuperación de los mercados.
La segunda ley de termodinámica dice que el universo evoluciona del orden hacia el desorden, y esta regla sirve incluso para impedir que se pueda retroceder en el tiempo. En el planeta tierra, por llevar la contraria, los seres humanos han conseguido ordenar algunas cosas, no sin mucho esfuerzo y tiempo, a pesar de que de vez en cuando se dedican a montar unos líos espectaculares.
Como no se puede tomar decisiones de inversión pensando en un escenario mad max, ya que serían irrelevantes, y tenemos que pensar que la humanidad volverá a organizarse más o menos razonablemente, como ha pasado siempre, por eliminación conviene ser optimista de cara a los mercados financieros.
Conseguir los fines nunca debe justificar los medios y el estilo; cómo se hacen las cosas es también importante. Los inversores quieren, sobre todo, que las cosas pasen, pero seguro que además valoran que se consigan de una forma adecuada.