Productividad cuestionada
Recientemente se han hecho públicas las cifras del incremento de la productividad en EE UU: 8,6% en el primer trimestre del año y 1,1% en el segundo. Cada vez que se publican estas estimaciones se analiza cuidadosamente en qué sectores se han producido los mayores incrementos, y se desata una discusión sobre si las enormes inversiones en tecnologías de la información contribuyen o no realmente a reforzar los incrementos de la productividad (al menos en una proporción que haga honor a los enormes desembolsos que las empresas realizan para conseguirlos).
La revisión a la baja que han hecho las autoridades norteamericanas del crecimiento que mantuvo su economía en el periodo 1999-2001, de una tasa del 3,1% al 2,7%, ha supuesto un nuevo golpe para el ya muy baqueteado mito de los incrementos de productividad experimentados en la economía EE UU en los últimos años de la década pasada. Los otros golpes le han sido propinados por los escándalos contables que se iniciaron en la empresa Enron y que, posteriormente, han terminado por marcar este periodo. Entre los elementos que constituyen la vuelta a la realidad está el que, por primera vez en tres años, los beneficios de las empresas que forman el índice S&P 500 han empezado a estar en línea con los que calcula la contabilidad nacional, unas cifras éstas que excluyen las plusvalías y, como es natural, toman en cuenta al conjunto de las empresas del país y no sólo a las que cotizan en Bolsa.
Lo cierto es que si la crisis económica actual con toda su complejidad puede ser definida de alguna forma es como una crisis clásica de sobreproducción. Para ilustrarlo basta con recurrir a las cifras de la inversión en EE UU durante los años noventa: entre el año 1992 y el año 2000 el porcentaje que la inversión representaba sobre el PIB pasó del 9,5% al 14%. Y dentro de ese aumento de la inversión, la realizada en tecnología pasó del 15% al 50%.
Se empieza a cuestionar si las grandes inversiones en tecnologías de la información contribuyen a reforzar los incrementos de la productividad
Es bien conocido que una buena parte de esas inversiones se revelaron después como puro despilfarro. Proyectos empresariales sin ningún viso de viabilidad, principalmente en los sectores de telecomunicaciones y nuevas tecnologías. La quiebra de empresas del sector del cable, el cierre de otras que ligaron su futuro al crecimiento del negocio por Internet o el puro retraso de los proyectos de móviles de tercera generación, si es que no su cuestionamiento, son ejemplos conocidos.
Los partícipes en fondos de renta variable, en general, y en fondos tecnológicos o de telecomunicaciones, en particular, han experimentado en carne propia los efectos de esas inversiones excesivas. Desde marzo de 2000, la rentabilidad media de los fondos de telecomunicaciones y la de los fondos tecnológicos ha sido prácticamente igual, de -76%.
Pero lo más curioso es que el cuestionamiento de los incrementos de la productividad en EE UU pudiera estarnos quitando el consuelo de haber sido inmolados en el altar del avance tecnológico puesto al servicio de los saltos de productividad. Según un informe realizado hace ya un año por la consultora McKinsey, la mayor parte de los incrementos de productividad experimentados por la economía EE UU se concentraron en seis sectores de los 59 en que está dividida la economía norteamericana, y se podían atribuir, en cinco de los seis casos, a las mejoras introducidas en sus modelos de negocio y no a la inversión en tecnología. Suficiente para explicar la poca disposición que ahora tienen las empresas a incrementar la inversión en esta área.