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Columna
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Informalidad

En Latinoamérica llaman informalidad a la economía sumergida. Carlos Solchaga cree que este fenómeno tan extendido en la región es una de las principales causas del subdesarrollo

Así lo llaman: informalidad. Con ese eufemismo tan latinoamericano se conoce el fenómeno de la economía subterránea en situación irregular que no paga impuestos, evade las cotizaciones sociales, elude los procedimientos de contratación laboral regular, oculta su verdadera contabilidad y compite con deslealtad frente a los pocos que respetan las reglas del juego y aceptan el imperio de la ley en los distintos países de la región. Desde un máximo del 65% del PIB en Bolivia (62% en Panamá y 58% en Perú) hasta un mínimo del 18% en Chile, el fenómeno está presente de manera casi ofensiva en todo el continente. Estos datos son del Banco Mundial y están fechados en 1997, pero no hay ninguna razón para pensar que el orden de magnitud de lo que la informalidad representa haya cambiado significativamente en los últimos cinco años.

Cuando yo era joven se atribuía este fenómeno, así como el desempleo oculto con el que se conectaba, a la dualidad estructural de muchas de las sociedades latinoamericanas. Frente a un sector industrial y terciario moderno y formalizado, ubicado en general en las zonas urbanas y organizado en torno a las instituciones jurídicas y los sistemas de funcionamiento propios de una economía de mercado, siempre se encontraba una agricultura prácticamente de subsistencia con alto nivel de autoconsumo, arraigada en zonas remotas apenas comunicadas con el país oficial, con altos niveles de analfabetismo, escasa presencia del Estado, ausencia casi total de instituciones financieras y de crédito, etc., etc. En esas condiciones parecía perfectamente normal que una parte importante de la economía no aflorara en las estadísticas oficiales.

Quizá eso era verdad entonces. Pero es mucho más difícil creer que sea una buena explicación de la informalidad en la actualidad después de las mejoras en el transporte y las comunicaciones del último medio siglo, los avances en las tasas de alfabetización, y, sobre todo, de la gigantesca emigración a las ciudades que ha vaciado la economía agraria de subsistencia de muchos de sus antiguos peones. Hoy la economía subterránea se ubica en las ciudades y sus extensos suburbios, resultando lo que queda en las zonas agrarias remotas y atrasadas tan sólo un residuo apenas relevante en el inmenso océano de la irregularidad económica que ahoga las raíces que deberían nutrir el desarrollo del país.

Un acuerdo no reconocido entre los diversos grupos corporativos que goza de un irresponsable respaldo de los partidos y de un consentimiento escandaloso de asociaciones patronales y sindicatos ha permitido que en todos los países de la región se haya generado un fenómeno gigantesco de falseamiento de la realidad, de consentimiento con la irregularidad y de incumplimiento permanente de la ley con el conocimiento y la aceptación de todos. El resultado de todo ello es la opacidad de estas naciones y la falta de garantías sobre reglas del juego claras y respetadas por todos. Es difícil exagerar la importancia en las consecuencias que se derivan de esta invasión de la irregularidad en todas las áreas de la vida económica y social y, por ello, también de la vida política. En primer lugar está la corrupción que introduce en la vida pública esta falta de transparencia. Está en segundo lugar el rechazo que estas prácticas producen entre inversores internacionales y agencias multilaterales. En tercer lugar están los efectos perversos que se derivan para la autoridad y legitimidad del Estado y de las instituciones públicas. En cuarto lugar, y sin ánimo de acabar con la lista de los efectos negativos de este consentimiento social con la ilegalidad, su persistencia hace imposible la construcción de Estados eficientes y con recursos suficientes para garantizar el desarrollo económico y social. De este modo, la persistencia de la economía irregular no es, como algunos creen, la consecuencia inevitable del subdesarrollo, sino que es una de las causas fundamentales de la permanencia en el mismo y de la incultura e inestabilidad política que suelen asociarse a tal situación.

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