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11-S

EE UU aún busca respuestas

El mundo asistió atónito hace un año a un ataque terrorista atroz y televisado en directo. El Pentágono en llamas, un avión estrellado en un bosque de Pensilvania y, sobre todo, la dramática destrucción del World Trade Center, el corazón financiero de EE UU que dejaba de latir al tiempo que perdían la vida 2.801 personas. Un año más tarde la lista de fallecidos sigue sin estar cerrada como no lo están las heridas de los familiares de las víctimas y, en general, la que se abrió en la moral de los estadounidenses (más tocada estos días) que creían vivir en una potencia invulnerable. Pero el mundo financiero y empresarial recuperó el pulso poco a poco a pesar de que el golpe se lanzó contra una economía muy debilitada por una recesión previa.

Se pensaba entonces que la depresión económica iba a tener dimensiones históricas y los anuncios de severos ajustes de plantillas hechos por muchas empresas no hicieron más que aumentar la preocupación. Un año después muchas reducciones de plantillas y producciones parecen, salvo en casos específicos como el de las aerolíneas, el turismo y los servicios financieros, resultados de la crisis anterior. Ethan Harris, analista de Lehman Brothers, asegura que 'aún hay algunos efectos de réplica al 11-S, pero después del ataque nuestra previsión tenía dos escenarios: una recesión fuerte u otra algo más suave; apostamos por la segunda y ha sido menor de lo que pensábamos'.

Parte de la reacción a la crisis tuvo su origen en la respuesta política, las sucesivas bajadas de tipos de la Reserva Federal, el esfuerzo de los consumidores que, según Harris, llegaron a hacer 'gastos patrióticos para apoyar la economía mientras se multiplicaban las rebajas' y la reacción del liberal George Bush.

La genérica guerra contra el terrorismo le hizo olvidar al presidente sus postulados de campaña, y con la fe del converso (que niega ser) activó una política intervencionista que aumentó la inversión, sobre todo en gasto público. Bush puso el énfasis en la defensa, cuyo mimo presupuestario empezó a rivalizar con la mejor época de Ronald Reagan al registrar un aumento de la inversión del 14%, y en seguridad, con la creación de un superministerio que quiere tomar alguna de las funciones de la CIA y el FBI, dos agencias de inteligencia que ancladas en la guerra fría no supieron juntar las piezas que tenían para ver el futuro 11-S.

Finalmente, el presidente amplió el proteccionismo comercial en un acto que, más que de apoyo a la economía, ha sido calificado como electoralista. Y es que el 5 de noviembre se eligen 36 nuevos gobernadores y se renueva el Congreso. Y Bush quiere recuperar la mayoría republicana en el Senado para imponer su política sin que los demócratas le corten las alas, como ya hacen tras agotarse el apoyo sin fisuras concedido tras el 11-S.

A pesar de eso, hoy la economía de EE UU muestra muchas debilidades. 'La crisis actual es más consecuencia de los escándalos financieros y el desmoronamiento de la confianza provocada por la contabilidad creativa y posterior quiebra de empresas como Enron y Worldcom que del 11-S', señala Bruce Steinberg, analista jefe de Merrill Lynch. Las medidas para conjurar la recesión dan resultados a medias. Las empresas siguen sin invertir ni crear empleo y en el mejor de los casos cumpliendo expectativas de beneficios. Se trata de una crisis suave pero más larga de lo previsto.

Como certifica Steinberg, 'la economía está en una especie de limbo en este momento'. La preocupación es que el tiempo sea otra prueba de resistencia que acabe por profundizarla. El analista señala un segundo problema derivado del 11-S: 'El crecimiento de la aversión a tomar riesgos en el mundo de los negocios. El mundo parece ahora más peligroso e incierto que antes y como las economías capitalistas se desarrollan sobre el concepto de la toma de riesgos, esta aversión tiende a complicar el crecimiento económico'.

Peligros e incertidumbres que son aún mayores desde que las dudas del Gobierno de Bush sobre la necesidad de cambiar el régimen de Sadam Husein en Irak se han despejado. Bush quiere moverse en un escenario de guerra más real para mostrar cómo lucha contra los peligros que se ciernen, no ya sobre su país, sino sobre el mundo, y eso un año después de comenzar la guerra contra el terrorismo cuyo resultado es poco claro. El inductor de los ataques, Osama Bin Laden, sigue sin aparecer ni vivo ni muerto, como pedía el combativo Bush hace 12 meses, pero ahora todo el omnipresente debate bélico domina el deseado derrocamiento de Sadam Husein. Los analistas políticos creen que, con o sin aliados, tanto Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, como el vicepresidente, Dick Cheney, han hecho declaraciones que harán difícil, políticamente hablando, un replanteamiento de los planes militares. El secretario de Estado y eterno disidente, Colin Powell, ha mantenido un discreto primer plano para sumarse con poco entusiasmo y tarde a los acordes de los tambores de guerra.

Los analistas económicos no se atreven a hacer una valoración precisa de lo que esta segunda guerra contra Sadam podría deparar, pero sí creen que habrá un fuerte impacto al alza en los precios del petróleo (a las puertas del previsible incremento de consumo en invierno). Para Harris, de Lehman, tanto 'la naturalmente inacabable guerra contra el terrorismo como la acción contra Irak están arrastrando a los mercados, a los consumidores y la confianza empresarial'. Muchos analistas, empresarios y economistas responden negativamente a la pregunta de si EE UU está preparada económicamente para librar este nuevo conflicto bélico. La anterior guerra contra Irak costó 60.000 millones de dólares pero fue sufragada también por Reino Unido, Francia, Alemania, Canadá, Italia y algunos Estados del Golfo que ahora no parecen dispuestos a participar.

