Stoiber contra Schröder
Cuando en enero de este año empezó de hecho la campaña electoral que desembocará en las elecciones generales del próximo domingo en Alemania, la figura del candidato de la coalición cristianodemócrata CDU-CSU, Edmund Stoiber, emergió como casi seguro ganador. La razón del cambio de Gobierno era entonces la economía. Desde hace unos días, los sondeos apuntan a la reedición de la victoria del canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder. Su eficaz respuesta ante el desastre de las inundaciones de agosto y su oposición a respaldar a Estados Unidos en su propuesta de guerra contra Irak son las causas de este giro del electorado.
El mayor problema actual de Europa se llama Alemania. La mayor economía del continente está casi estancada. El vigor exportador de la primera potencia europea no ha podido resistir el duro impacto de la caída de sus ventas -maquinaria y automóviles, principalmente- a Estados Unidos. El crecimiento, revisado varias veces a la baja, está estancado este año en un 0,3% del PIB. El déficit público se acerca peligrosamente al límite del 3% impuesto por el Pacto de Estabilidad de la zona euro. El paro, la apuesta en la que Schröder llegó a empeñar el futuro de su carrera política, en lugar de bajar, ha superado la barrera infranqueable de cuatro millones. La única variable bajo control es la inflación, consecuencia lógica de la situación depresiva por la que atraviesa la economía.
Desde la reunificación, Alemania ha ganado influencia en la escena internacional, pero no deja de perder peso económico. Esta doble circunstancia hace resentirse a la Unión Europea. En lo político, porque rompe el antiguo equilibrio con Francia. En lo económico, porque todo el conjunto de la UE sufre el lastre. Pero además dificulta el principal reto de los Quince, la ampliación a los países del Este, y retrasa las liberalizaciones pendientes y otras reformas en marcha. La construcción europea sólo ha experimentado impulsos en las fases de expansión y ha vivido estancamientos en los periodos de crisis. Ahora, la situación alemana, independientemente de cuál sea el vencedor en las elecciones del domingo, entraña incluso el peligro de llevar a Europa a plantearse retrocesos por la alianza fabricada por las circunstancias entre Alemania, antaño eje del europeísmo, y el Reino Unido, siempre reticente a dar más poderes a Bruselas.
El estancamiento alemán tiene raíces más profundas que la crisis iniciada en marzo de 2000. Las dificultades de la locomotora europea se deben en buena parte a la difícil digestión de la absorción de la antigua RDA. De hecho, desde 1995 Alemania ha generado cuatro veces menos empleos que Francia o Reino Unido, por ejemplo. Las reformas fiscales, especialmente dirigidas a aligerar las cargas de las grandes empresas, se han visto minimizadas por necesidades presupuestarias y no han podido evitar algunas estruendosas quiebras empresariales.
Schröder ha acometido liberalizaciones en electricidad y telecomunicaciones y puesto en marcha la modernización del sistema de pensiones, vital para una sociedad envejecida como la alemana. Su mal balance económico es la principal baza para Stoiber, pero las inundaciones de agosto, que perjudicaron principalmente a las regiones de la antigua Alemania del Este, han trastocado totalmente las prioridades. La celeridad del canciller en articular generosas ayudas a los damnificados frente a la pasividad de su rival ha cambiado el rumbo electoral, y lo que era una apabullante ventaja del candidato se ha convertido en una diferencia a favor del actual Gobierno socialdemócrata.
La falta de alternativas claras ha llevado a los socios de los cristianodemócratas, los liberales, a ofrecerse al mejor postor. El decidido apoyo de la Administración Bush a Stoiber se ha vuelto en su contra al chocar con la oposición de la opinión pública a la guerra contra Irak que tan bien ha sabido rentabilizar el actual canciller. Los pronósticos apuntan a un segundo mandato para Schröder, que podría apuntalar así el debilitado flanco de la socialdemocracia en Europa.