Falta de credibilidad en los mercados
Nieves García-Santos afirma que los analistas se suelen atribuir las predicciones acertadas, no las fallidas. Aun así, según la autora, la evolución positiva de los mercados pasa por restaurar la confianza en las recomendaciones de éstos
Después de un primer semestre de esperanzas defraudadas y de alternancia de caídas de vértigo con euforias puntuales en los mercados de valores, aún no se sabe si quedan excesos que corregir y el horizonte sigue sin despejarse.
Los mínimos alcanzados en los mercados han extendido una situación de escepticismo ante cualquier síntoma positivo. Esta circunstancia contrasta con la de años pasados, cuando, a pesar de que las economías americana y europea se desaceleraban, los analistas no dejaban de predecir aumentos en las cotizaciones de las acciones. La explicación entonces se atribuía a la actitud extremadamente optimista de los analistas.
Pero para la situación de desconfianza actual también existe una explicación, que se basa en la decepción de los inversores ante precisamente la no ingenuidad de ese optimismo de las recomendaciones de los analistas.
Los mínimos en los mercados han extendido una situación de escepticismo ante cualquier síntoma positivo de la economía
Una corriente de la literatura de las finanzas estudia cómo el comportamiento de los seres humanos, en especial de los que se dedican a negociar valores o los analistas, afecta a los mercados. Esta corriente combina análisis financiero con teorías psicológicas del comportamiento. Su objetivo final es explicar cómo las cotizaciones resultan afectadas por las peculiaridades del comportamiento humano.
Si los agentes económicos, entre ellos los negociadores y los analistas de valores, fueran racionales, incorporarían de forma inmediata toda la información disponible en sus predicciones. Sin embargo, la evidencia empírica se ha encargado de demostrar que los analistas tienden a sobrerreaccionar a la información positiva y a infrarreaccionar a la negativa.
Una de las últimas aportaciones más curiosas en este terreno se debe a Andrew Lo y Dimitri Repin (National Bureau of Economic Research), que investigaron las reacciones anímicas de los negociadores de valores poniéndoles unos sensores electrónicos en su cara, manos y brazos de forma que se registraran las manifestaciones corporales de las respuestas psicológicas a su actividad de compraventa de valores.
Los resultados efectivamente avalaron que variables psicológicas asociadas con el sistema nervioso están correlacionadas con acontecimientos del mercado y, aunque todos los participantes registraron esa asociación, las respuestas fueron mayores en los operadores más experimentados.
De todas formas, la conclusión a la que llegan los autores parece un tanto excesiva, ya que, según ellos, lo que se deduce es que los expertos son capaces de formar juicios intuitivos que incorporan a la decisión racional. Se explicaría porque los impulsos emocionales mejoran la capacidad de aprendizaje y supone un mecanismo de selección de los mejores.
Sin embargo, lo que se observa precisamente en las predicciones reiteradamente optimistas no es emoción, sino premeditación y alevosía.
Hay autores que opinan que el predominio de las opiniones optimistas se debe a que los analistas con opiniones negativas prefieren inhibirse, y de esta forma, los precios de los mercados suelen estar sesgados al alza (Anna Schebina, Universidad de Nothwestern). Además, la preocupación por no dañar la reputación y por no distanciarse de la opinión consenso provoca entre los analistas un comportamiento borreguil (herding behavour, en terminología anglosajona), que sólo se reduce cuando existe una buena capacidad predictiva, que no abunda.
Otros autores (Irene Karamanou, de la Universidad de Chipre) llegan a documentar que los analistas sesgan sus predicciones de forma consciente, ya que el sesgo es menor cuando los mercados muestran una mayor capacidad de ajuste; este sesgo intencionado es evidente en las predicciones optimistas, pero no en las pesimistas.
Bien haya sido de forma emocional, bien de forma agrupada o de forma interesada, es claro que los analistas han fallado en predecir los movimientos generales de los mercados o la situación particular de las empresas.
Y sucede que, cuando los inversores tienen incertidumbre sobre la neutralidad de las recomendaciones de los analistas, dejan de valorarlas (Phillip Stocken, Wharton School), a pesar de que las recomendaciones sobre valores contengan contenido informativo válido, y además se provoca que los analistas no sesgados reduzcan sus incentivos a revelar información en sus recomendaciones.
Todas estas menciones tratan de indicar que una evolución positiva de los mercados pasa por restaurar la confianza de los inversores en las opiniones, análisis y recomendaciones de los que las emiten. No obstante, se puede destacar otra característica de este colectivo (documentada empíricamente), que es la autoatribución de las predicciones acertadas, pero no de las fallidas.