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Tribuna
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Lo viejo y lo nuevo en agosto de 2002

Si hay desaceleración económica en los países industrializados y, especialmente, en la UE, es lógico que la haya en España. Si la inversión en bienes de equipo ha ido reduciendo su tasa de crecimiento desde 1999 y si el rendimiento de las empresas, tanto márgenes como resultado ordinario, se reduce, es normal que la creación de empleo muestre menos vigor que hace dos ejercicios. Si, pese a lo anterior, el crecimiento de la actividad y empleo sigue siendo superior al que hay en la eurozona, y si la política monetaria tiene una orientación expansiva basada en el conjunto del área, es comprensible el mayor aumento de los precios de consumo. Estos datos entran dentro de lo esperado a tenor de lo ocurrido en las últimas décadas.

Menos habitual, aunque previsible por la tendencia de los últimos seis años, es que en una fase descendente del ciclo el PIB real español muestre un crecimiento superior al de la UE y, especialmente, que el empleo haya crecido en el segundo semestre a razón de 2.000 personas por día según la encuesta de población activa (EPA) y tal como se recoge en la evolución de cotizantes a la Seguridad Social.

También es menos explicable, con un enfoque macroeconómico, que suba el paro, pero eso se debe al aumento de la tasa de actividad que recoge la nueva EPA, con lo que en realidad es otra presentación de las personas sin ocupación anterior.

En el ámbito de lo que, para algunos, era dudoso, se ha confirmado la firmeza de la orientación gubernamental en cuanto al control del déficit público y la orientación en el mismo sentido de la UE, a pesar de las tentaciones políticas de relajar el control.

Se ha confirmado que la salida de la crisis evidenciada (pero preexistente) el 11 de septiembre de 2001 no sería inmediata. Por lo tanto, poca novedad en esto.

Lo inédito del momento es el cambio en la percepción del futuro. Se atribuye a Keynes la afirmación de que lo previsto nunca ocurre, lo que pasa es lo inesperado. Pues bien, en la actualidad lo que se espera es, precisamente, lo inesperado, en forma de ataque terrorista con víctimas, el rebrote de conflictos entre países vecinos, posibilidad de conflicto bélico entre países distantes, el cambio de normas contables que supone aumento del coste de verificación y más desviación entre los criterios contables usados en distintas áreas, incremento de responsabilidad de los gestores empresariales y otras situaciones y medidas legales que aumentan la incertidumbre.

En la vida empresarial se transforman costes ciertos en ingresos inciertos que dependerán de cuánto se venda, del precio al que se coloque, del volumen de impagados y otros factores. Eso se puede estimar en función de la experiencia pasada con márgenes de error que dependerán de la conducta de la competencia, del nivel de la actividad económica en general y de otros factores no controlables, como el cambio en la regulación, en las expectativas de los agentes económicos o las políticas económicas.

La incertidumbre afecta a situaciones sin precedentes como las referidas al entorno o al lanzamiento de un producto o una nueva línea de actividad.

La percepción del entorno rara vez es homogénea, con lo que las actitudes optimistas de unos coinciden con las pesimistas de otros, y así, unos invierten pensando en un pronto cambio de situación mientras otros desinvierten.

Aunque la realidad sea la misma, las diferencias en cuanto a situación, a la información disponible y su análisis configuran decisiones distintas. En estos momentos parece como si hubiera más homogeneidad, los datos accesibles coincidieran y la valoración fuera similar, con lo que la atención al entorno, que muchas veces es secundaria, se pone en primer plano y se está a la espera de una nueva sorpresa, en general desagradable. Sin embargo, aunque la realidad no difiere de la vivida en otros momentos de desaceleración o estancamiento, la postura escéptica, de la que se deriva la inhibición, la postergación de inversiones y el asumir orientaciones defensivas tienen una presencia destacada.

Las percepciones cambian y, mientras no lo hacen, las autoridades económicas hacen bien en apoyar los principios y valores que evitan debilitar la economía al tiempo que deben avanzar en los muchos retoques que aceleran la recuperación y el aumento del empleo, tales como la reducción de cotizaciones a la Seguridad Social, el énfasis en la innovación e investigación empresarial, la oferta (transitoria) de incentivos a la inversión, por ejemplo en forma de libertad de amortización de equipos informáticos, o que mejoren la seguridad e higiene en el trabajo, el refuerzo a la competencia que ayude a controlar el IPC o el impulso a la construcción que le permita consolidar su función de puente hasta el próximo despegue.

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