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Columna
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Guerra y oportunidades

Miguel Ángel Aguilar señala la posibilidad de que algunos fabricantes de armamento saquen ventaja de la incertidumbre internacional. El autor subraya el carácter de 'guerra perpetua' que tiene la lucha contra el terrorismo

Sólo el papa Juan Pablo II, el mismo que derribó el telón de acero, podría detener la guerra anunciada contra Irak, aunque el Vaticano carezca de fuerzas de intervención rápida para interponer entre los contendientes. Es sabido que la Santa Sede se ha declarado contrario a la guerra con ocasión de su reciente mensaje navideño, pero tendría que hacerlo de un modo mucho más directo y contundente si se propone evitar su desencadenamiento.

Entre tanto, de nada ha servido la aceptación por Bagdad de los inspectores de Naciones Unidas y de la Agencia de la Energía Atómica, ni tampoco el informe sobre armamento remitido por el Gobierno de Sadam Husein al Consejo de Seguridad de Nueva York, enseguida descalificado por EE UU y el Reino Unido. En Washington y en Londres dicen saber con la seguridad de antiguos suministradores que Irak tiene armas de destrucción masiva (ADM), las denominadas NRBQ (nucleares, radiológicas, biológicas y químicas).

Claro que esos suministros los hicieron en épocas pasadas en las que el ahora réprobo era un aliado privilegiado frente a otros enemigos. Tampoco el ofrecimiento adelantado por el Gobierno de Bagdad de aceptar la presencia de agentes de la CIA para que indiquen el emplazamiento de las armas a los inspectores de la ONU ha sido considerado válido.

Las reglas de juego tradicionales son inservibles ante una amenaza de naturaleza anónima, no estatal e imprevisible

Por todas partes se advierten los preparativos para la guerra mientras prosigue el despliegue de fuerzas norteamericanas al norte y al sur de Irak. Pero, como acaba de recordar Paul Ricoeur en Le Monde, la guerra inteligible, descrita por Carlos Clausewitz, era un duelo entre Estados, un duelo que tenía un inicio mediante una declaración de guerra y un final establecido por la victoria, la derrota o la tregua. La guerra era una lucha dirigida a golpear el centro de gravedad del enemigo que podían ser sus fuerzas armadas o sus fuerzas morales o su capital o alguna de sus instituciones.

Pero todo sucedía en unos límites entre los que figuraba el respeto de la continuidad del enemigo en tanto que Estado capaz de firmar la paz y de garantizar el cumplimiento de los tratados suscritos, porque de otra forma la guerra dejaría de ser 'la continuidad de la política por otros medios', abdicaría de su condición de fenómeno político y económico para convertirse en un solo militar. Llevar adelante estas guerras que tienen principio y fin requiere que los vencedores preserven la existencia de los derrotados, que figuren como vencidos unos Estados responsables, sin los que sería imposible imaginar la paz ulterior.

Ahora la guerra predicada por Washington es de otra naturaleza, se hace frente a un enemigo surgido, sobre todo a partir del 11 de septiembre, como una fuerza ciega y mortífera a la vez, producto y antagonista implacable de la mundialización, tal como ha sido definida por Nicole Gnesotto, director del Instituto de Estudios de Seguridad de la UE.

En estas condiciones, las alertas se multiplican mientras la proliferación de las armas de destrucción masiva queda fuera de control y continúa proyectándose la sombra de Al Qaeda. Pero la urgencia de proteger a las poblaciones civiles que ocupan la primera línea confronta a nuestras democracias con una doble dificultad descrita por Gnesotto. Porque en el plano estratégico las reglas de juego tradicionales son inservibles cara a una amenaza por naturaleza anónima, no estatal e imprevisible y de ahí la dificultad de construir un sistema de defensa que ha de basarse primero en la anticipación racional de las políticas del adversario, en la discusión y en la negociación, y por último en la disuasión o la amenaza de coerción.

Pero el equipo del presidente Bush ha decidido asumir el liderazgo en la lucha antiterrorista y militarizarla. En su discurso ante el Congreso el 20 de septiembre de 2001 habló en términos bajo los cuales es imposible definir los elementos de una victoria, se declaró en guerra contra millares de terroristas en más de sesenta países, dijo que su afán sólo terminará cuando todo grupo terrorista con vocación internacional haya sido localizado, arrestado o vencido y declaró su enemigo a una red de terroristas radicales que comienza en Al Qaeda pero va más allá de ella e incluye a cualquier Gobierno que los sostenga.

Como explica Therèse Delpech, directora de Prospectiva en el Comisariado de la Energía Atómica en la comisión de Naciones Unidas encargada del desarme de Irak, se trata de una 'guerra perpetua' de la que no se conoce el avance, el desarrollo ni el posible desenlace.

Otra cosa es que algunos de los perspicaces fabricantes de armas hayan sabido sacar ventaja de las incertidumbres del entorno y encontrado oportunidades para lucrarse con contratos esplendorosos, tanto de nuevos como también de sobrepasados sistemas de armas que el Pentágono hubiera preferido eliminar por redundantes. El presupuesto de Defensa de EE UU, que ya superaba en más de 60.000 millones de dólares la suma de lo que gastan en ese capítulo el conjunto de los países europeos, se ha incrementado en 40.000 millones de dólares al año. Hagan juego, señores, antes de que el croupier avise rien ne va plus y empiece el bombardeo.

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