Cumbre de la Tierra, del diagnóstico al compromiso
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, que se celebra en Johanesburgo, es la segunda Cumbre de la Tierra, conocida también como Río+10 para vincularla a los objetivos marcados en la primera, que tuvo lugar en Río de Janeiro hace 10 años.
Allí se hizo un buen diagnóstico sobre los principales peligros que atenazan el futuro del planeta. El recalentamiento de la superficie terrestre, la escasez de agua, la deforestación o la amenaza de extinción de muchas especies fueron advertidos por los científicos, aireados por las ONG y otros movimientos sociales y los dirigentes políticos parecieron tomar conciencia al declarar: 'La causa principal de la degradación constante del medio ambiente es un esquema de producción y consumo inviable, sobre todo en los países industrializados, sumamente preocupante en la medida que agrava la pobreza y los desequilibrios'.
Pero la materialización de la conciencia se derivó hacia tres convenciones internacionales a realizar posteriormente, sobre cambio climático, biodiversidad y desertificación, además de adoptar una agenda sobre el desarrollo sostenible (Agenda 21).
La evaluación no mueve al optimismo. La primera de las convenciones, en torno a la reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero y encarnada en el Protocolo de Kioto, llega a Johanesburgo sin entrar en vigor por la tardanza para su ratificación en varios países y mermada considerablemente de efectividad por la negativa de EE UU a suscribirlo.
La consecuencia práctica es que, transcurrida una década, las emisiones de dióxido de carbono han aumentado el 9% (un 18% en EE UU).
La que tenía que tratar sobre biodiversidad se quedó bloqueada en un protocolo de bioseguridad y la realización de la tercera no se acordó hasta 1994, de forma que sigue la tala de bosques a razón de 17 millones de hectáreas anuales y sin normas que frenen su metamorfosis en desiertos.
En cuanto a las iniciativas para un desarrollo duradero, sólo cabe decir que no han pasado de empeños loables pero de ámbito local y, en consecuencia, de muy escasas repercusiones.
El 20% de la población mundial, concentrada en los 30 países más ricos, sigue consumiendo el 80% de las energías no renovables y el 40% del agua potable, mientras mueren diariamente 30.000 personas en las zonas menos desarrolladas por ingerir agua contaminada.
En definitiva, el diagnóstico es más inquietante 10 años después de Río. Para el director ejecutivo del Programa de Medio Ambiente de Naciones Unidas, Klaus Toepfer, el cambio global del medio ambiente está avalado por nuevas evidencias científicas y requiere mayores esfuerzos para paliar sus efectos y prevenirse ante mayores deterioros. Y el 'modelo de producción y consumo inviable' se ha acentuado con la globalización de los mercados, profundizando la desigualdad relativa entre pobres y ricos, caracterizada como un apartheid global por el presidente de Suráfrica, Thabo Mbeki, en la sesión inaugural de la Conferencia, al tiempo que denunciaba la falta de voluntad en la ejecución de la Agenda 21.
Pese al agravamiento de los problemas y la mayor conciencia de la ciudadanía, de las organizaciones de la sociedad civil y de gran parte de los Gobiernos, aún está por ver el alcance de los compromisos que se adopten en la capital surafricana.
El documento preparatorio, el L.1, elaborado en Bali en junio, detalla con precisión lo que hay que hacer en casi todos los campos, pero carece de concreción sobre quiénes tiene que hacerlo y con cuánto han de contribuir para financiar desde las transferencias tecnológicas hasta el apoyo a la normalización institucional en los países en vías de desarrollo pasando por la educación.
Los debates en sesiones plenarias, presididas con el imperativo '¡Conseguir!', vienen abordando los principales retos (salud, biodiversidad, agricultura, consumo, agua y energía) desde el lunes hasta hoy, jueves, en que comienzan las intervenciones las ONG.
Pero quienes tienen la mayor responsabilidad para conseguir resultados alentadores ante los retos planteados, que son los Gobiernos, hablarán los tres últimos días. Y, lamentablemente, todo apunta a que vendrán con las rebajas. Así es de temer, vista la actitud de EE UU, que mantiene su oposición a reducir las emisiones de gases contaminantes y sigue con su política comercial, liberal para inundar los mercados externos y proteccionista con su agricultura, además de la muy reveladora ausencia de su presidente, más ocupado ahora en obtener el plácet del Congreso y de los aliados para lanzar otra guerra contra Irak (lo que ha provocado ya la subida a 27 dólares el precio del barril de petróleo) que en reforzar la cooperación internacional contra la pobreza.
Queda la esperanza del pretendido liderazgo de la UE, pero difícilmente se puede ejercer en el plano internacional lo que no se ha forjado previamente con mayor unidad política entre los europeos.