La prioridad es desbloquear el limbo económico al que aludía Steinberg. Mañana es el primer día después del primer aniversario de los ataques y la tarea apremia antes de que el tiempo profundice la desconfianza de los consumidores. La cuestión es que muchos resortes que fueron útiles hace un año ya están tocados: rebajas de impuestos (anterior al 11-S), tipos de interés al 1,75% (los más bajos en 40 años) y fuerte gasto público. 'Desafortunadamente, las políticas asumidas por la Administración dejan poco margen para lidiar con nuevos problemas', según Lehman. Para empezar, la Reserva Federal de Alan Greenspan es ahora más conservadora que el año pasado, y aunque existe el deseo de que rebaje más el precio del dinero, hay muy pocos que apuesten por que ocurra a corto plazo. Greenspan ha admitido debilidades en la economía pero prefiere 'esperar y ver'. Lo que ya nadie cree es que los tipos suban en el medio plazo. La Reserva puede bajar aún más, aunque ésa no es la panacea, como se ha evidenciado en Japón.

La ayuda va a ser difícil que venga de la Casa Blanca. El presidente Bush quiere volver a reducir los impuestos, según dice en los actos preelectorales de recogida de fondos. Los demócratas se han cuidado mucho de mencionar el tema en los actos previos de campaña pero no quieren ni oír hablar de ello, máxime cuando las previsiones del aumento del déficit presupuestario y su extensión hasta al menos 2005 son incontestables. La Oficina Presupuestaria del Congreso cree que volver al superávit abandonado en 2001 será imposible antes de 2006 y en Wall Street no se apuesta por números negros hasta 2010. La rebaja fiscal plantea dudas. Harris cree que hay poco margen porque la situación ya es comprometida 'más aún a nivel local, donde los gobernadores de los Estados luchan por cuadrar los Presupuestos'.

El Estado sigue mermando su capacidad de maniobra subiendo el nivel de deuda (algo que Bush tampoco incluyó en su campaña) mientras se amplía el déficit por cuenta corriente. El FMI ya advirtió al secretario del Tesoro, Paul O'Neill, del problema, pero éste se asió al atractivo de EE UU para invertir y quitarle importancia. El hecho es que la caída del dólar y de los mercados, muy afectados por la crisis de confianza que se espera recuperar gracias a la estricta legislación de nuevo cuño, han afeado este atractivo.

La salida tiene que venir por la pata más paralizada de la economía: las empresas, que hasta ahora han ajustado plantillas y producción y se han olvidado de invertir. Para Steinberg, la clave son resultados positivos creíbles. Según este analista, lo previsible es que las empresas empiecen a mostrar mejores resultados debido a los menores costes de una mano de obra cada vez más productiva. Esto, aseguran los economistas, debería permitir romper el círculo vicioso que ha encerrado a las empresas en una dinámica bajista en Bolsa y les ha dejado sin posibilidad de invertir.

Las empresas de bienes y servicios de consumo están de enhorabuena porque, a pesar de que se espera que la tasa de paro supere el actual 5,7% (sigue destruyéndose empleo) y la calidad del mercado laboral esté muy perjudicada, el bajo precio del dinero y el poco atractivo de la inversión en Bolsa han permitido que el consumo se mantenga.

¿Cuánto aguantará el consumidor? Las cifras de la Reserva dicen que la deuda de los hogares crece (1,72 billones de dólares en julio). El mercado laboral tiene que mejorar para que los consumidores sigan gastando 'pero no está pasando aún y es claramente el mayor riesgo para nuestra economía', afirma el analista de Merrill Lynch.

Los ciudadanos así lo piensan y, como consumidores, la confianza económica se erosiona. Como votantes, y según encuestas de The New York Times y Washington Post, están retirando tímidamente el apoyo sin concesiones que otorgaron a Bush. Los demócratas toman nota y sin reparos incluso se distancian del crucial tema iraquí. Es posible que la mayoría demócrata, pero también algunos republicanos, paren la autorización para que EE UU se embarque en otro conflicto más; por eso Rumsfeld ha desdeñado su papel. Robert Kaiser, senador demócrata por Georgia, pedía razones. '¿Por qué ahora?', 'Rusia y Afganistán también tienen armas nucleares', '¿esto va sólo de petróleo?'.

No son los únicos. Con las elecciones en puertas, el presidente ha optado por el unilateralismo exacerbado en política exterior y comercial, además de mostrar un profundo desdén por el mundo árabe en el conflicto de Oriente Próximo. Todo ello ha marcado los límites de la solidaridad mundial otorgada el 11-S y distanciado el mundo de EE UU. Con la excepción de Reino Unido, los aliados europeos (socios en la OTAN) no creen justificable el ataque y marcan las distancias. Las soberbias declaraciones de Rumsfeld diciendo que no aportará más evidencias no ayudan al acercamiento cuando normalizar las relaciones exteriores con diplomacia debe ser prioridad para la Casa Blanca. Su aislamiento es cada vez más su debilidad.

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