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¿Qué riesgo nos falta?

La confianza es un valor delicado que, cuando por circunstancias o comportamientos insensatos se rompe, es difícil de restaurar. La crisis actual refleja una generalizada falta de confianza de los inversores tanto en los mercados como en la recuperación económica.

Los causantes han sido en gran medida las empresas emisoras y las entidades financieras, que han defraudado el comportamiento esperado de rigor en la información y en el análisis, pero también falta confianza en la recuperación económica predicha, ya que ésta parece basarse en un gasto privado que tiene poca base, o en un gasto público militar que no se desea. Además, aunque al principio la crisis se centraba en los mercados de valores, recientemente parecen considerarse dos nuevos riesgos: la inestabilidad de algún país emergente y los flujos de capitales hacia EE UU y las perspectivas para el dólar.

Hasta la fecha parece que la erosión de los mercados financieros se centra en el pesimismo de las instituciones financieras y en los gestores profesionales que no ven posibilidades de beneficio, sino que aún desconfían en los resultados empresariales y en la capacidad de los Gobiernos para asentar la recuperación, ni en los países emergentes ni en los desarrollados. Sin embargo, de momento el deterioro en los mercados tiene una traslación limitada a la economía real.

No puede negarse que el panorama que ofrecen los mercados es negativo. Pero hay dos factores que de momento están evitando que se pueda hablar de una crisis financiera: la salud de las instituciones financieras en general es buena y los inversores privados mantienen sus posiciones, aunque resignadamente, y no se está produciendo una desinversión en valores. La mejor salud financiera se debe a la mayor dispersión del riesgo financiero y empresarial hacia entidades financieras no bancarias, en especial hacia compañías de seguros y fondos de inversión. También contribuye a aumentar la resistencia de las entidades financieras precisamente el hecho de que haya una mayor participación de los inversores individuales en la financiación de las empresas y, por tanto, en la asunción de riesgo.

La clave parece encontrarse en el comportamiento de los inversores minoristas. Mientras los inversores de a pie permanezcan invertidos en valores, los efectos riqueza negativos serán limitados, y también se mantendrá la estabilidad financiera. También las familias están sosteniendo con su gasto el crecimiento económico en muchos países.

Precisamente uno de los riesgos que aún permanecen en el panorama es que se produzca una salida en masa de los inversores de los mercados de capitales. Según señala el FMI en su último número de Global Financial Stability Report (septiembre de 2002), ese riesgo se encuentra relacionado con la posibilidad de que surjan nuevos escándalos financieros. A su vez, de generarse esa salida, la aversión al riesgo aumentaría y nos encontraríamos en una espiral de temor-ventas-aversión.

Otro riesgo que hay que valorar se refiere a la posibilidad de que el deterioro en los mercados y en la calidad crediticia de las empresas debilite la posición de las instituciones financieras. Un factor desestabilizador radica en el hecho de que los escándalos en la información empresarial se han concentrado en EE UU. Ello puede contribuir a que se revierta la tendencia de que los flujos de capitales internacionales se dirijan a ese país.

La cuestión es que no existe un destino alternativo a las inversiones, ya que las economías europeas no ofrecen credibilidad suficiente porque no ofrecen una imagen compacta en sus decisiones.

Parece que el riesgo que descuentan los mercados financieros es que todas las perspectivas parecen caerse a pedazos y nadie tiene la solución. Da la impresión que las autoridades económicas no disponen de instrumentos de política o que su capacidad de uso está inutilizada por diversas razones. Lo que se pide es calma para que vuelva la confianza de los consumidores, de los inversores. Pero lo que pasa es que éstos no encuentran razones de confianza en los políticos ni esperanza en que las cosas vayan a mejorar por sí mismas.

Las medidas tomadas en muchos países dirigidas a mejorar el gobierno de las empresas y de asegurar la estabilidad macro son positivas, pero hace falta que lleguen a ser valoradas positivamente por consumidores e inversores.

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