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Químicas

El fin de las patentes farmacéuticas acelera los procesos de fusión

El sector farmacéutico se enfrenta a un panorama complicado. Algunas patentes de medicamentos de gran difusión finalizan próximamente, mientras siguen madurando las investigaciones para el lanzamiento de nuevos fármacos. Esta situación está en el trasfondo de los procesos de fusión que se han puesto en marcha en el sector, debido a los fuertes desembolsos que requiere la puesta en el mercado de un nuevo medicamento, que se cifra en unos 802 millones de euros y 12 años de trabajos previos.

Cada año se lanzan entre 100 y 200 medicamentos en el mundo, pero muchos de ellos se dedican a las mismas áreas terapéuticas. Los antidepresivos son los que tienen un mayor potencial de crecimiento y los más rentables son los anticancerosos y los fármacos contra el sida. El número de medicamentos puestos en el mercado entre 1985 y 1997 cayó un 17%, según un estudio de la consultora PricewaterhouseCoopers.

A esta tendencia, que ha aumentado en los últimos ejercicios, hay que añadir la corta vida comercial de una patente, que es de 20 años. Hasta 2005, ocho medicamentos de prescripción de entre los diez más vendidos del mundo perderán la patente en Estados Unidos, el principal mercado mundial (incluyendo el antidepresivo Prozac de Eli Lilly, que ya recibió la competencia de los genéricos en agosto de 2001 y el antiulceroso Losec de AstraZeneca, que también ha agotado la patente). Y todos corresponden a multinacionales situadas entre las 10 primeras del sector.

Según los datos de la Asociación Europea de Medicinas Genéricas, Pfizer verá extinguirse la patente de Lipitor (anticolesterol), Norvasc (cardiovascular) y Zolofit (antidepresivo), Eli Lilly perderá Zyprexa (antipsicótico), GlaxoSimthkline el antidepresivo Seroxat y Merck perderá Zocor (anticolesterol).

Esta situación preocupa a las grandes compañías del sector, que ven reducirse la cartera de medicamentos novedosos para lanzar al mercado (se dedican a descubrir otras aplicaciones del medicamento) y expirar las patentes existentes.

Las multinacionales ya hace tiempo que han potenciado la exploración de alternativas (biotecnología y genómica) a través de acuerdos con pequeñas empresas o universidades que descubren algún principio activo. Sin embargo, el grueso de los proyectos se sigue encaminando hacia la investigación tradicional de medicamentos, aumentando los presupuestos de investigación.

Pero el retorno de la inversión se acorta cada vez más. El desarrollo de un medicamento dura una media de entre 10 y 12 años, lo que representa que el tiempo para recuperar la inversión se reduce a menos de la mitad de la vida de una patente.

El socio responsable del sector Farma de Pricewaterhouse, Carlos Canela, destaca que 'sólo entre un 20% y un 30% de las moléculas que han entrado en ensayos clínicos pasan a la fase de aprobación, representando las fases clínicas casi un 50% del total del gasto de I+D'.

Por otra parte, el estudio de Pricewaterhouse destaca que el coste medio de un nuevo fármaco ha pasado de 230 millones de euros en 1991 a 802 millones en 2000. Esta última cifra supone un coste mayor que cuatro aviones Airbus A-340, según otro informe del Departamento de Industria de la Generalitat.

Este panorama es un abono para las fusiones, aunque no siempre son la mejor solución. La alternativa es la colaboración, 'estableciendo acuerdos y alianzas con otros laboratorios o compañías biotecnológicas', asegura Canela. Además, existe la posibilidad cada vez más extendida de la inversión conjunta para desarrollar un medicamento concreto, o vender la licencia en fases avanzadas de la investigación.

En cualquier caso, el reciente anuncio de la compra de Pharmacia por parte de Pfizer ha relanzado la fiebre de fusiones. Los rumores apuntan ahora un supuesto interés de GlaxoSmithkline sobre Eli Lilly.

Cada año se lanzan entre 100 y 200 medicamentos en el mundo, pero muchos de ellos se dedican a las mismas áreas terapéuticas. Los antidepresivos son los que tienen un mayor potencial de crecimiento y los más rentables son los anticancerosos y los fármacos contra el sida. El número de medicamentos puestos en el mercado entre 1985 y 1997 cayó un 17%, según un estudio de la consultora PricewaterhouseCoopers.

