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Tribuna
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Unos premios singulares

Para una mayoría de economistas, el Premio Nobel de Economía del presente año ha sido una pequeña sorpresa. Como es bien sabido a estas alturas, después de que se anunciara en octubre el fallo del jurado, tal galardón ha sido otorgado a Daniel Kahneman, psicólogo israelí-estadounidense, nacido en Tel Aviv hace 68 años y profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Princeton (New Jersey), y a Vernon Smith, ingeniero y economista nacido en Wichita (Kansas) hace 75 años, profesor de Economía y Derecho e investigador del Interdisciplinary Center for Economic Science de la Universidad George Mason en Fairfax (Virginia). El primero, destacado por la aplicación de métodos procedentes de la psicología al estudio de los comportamientos económicos y el segundo, por introducir métodos de laboratorio en la comprobación de los postulados de la teoría económica.

Aunque ambos presentan un currículum espectacular, han tenido una larga vida dedicada a la investigación económica y llevado a cabo destacadas aportaciones, para muchos economistas eran totalmente desconocidos. Algunos, que conocían algo la obra de los dos, consideran que el Nobel se ha concedido a un psicólogo y a un economista dedicado a temas colaterales a la verdadera economía. Otros, más familiarizados con la obra de Kahneman y Smith, simplemente consideran que ha sido prematuro premiar la labor realizada en dos terrenos, sin duda prometedores, pero en los que todavía sólo existen hipótesis de trabajo no demostradas ni suficientemente argumentadas.

Lo curioso es que los campos de actividad de los dos profesores premiados, pese a la opinión de algunos economistas recogida anteriormente, llevan años entre nosotros, tanto porque siempre se ha sabido que hay un substrato psicológico en toda decisión humana y en todo comportamiento económico como porque la economía experimental, a la que asimismo lo psicológico está fuertemente unido, fue propuesta como posibilidad en épocas tan pretéritas como los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado.

Kahneman, que trabajó mucho con el desaparecido Amos Tversky, y Smith, que fue alumno en Harvard de Edward Chamberlin, han hecho aportaciones muy brillantes basadas en la psicología y la experimentación. La Academia Sueca se refiere a ellas en su nota pública difundida con fecha 9 de octubre, mencionando que, contra de las hipótesis mantenidas hasta ahora por la teoría sobre un comportamiento económico del hombre regido por el interés propio y la racionalidad económica de las decisiones, los nuevos Nobel han demostrado que más bien los hombres se comportan y actúan con racionalidad condicionada, interés propio restringido y autocontrol limitado.

Se supera así la asunción básica del homo economicus hoy tan debatida, y se revisan los cimientos, ciertamente débiles, de la utilidad marginal y del comportamiento económico humano en general, sobre los que se ha construido una estructura teórica quizás demasiado grandiosa. Algunos autores se apresuran a utilizar estos descubrimientos para atacar al neoliberalismo actual y reclamar más intervención pública, lo cual no deja de tener cierta lógica. Deberíamos, sin embargo, no limitar a esas pequeñas luchas de los hombres -mercado vs Estado; izquierdas vs derechas; socialismo vs liberalismo- algo tan importante como avances científicos genuinos sobre el comportamiento del hombre. Al fin y al cabo, para desmontar el fundamentalismo del mercado y otros, que suelen ser burdos e interesados, no se necesitan teorías científicas. Y lo mismo cabe decir para que el sentido común se imponga como norma en la actuación de las personas, de los empresarios y de los políticos y gobernantes.

En el hombre aislado y en las sociedades por él creadas coinciden el interés propio, el interés comunitario e incluso el interés puro por el prójimo es algo que no necesita demostración ni experimentación. Es más, si no se dieran esas condiciones naturalmente, habría que crearlas con el ejercicio de la educación, la democracia y la ética. Y tampoco lo necesita, probablemente, la constatación de la influencia de miedos y reservas de los hombres a la hora de tomar decisiones, especialmente al invertir y ahorrar, tema que conocen muy bien algunos brokers.

Puesto que, como sabíamos, en el interior del hombre pueden coincidir muchos intereses y, como sospechábamos, sus decisiones y actuaciones están más movidas por sus miedos y sus circunstancias que por una racionalidad matemática, aprovechemos todo ello para promover nuevas ideas integradoras de los hombres y generadoras de una cultura del entendimiento y la colaboración.

Sólo con un nivel superior de abstracción y concepción de lo que los hombres somos y hacemos en este mundo -basado en ese hombre de intereses múltiples y de miedos y condicionantes-, en el que todos coincidamos, se podrán mantener esos juegos a los que los hombres se dedican con pasión y en los que pueden llegar a matar. Juegos tales como el liberalismo, el socialismo, el mecanismo de mercado, las izquierdas y las derechas, el progresismo y el conservadurismo, los partidos políticos y algunos otros. Relativos e instrumentales todos, que deberíamos utilizar sólo para encauzar las energías de los hombres y, muy especialmente, para que la vida en paz sea posible en nuestro planeta.

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