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Tribuna
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¿Gran y grande Europa?

Josep Borrell

Puestos a escribir un artículo sobre la ampliación al Este de la Unión Europea (UE), nada mejor que compartir el vuelo a Bruselas con Eneko Landaburu, que ha dirigido las negociaciones con los países candidatos a la adhesión. Si el voto de los irlandeses el próximo sábado no lo impide, el trabajo de nuestro compatriota Eneko habrá llegado a su fin y la UE contará con 10 nuevos Estados miembros en 2004.

Quedarán todavía Bulgaria y Rumania, pero aun sin estos países la UE habrá cambiado de dimensión y de naturaleza. La Europa unida será más grande, pero es dudoso que la ampliación sirva para construir una gran Europa capaz de intervenir en los problemas del mundo contrapesando la hegemonía norteamericana.

Se ha hablado mucho del coste, en términos económicos, de la ampliación. Pero ese no es, al menos a corto plazo, el mayor de los problemas. En los tres años, 2004-2006, que todavía estarán regidos por las perspectivas financieras aprobadas en Berlín, el coste para el Presupuesto de la Unión será de 40.000 millones de euros. Pero, hilando más fino, esa estimación es en términos de 'créditos de compromisos', es decir, autorizaciones de gasto que no se harán efectivas de forma inmediata. En términos de 'créditos de caja', el coste realmente asumido no pasará de 25.000 millones. Pero de ésos hay que descartar los 15.000 que aportarán los nuevos Estados miembro a los ingresos comunitarios. La diferencia, 10.000 millones, es el equivalente al 10% del Presupuesto anual de la UE o al 0,04% del actual PIB comunitario.

Ciertamente los países de la Europa próspera y libre debemos ser capaces de ese esfuerzo para hacer realidad el deseo visionario de Schumann cuando ya en 1959 advertía que el proyecto europeo debía acoger a los países situados al otro lado del telón de acero cuando éste se hundiera. Si no fuera así, toda la retórica con la que tantos dirigentes europeos han viajado a Varsovia y Praga se caería por su propio peso dejando al desnudo la cortedad de su ambición.

Pero parece que el impulso definitivo que la Comisión dio la semana pasada a la adhesión de los 10 nuevos miembros, poniendo de paso a Turquía definitivamente en el congelador, se enfrenta a más dificultades que las dudas irlandesas sobre la ratificación de Niza. En las últimas horas emergen reticencias alemanas para cerrar los acuerdos financieros todavía pendientes. Aunque los costes estimados caben perfectamente en las perspectivas financieras en vigor, en parte gracias al retraso acumulado en el proceso, quedan todavía por negociar los capítulos agrícolas y de ayudas regionales. Y Alemania querrá aprovechar el momento final de la negociación para obtener garantías sobre la reforma de la futura política agraria común (PAC). De manera que estamos todavía pendientes de un acuerdo franco-alemán sobre este espinoso problema.

Mientras volamos a Bruselas, Chirac y Schröder comparten mesa y mantel y, aunque la sangre no llegará al río, es seguro que los forcejeos sobre el capítulo agrícola durarán hasta el último momento para garantizar que la PAC reducirá su gasto a partir de 2007.

El bajo coste de la ampliación en el horizonte de 2006 se explica por la pobreza relativa de los nuevos entrantes y porque no se les aplicarán plenamente las políticas comunitarias. Los nuevos 10 Estados miembros suman 75 millones de habitantes, contra 380 de la actual UE y su PIB, equivalente al de Holanda, no llega al 5% del de los Quince.

Pero después de 2007 será otro cantar, sobre todo si adhieren a la UE ocho millones de búlgaros y 22 millones de rumanos, mucho más pobres y más rurales todavía que Polonia.

Las ayudas regionales subirán muy rápidamente hasta el techo del 4% del PIB, límite máximo que sólo Irlanda ha alcanzado en el pasado. En la propuesta de la Comisión la agricultura del Este tendrá que esperar a 2013 para recibir el mismo nivel de ayudas que los aplicados actualmente en el Oeste. Pero ese coste será muy elevado, aunque se haya diferido, si antes no se reforma la PAC.

Estamos así haciendo las cosas al revés de lo que hubiera sido lógico, pero políticamente era imposible hacer depender la ampliación del resultado de las negociaciones sobre el Presupuesto europeo del periodo 2007-2013 y de las reformas previas de las políticas agrícolas y regionales.

Pero, aun así, el problema no es tanto económico como funcional. ¿Cómo hacer funcionar una Unión con 25 países, y después 27, con los actuales sistemas de decisión política y los complejos procedimientos comunitarios?

Sin reformas, la máquina encallará, y sin avances en la integración, el proyecto europeo se diluirá en una zona de librecambio de dimensión continental. Es lo que se percibe con absoluta claridad desde los trabajos que se desarrollan en la Convención Europea y lo que da a la ampliación toda su dimensión histórica y estratégica.

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