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Tribuna
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El déficit por cuenta corriente de EE UU

Durante el segundo trimestre de este año, el déficit por cuenta corriente de EE UU se disparó hasta un nuevo máximo de 520.000 millones de dólares, en cifras anualizadas, lo que representa cerca del 5% del producto interior bruto (PIB). Para financiar este déficit, EE UU necesita atraer más de 1.400 millones de dólares al día en capital extranjero. Esto ha desatado el temor a que no se puedan sostener unas entradas de capital de tal calibre. ¿Supone un déficit de esta magnitud una amenaza real para la endeble recuperación estadounidense?

Nosotros no lo creemos así. Si la recuperación estadounidense se estanca (lo que cada día parece menos probable, dada la previsión de PIB para el tercer trimestre por encima del 4%, en tasa anualizada), ello será atribuible a la debilidad del mercado de trabajo, la caída de las cotizaciones bursátiles o las tensiones en el mercado de deuda corporativa. El déficit corriente suscita menos motivos de preocupación. La razón de nuestro optimismo es que las alternativas de inversión fuera de EE UU no son exactamente brillantes.

El crecimiento del PIB europeo apenas ascendió a un 0,6% durante el primer semestre del año y la economía japonesa se contrajo un 0,7%. En comparación, la tasa de crecimiento estadounidense del 2,1% resulta bastante atractiva. Y lo que es más, la brecha de crecimiento entre EE UU y el resto de las grandes economías del mundo se ha ampliado casi con certeza durante el tercer trimestre.

Tan importante como la tasa de crecimiento del PIB es el hecho de que dicho crecimiento se haya logrado a través de mejoras de la productividad de las compañías estadounidenses, en lugar de mediante aumentos de plantilla. De hecho, los costes laborales unitarios han caído un 2,2% en términos anuales hasta junio, dando un impulso adicional a los beneficios. En cambio, el crecimiento de la zona euro tuvo que echar mano del empleo, registrándose en la práctica un ligero descenso de la productividad. Los costes laborales unitarios aumentaron un 3,9% en términos anuales hasta marzo, comiéndose parte de los beneficios.

Las empresas estadounidenses están llevando a cabo reestructuraciones mucho más agresivas que sus homólogas europeas. En nuestra opinión, salvo que la productividad de la zona euro aumente radicalmente, las empresas americanas seguirán batiendo a las europeas y continuarán las salidas netas de capital europeo hacia EE UU.

Entre tanto, para que se produzca una recolocación significativa del capital financiero mundial en detrimento de EE UU serían necesarios grandes ajustes en otras regiones del mundo. Los 520.000 millones de dólares de déficit estadounidense suponen más del 10% de la inversión mundial no estadounidense, y bastante más del 15% de la inversión no estadounidense de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

En pocas palabras, se precisaría un boom de la inversión hacia otras regiones de la economía mundial para absorber una parte significativa del flujo de capital que actualmente se dirige a EE UU. Y no hay ningún indicio de que Europa, Japón o los mercados emergentes vayan a registrar tal boom mientras EE UU se hunde en una depresión. Un elevado déficit en EE UU significa que los inversores extranjeros están ampliando su exposición a los mercados financieros estadounidenses.

Sin embargo, no hay evidencia de que los inversores no estadounidenses se encuentren sobreponderados en activos estadounidenses. Actualmente, la renta variable estadounidense representa tan sólo el 15% de la cartera de acciones del inversor típico no estadounidense, aun cuando los valores estadounidenses suponen casi la mitad de la capitalización bursátil mundial.

De otro lado, los inversores privados no estadounidenses en renta fija sólo destinan el 15% de sus carteras a títulos americanos, pese a que casi el 50% de la deuda viva mundial corresponde a emisores estadounidenses.

No cabe ninguna duda de que el dólar estadounidense necesitaría debilitarse a largo plazo para que se mantenga el ritmo actual de entradas de capital. Ahora bien, un dólar débil hará más competitivas a las empresas estadounidenses, lo que reducirá el déficit por cuenta corriente y la necesidad de capital extranjero.

En nuestra opinión, este proceso será suave y se desarrollará a lo largo de varios años. En el actual ciclo económico, el déficit corriente no debería suponer un gran problema para la economía estadounidense.

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