A esta tendencia, que ha aumentado en los últimos ejercicios, hay que añadir la corta vida comercial de una patente, que es de 20 años. Hasta 2005, ocho medicamentos de prescripción de entre los diez más vendidos del mundo perderán la patente en Estados Unidos, el principal mercado mundial (incluyendo el antidepresivo Prozac de Eli Lilly, que ya recibió la competencia de los genéricos en agosto de 2001 y el antiulceroso Losec de AstraZeneca, que también ha agotado la patente). Y todos corresponden a multinacionales situadas entre las 10 primeras del sector.

Según los datos de la Asociación Europea de Medicinas Genéricas, Pfizer verá extinguirse la patente de Lipitor (anticolesterol), Norvasc (cardiovascular) y Zolofit (antidepresivo), Eli Lilly perderá Zyprexa (antipsicótico), GlaxoSimthkline el antidepresivo Seroxat y Merck perderá Zocor (anticolesterol).

Esta situación preocupa a las grandes compañías del sector, que ven reducirse la cartera de medicamentos novedosos para lanzar al mercado (se dedican a descubrir otras aplicaciones del medicamento) y expirar las patentes existentes.

Las multinacionales ya hace tiempo que han potenciado la exploración de alternativas (biotecnología y genómica) a través de acuerdos con pequeñas empresas o universidades que descubren algún principio activo. Sin embargo, el grueso de los proyectos se sigue encaminando hacia la investigación tradicional de medicamentos, aumentando los presupuestos de investigación.

Pero el retorno de la inversión se acorta cada vez más. El desarrollo de un medicamento dura una media de entre 10 y 12 años, lo que representa que el tiempo para recuperar la inversión se reduce a menos de la mitad de la vida de una patente.

El socio responsable del sector Farma de Pricewaterhouse, Carlos Canela, destaca que 'sólo entre un 20% y un 30% de las moléculas que han entrado en ensayos clínicos pasan a la fase de aprobación, representando las fases clínicas casi un 50% del total del gasto de I+D'.

Por otra parte, el estudio de Pricewaterhouse destaca que el coste medio de un nuevo fármaco ha pasado de 230 millones de euros en 1991 a 802 millones en 2000. Esta última cifra supone un coste mayor que cuatro aviones Airbus A-340, según otro informe del Departamento de Industria de la Generalitat.

Este panorama es un abono para las fusiones, aunque no siempre son la mejor solución. La alternativa es la colaboración, 'estableciendo acuerdos y alianzas con otros laboratorios o compañías biotecnológicas', asegura Canela. Además, existe la posibilidad cada vez más extendida de la inversión conjunta para desarrollar un medicamento concreto, o vender la licencia en fases avanzadas de la investigación.

En cualquier caso, el reciente anuncio de la compra de Pharmacia por parte de Pfizer ha relanzado la fiebre de fusiones. Los rumores apuntan ahora un supuesto interés de GlaxoSmithkline sobre Eli Lilly.

La Administración controla los efectos secundarios

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Las Administraciones han aumentado la denominada farmacovigilancia, el control de los medicamentos una vez puestos en el mercado. En este sentido, el Gobierno español aprobó un real decreto a mediados de julio, a raíz de una directiva de la Comisión Europea. La retirada del mercado del medicamento anticolesterol Lipobay de Bayer durante el verano pasado ha contribuido a esta reacción de las autoridades regulatorias. Sin embargo, 'no hay nadie más interesado que los propios laboratorios sobre la seguridad de los fármacos', asegura el director del departamento técnico de la patronal Farmaindustria, Emili Esteve. 'El creciente presupuesto en investigación y el aumento de las pruebas clínicas avala la fiabilidad de los medicamentos. No conozco ningún otro sector de consumo que tenga unos controles de calidad tan estrictos como el farmacéutico', añade.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Con todo, las Administraciones han centrado su interés tradicionalmente en contener el gasto en medicamentos. La factura sigue creciendo a pesar de las listas negativas de fármacos y otras medidas de control como el recorte del margen de laboratorios y de farmacias. El importe medio por receta de especialidades farmacéuticas en el mercado de la Seguridad Social española pasó de 6,7 euros en 1992 a 11,4 en 2000, lo que equivale a un crecimiento del 70% en unidades monetarias corrientes, según destaca el estudio de la industria catalana correspondiente a 2001 que ha elaborado la Generalitat de Cataluña.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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