2002, un año perdido
El desarrollo tecnológico y la creciente inversión deberían traducirse en una mejora del bienestar. Para Carlos Solchaga, en 2002 no ha sido así y da sus razones para avalar su conclusión de año perdido
Los habitantes de los países avanzados de nuestro tiempo tendemos a creer, quizá de manera ingenua, que, dado el desarrollo tecnológico adquirido y la creciente inversión en información y en capital humano, cada año que transcurre debería representar un paso adelante en la mejora del bienestar material y moral de la población, aunque no tengamos una idea muy clara de qué significa este progreso ni a dónde nos conducirá finalmente. En la medida en que tal ilusión tenga algún fundamento, tendremos que juzgar el año que ahora se cierra como un ejercicio perdido. Algunas razones avalan esta conclusión.
Primero, la tensión política internacional, pese al éxito relativo en Afganistán, no se ha reducido, sino que se ha incrementado: la supervivencia de la capacidad de golpear de Al-Qaeda y las tensiones con Irak y con Corea del Norte están ahí para probarlo. Segundo, la recuperación económica anunciada para la segunda mitad de 2002 no se ha producido. No sólo eso; en realidad, el temor a que el ajuste en los mercados de capitales, pese a su importancia, todavía sea insuficiente; la creciente inestabilidad de los cambios de las principales divisas; las prácticas de mala gestión y ocultación de la información de las empresas descubiertas en los últimos 12 meses y los escasos efectos hasta ahora de las políticas monetaria y fiscal de corte expansivo en los países avanzados configuran una situación en la que es legítimo pensar que lo peor todavía no ha acabado y en 2003 habrá que hacer algunas de las cosas que no llegaron a hacerse en este año (o habremos de asistir a que ocurran aquellas que temíamos, pero que no han pasado todavía).
El hecho de que la economía mundial apenas haya crecido y los problemas que atenazan su desarrollo parezcan todavía lejos de estar resueltos no significa que a todo el mundo le haya ido igualmente mal. A China, la India y algunos países del Este de Asia les ha ido relativamente bien. Estados Unidos lo ha pasado mejor que la Unión Europea; y ésta, mejor que Japón. Los países productores de petróleo -con la excepción de Venezuela, por otras razones-, mejor que los productores de otras materias primas o de alimentos. Pero allí donde había pobreza y dificultades, con algunas excepciones, el saldo global al final de 2002 no está mejor, sino peor que hace un año. Esto es particularmente verdad de América Latina, donde componiendo un cuarto año de mal crecimiento con el aumento de la población resulta que el PIB por capital de la región en 2002 será inferior al ya modesto de 1997.
Y como en los países ricos aquí tampoco parece que se haya aprovechado el menor crecimiento para resolver los graves problemas. Al comienzo de 2003 los problemas de Argentina y Venezuela no parecen más próximos a una solución que hace un año. Brasil ha evitado los problemas falsos que inventaron unos agentes reaccionarios ante la inminencia de la llegada al poder de Lula, pero no ha resuelto ni mucho menos los problemas reales que dificultan su crecimiento. Aunque Chile y México estén mejor, la evolución de sus economías dista mucho de ser satisfactoria. El resto, con la excepción jubilosa y en alguna medida sorprendente de Perú, arrastran como pueden la crisis que amenaza con contagiar a todo el continente.
¿Y aquí en España? Bueno, nosotros no hemos perdido del todo el año, aunque tampoco estamos para tirar cohetes. Lo que sí hemos perdido a lo largo del año ha sido el Gobierno, que ha desaparecido de la escena siendo sustituido por el aparato de un partido mediocre como el PP. Pero quizá eso no sea tan grave.