El BCE también debe ocuparse del crecimiento
José Borrell Fontelles defiende que el BCE, como hace la Reserva Federal en EE UU, debe tomar en cuenta, además de la inflación, los problemas del crecimiento y del empleo para adoptar sus decisiones de política monetaria
Los debates de la Convención Europea han dejado en minoría a los que defendemos que la política monetaria del BCE debe tomar en cuenta los problemas del crecimiento y el empleo, como ocurre con la Reserva Federal de EE UU, y que así debería quedar recogido en sus estatutos. Curiosamente, los que se oponen se lamentan después de que las decisiones del BCE no sean las adecuadas a la difícil situación económica de la eurozona, creen que el objetivo de inflación es demasiado ambicioso y hacen presión mediática sobre una institución que parece muy preocupada por preservar su imagen de independencia y aparentar que no hace seguidismo de su homóloga americana.
En sus comparecencias ante los grupos de trabajo de la Convención, Wim Duisenberg aseguraba que a Alan Greenspan le gustaría estar en su posición. Es posible, aunque creo que los americanos han hecho bien en no sacar completamente el poder monetario del campo de juego de la democracia. Pero lo importante es si a la economía europea le iría mejor con un sistema más eficiente de definir el policy mix monetario y fiscal que tiene ahora.
En Europa no existe una autoridad, ni un sistema de coordinación encargado de apoyar el crecimiento en situaciones difíciles. Y cada día es más evidente que las políticas macroeconómicas del 2001 y 2002 han sido subóptimas, combinando políticas presupuestarias nacionales más expansionistas de lo que sería deseable, sobre todo en función de los niveles de deuda pública acumulada en algunos países, y una política monetaria más restrictiva de lo que hubiera sido, y es necesario, si el BCE no quisiese compensar con su reticencia a bajar los tipos de interés el laxismo presupuestario que atribuye a los Gobiernos.
El riesgo hoy no es que a la economía de EE UU le ocurra lo que a la de Japón, sino que le pase a Alemania y, con ella, al conjunto de la eurozona
Así, unos y otros están embarcados en el paralizante juego del tú primero. Las autoridades presupuestarias nacionales esperan recortes en los tipos para hacer más fácil la reducción del déficit público y el BCE quiere que la política fiscal sea más restrictiva y las reformas estructurales mas rápidas antes de relajar la política monetaria. Alguien ha comparado esta situación con la del médico que niega las medicinas a un enfermo del corazón hasta que éste se ponga a dieta.
El debate ha tomado especial relevancia estos días ante las decisiones sobre los tipos de interés tomadas por los tres bancos centrales de la economía occidental. Uno de ellos, la Reserva Federal de EE UU, consideró que la situación económica era suficientemente mala como para sorprender a los mercados bajando los tipos más de lo esperado (0,5 puntos, hasta 1,25%). Los otros dos, nuestro BCE y el Banco de Inglaterra, los desconcertaron dejándolos incambiados.
Nadie ha entendido la actitud del BCE y es difícil encontrar coherencia a las decisiones que afectan a las respectivas zonas monetarias del euro, dólar y libra. La economía de EE UU no esta en peor situación que la eurozona, más bien al contrario, y sus tipos de interés son ya mucho más bajos que los europeos. Y, sin embargo, su autoridad monetaria no duda en bajarlos de nuevo y de forma drástica aun sabiendo que el triunfo republicano en las elecciones del mid term hará más fácil las bajadas de impuestos y el aumento del gasto militar, es decir, una política presupuestaria expansiva.
EE UU está haciendo ahora lo mismo que hizo a finales del año pasado, cuando utilizó un relanzamiento masivo, a la vez monetario y fiscal, para salir de tres trimestres consecutivos de recesión y del schock de los atentados del 11 de septiembre. Pero ahora la actividad vuelve a flexionar a la baja, las familias endeudadas y arruinadas en la Bolsa necesitan oxígeno financiero, la confianza del consumidor está en mínimos, los tambores de guerra siguen sonando, el paro se acerca al 6% y la inflación está en mínimos históricos.
Los informes que maneja la Reserva Federal quieren evitar los errores cometidos en Japón después de la explosión de las burbujas especulativas financiera, que ya hemos sufrido, y la inmobiliaria, que algunos ven venir. Para ello utilizan la política monetaria a fondo, cuando todavía puede ser efectiva y antes de que se inicie una espiral deflacionista. Entonces, como cuando un avión entra en barrena, los mandos no responden y hay que ensayar maniobras arriesgadas y poco convencionales.
Es seguro que Duisenberg no ha experimentado nunca la sensación de salir de una barrena actuando con los mandos al revés de lo que hay que hacer en condiciones normales de vuelo. Y para cumplir la misión que le han encargado, estabilidad monetaria y sólo eso, lo más prudente es guardar la pólvora seca para poder tirar cuando no quede más remedio. El problema es que entonces puede ser tarde, vea su función desacreditada por un exceso de ortodoxia y tenga que acabar aplicando soluciones poco convencionales para inyectar liquidez en el sistema. Pero, a la vista de cómo actúan los unos y los otros, el riesgo hoy no es que EE UU sea un nuevo Japón, sino que lo sea Alemania y, con ella, el conjunto de la eurozona.