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Columna
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Empleo y productividad

En las últimas semanas se han publicado una serie de datos relacionados con el empleo, la productividad y los gastos educativos que, en conjunto, ayudan a explicar bastante bien por qué tenemos un mercado de trabajo tan penoso como el que tenemos y unos no menos penosos índices de productividad.

El Inem nos informa que en octubre el paro ha aumentado en más de 51.000 trabajadores, la segunda de las peores cifras conocidas para ese mes desde 1993. Al mismo tiempo, en paradoja sólo aparente, se han batido todas nuestras marcas históricas en cuanto a contratos registrados en un solo mes, esto es, más de millón y medio. Descontando domingos y festivos, el promedio son 70.000 contrataciones diarias. Con lo cual la rotación empleo/desempleo/empleo es ya tan vertiginosa que no hay productividad capaz de resistirla.

Con tales magnitudes de por medio se diluyen conductas como las de esas empresas que en vísperas del puente del Día de los Difuntos se sacudieron 150.000 contratos para, inmediatamente después, como reconoce el propio Gobierno, volver a recuperar las dos terceras partes de ellos en los dos primeros días laborables de noviembre. Y encima nos dice que no son actuaciones fraudulentas.

Un segunda tanda de datos son los referidos a educación y formación. Es ya un lugar común lo de que los países con mejor futuro para su empleo serán aquellos cuyos trabajadores posean mayor nivel de conocimientos, de formación y cualificación. Pero resulta que, tal como acaba de informarnos la OCDE con los últimos datos de que dispone, la inversión en educación en España ha descendido dos décimas respecto del PIB en el periodo que va de 1995 a 1999, esto es, desde un año antes hasta el final de la primera legislatura con Gobierno del Partido Popular. El gasto por alumno en relación al PIB está 0,7% por debajo de la media de los 27 países que forman dicha organización. De ahí que tampoco sea chocante que indicadores educativos como los de comprensión lectora, cultura matemática y cultura científica coloquen a nuestros estudiantes en niveles por debajo de la media de esos 27 países y que, como ha manifestado al respecto la Secretaría General de Educación, nos encontremos en una situación 'homogéneamente mediocre'.

A mayor abundamiento, el último informe de la Comisión Europea sobre el empleo arroja datos que sonrojan. Por ejemplo, el de que cerca del 60% de la población española en edad de trabajar alcanzó en el año 2000 un nivel educativo bajo, exactamente 22 puntos por encima de la media europea. Sólo un 20% logró un nivel medio, frente al 43% del promedio europeo. El único porcentaje equiparable es el de los niveles altos.

En otras palabras, fallamos estrepitosamente en la zona educativa intermedia, lastre evidente para mejorar la productividad del trabajo. Como no podía por menos que suceder, el mismo informe de la Comisión constata que los empleos en los que el salario y el rendimiento son bajos, tienen en España una proporción más alta que en el conjunto de la UE. Lo mismo nos ocurre en los que se consideran empleos sin futuro.

Por si a alguien le cupieran dudas sobre la fiabilidad de la información que nos llega de la Comisión Europea, ahí esta para remacharla lo dicho por el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, que acaba de calificar de 'mediocre' la productividad hispana y, a la hora de explicar las razones, subraya que la mayor creación de empleo se ha venido realizando en sectores de baja cualificación.

El círculo se cierra con las consideraciones hechas por el presidente de la CEOE, señor Cuevas, quien días atrás señalaba como principal preocupación 'la pérdida de competitividad de las empresas españolas con el exterior, que se empezó a producir en 1998'.

Ha centrado el motivo en el desfase tecnológico y en la falta de impulso de la sociedad de la información, añadiendo que en el plazo de cuatro a seis años sería necesaria una inversión de 15.000 millones de euros para alcanzar el nivel medio de la UE. Tuvo el gesto de aclarar que las cuatro quintas partes de esa inversión debería efectuarlas el sector privado. Lo que cabe preguntarse es en qué dirección se han utilizado los muy jugosos beneficios de las empresas a lo largo de estos años de vacas gordas y de enjutos ajustes salariales.

Aunque lo dicho hasta aquí no es más que la confirmación de lo que se viene denunciando con insistencia, tiene la virtud de perfilar un diagnóstico bastante gráfico de los males de nuestro mercado de trabajo, de las causas de fondo de nuestros problemas de competitividad y de las razones de la escasa productividad del trabajo. Tiene también el valor de apuntar por dónde deben venir las soluciones y de señalar quiénes son los responsables fundamentales de aplicarlas.

El gran error estratégico de nuestros gobernantes y de las patronales ha sido apostar por competir a través de sucesivas desregulaciones del mercado de trabajo y del abaratamiento del precio del trabajo. Porque es precisamente este planteamiento uno de los que más ha influido en que tengamos un tejido productivo, unos niveles de competitividad y unos índices de productividad de los peores de la UE.

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