Aniversarios laborales
José María Zufiaur analiza el papel de los sindicatos en España y los cambios en su relación con los partidos políticos. El autor asegura que la autonomía y la unidad sindical son valores que se alimentan mutuamente
Este es, en el mundo de las relaciones laborales, un año de aniversarios. La semana pasada, el Consejo Económico y Social español cumplía su décimo aniversario. En abril de este año se cumplieron 25 años de la legalización de las organizaciones sindicales. La CEOE ha celebrado también recientemente su cuarto de siglo de existencia.
En aquel año de 1977 se llevó a cabo, igualmente, el primer encuentro -organizado por Euroforum- entre sindicalistas, políticos, expertos de Derecho del trabajo y representantes empresariales para debatir sobre lo que entonces se denominaba pacto social y ahora diálogo social.
Pocos meses más tarde, la Fundación Ebert y su director, Dieter Koniecki, iniciaban una serie de encuentros, que se han prolongado durante más de dos décadas, dirigidos a favorecer un debate abierto entre los protagonistas de las relaciones laborales (a la hora de las rememoraciones, es de justicia recordar el papel desempeñado por personas como Fernando Abril Martorell o Dieter Koniecki en el desarrollo de la concertación social en España). Y hoy justamente se cumple el 25 aniversario del proceso de unificación llevado a cabo entre USO y UGT, que pretendo comentar en estas líneas.
La unificación de UGT y USO, de la que hoy se cumplen 25 años, tiene el valor de ilustrarnos sobre las dificultades en un proceso de esta naturaleza
El mayor mérito de aquel proceso es, en mi opinión, el de haber sido el único intento de unidad sindical orgánica, entre dos organizaciones sindicales diferentes, que se ha producido en nuestro país. Tiene también el valor de ilustrarnos, retrospectivamente, sobre las dificultades que conlleva un intento de esta naturaleza. Aquel proceso nació de un análisis determinado: la creencia de que los espacios políticos nacionales e internacionales, la memoria histórica y la unidad del sindicalismo de inspiración socialista iban a ser determinantes en la configuración del sindicalismo en nuestro país.
Los muy magros resultados electorales cosechados en las primeras elecciones democráticas por la Izquierda Democrática (ID) de Ruiz-Jiménez o por el Partido Socialista Popular (PSP) de Tierno Galván, la irrupción de UGT en el escenario sindical a partir de 1976, pese a la escasa implantación que tenía entonces en las empresas, y el hecho de que CC OO prácticamente duplicó el resultado de UGT en las primeras elecciones sindicales de 1978, avalan la validez de aquella hipótesis.
Los dos objetivos mayores de aquel proceso eran la autonomía sindical y el reforzamiento de la unidad sindical. Un cuarto de siglo más tarde, ¿cómo han evolucionado esos objetivos? La autonomía de los sindicatos mayoritarios es hoy un hecho adquirido: la influencia del PSOE o del PCE en las estrategias y las posiciones de UGT y de CC OO nada tiene que ver con la de entonces.
Por otro lado, la simultaneidad de responsabilidades sindicales con otras partidarias o parlamentarias prácticamente ha desaparecido. Lo que, sobre todo, ha contribuido a ello, en España y en la mayoría de los países europeos, ha sido el abandono de las políticas socialdemócratas por los partidos de la izquierda cuando llegan al Gobierno y la correlativa asunción de políticas social-liberales, que han chocado frontalmente con las posiciones sindicales.
Simultáneamente, la conversión de estas formaciones de izquierda en partidos de centro ha supuesto la quiebra de la antigua división socialdemócrata de funciones entre partidos y sindicatos. En estos momentos, la autonomía de los sindicatos es algo reconocido por todos. Aunque de vez en cuando, en momentos calientes, desde el poder político se pretenda ponerla en cuestión de forma oportunista. Es lo que pasó al acusar a los sindicatos, en la etapa socialista, de convertirse en la oposición política, cuando lo que sucedía era que la oposición estaba desaparecida.
Más recientemente se ha pretendido hacernos creer que los sindicatos, al convocar la huelga general del pasado junio, estaban manipulados por la oposición. La realidad, más bien, era que la oposición fue la que se enganchó, y no desde el principio, a la convocatoria sindical.
La autonomía y la unidad sindical son valores que se alimentan mutuamente. El gran salto hacia un mejor entendimiento entre los grandes sindicatos españoles se produjo a partir de 1985 como consecuencia de algunas medidas gubernamentales socialmente negativas. Aquellas medidas provocaron reacciones hacia una mayor autonomía y unidad en el sindicalismo español; y un largo periodo de unidad de acción. A partir de 1996, en un contexto de ausencia de agresiones por parte del poder político -hasta el año pasado con la reforma laboral decretada unilateralmente, y más tarde con el decretazo- la unidad de acción se ha mantenido, aunque con algunos altibajos y en un tono de menor sintonía estratégica. Es de lamentar que no se haya podido profundizar en un diseño más estratégico de la unidad de acción, vinculado a cuestiones como la baja afiliación sindical, el escaso poder institucional de los interlocutores sociales en nuestro país o los desafíos que plantean al movimiento sindical la globalización económica, la integración europea y los cambios en las empresas y en la organización del trabajo.
Hay que constatar, en este sentido, que ni la superación de la guerra fría ni la pertenencia a una misma confederación sindical europea, la CES, han sido suficientes para profundizar procesos sindicales unitarios. No ha sucedido en España, pero tampoco en Italia, Bélgica, Francia o Portugal.
Parece claro, no obstante, que sólo desde un planteamiento unitario (que no quiere decir, en mi opinión, la unidad orgánica) podrá el sindicalismo -que es hoy al menos tan imprescindible como lo era hace 25 años- responder eficazmente a los profundos cambios socioeconómicos e ideológicos que se han producido y propiciar, desde el campo social, el surgimiento de una izquierda renovada.