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Columna
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Hace falta algo más que palabras

Durante los años pasados, las palabras de los reguladores y las del presidente del Banco Central de los Estados Unidos bastaban para inyectar calma en momentos de turbulencia de los mercados y restaurar la confianza de los inversores. La experiencia de las últimas semanas indica que Alan Greenspan ya no es el que era y que el regulador de valores, Havey Pitt, no es el que pretendía ser tras sustituir a Arthur Lewitt. Quizá la diferencia entre las reacciones que provocaban los mandatarios americanos ayer y las que provocan hoy radique en que antes se entendía que los momentos de pánico que se pretendían calmar eran injustificados y, en cambio, hoy cada día aparecen noticias que hacen difícil convencer que eso es así.

Las palabras no son lo que eran porque las cifras a las que los inversores habían reaccionado tampoco ahora resulta ser lo que eran. Por eso, parece importante que las autoridades americanas no caigan en la tentación de hacer declaraciones forzadamente optimistas so pena de volver a alimentar la misma enfermedad. El activismo exagerado no servirá para impedir que siga deteriorándose la confianza de los inversores. Lo que hace falta es que, reconocidas las culpas, se vayan corrigiendo los errores: se adecúen las normas, si hace falta, y, sobre todo, se apliquen. Quizá se puede decir, como conclusión, que aunque parezca negativa tendrá consecuencias positivas, que a partir de ahora los inversores deberán hacer un esfuerzo por protegerse y ser suspicaces ante resultados contables e informes de analistas.

El esfuerzo por no ofrecer imágenes sesgadas hacia el optimismo de la realidad también lo deben practicar los responsables de las políticas económicas. Las declaraciones del presidente de la Reserva Federal, hace una semana ante el Congreso y ante el Senado norteamericanos, añadieron al propósito reconocido de proporcionar una visión cauta de la situación económica y sus perspectivas una declaración de confianza en que la recuperación está en camino.

Ofreció cifras para avalarlo, con la esperanza de que los números den más credibilidad a las opiniones, y fue franco en reconocer el problema de algunas empresas americanas. Pero, sin embargo, olvidó referirse a un factor de inestabilidad de la economía americana, como es el déficit exterior. Hace tres años, con la crisis de los países del sureste asiático y de Argentina y Brasil, se publicó una serie de recomendaciones para mejorar la arquitectura financiera internacional. Se señalaban como tres pilares de una arquitectura financiera sólida: (a) la transparencia de las políticas monetaria y fiscal, de las actuaciones de los organismos responsables, de las que había que dar cuenta y razón (accountability) a la sociedad; (b) la supervisión doméstica sobre la solvencia de las entidades, y (c) las buenas prácticas empresariales y financieras, y la disciplina ejercida por el mercado.

Hay que señalar que el primer pilar se refiere a los países y sus políticas, que son la base primera de la estabilidad. Esta política de solidez, fiabilidad y transparencia se referían tanto a los países emergentes como a los desarrollados. Así lo ha destacado el FMI, que ha realizado una petición para que los países industrializados constituyan un ejemplo en la corrección de sus desequilibrios económicos y financieros, y que ha señalado la necesidad de que EE UU corrija su déficit exterior, y los países europeos aceleren las reformas estructurales. Parece lógico que no sólo se impongan condiciones sobre los países emergentes y que las recomendaciones sobre transparencia y buenas prácticas las apliquen todos.

Tras aquella delimitación de los principios de la buena arquitectura financiera, la realidad es que sólo ha habido un esfuerzo en aplicarse los mismos como condicionalidad para concesión de préstamos por organismos internacionales, pero no se ha extendido el interés en los países industriales. Por ello, no se aplicaron medidas para garantizar el tercer pilar, ni el segundo, y esperemos que sí funcione el primero.

También hay que esperar que las medidas que ahora se anuncian se apliquen de verdad, incluso cuando no haga falta restaurar ninguna confianza rota por los hechos y por las palabras no cumplidas.

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