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Tribuna
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'Miénteme, dime que me quieres'

Mucha gente cree que la contabilidad es una ciencia determinista que permite dar una 'imagen fiel del patrimonio y de la situación financiera de la empresa' olvidándose de que esto ocurre 'de conformidad con los principios y normas contables generalmente aceptados'.

Basándose en estos principios, Worldcom, con la anuencia de sus auditores, consideró que 3.055 millones de dólares de gastos operativos de 2001 -costes de utilización de líneas telefónicas- podían contabilizarse como inversiones y formar parte del patrimonio de la sociedad. Con los mismos principios y con el concurso de otro auditor han decidido devolver el concepto de gasto a esa partida, lo que convertirá los beneficios antes de impuestos de 2.395 millones en pérdidas de 660.

A pesar de que los beneficios por acción de Worldcom habían crecido un 5% en 2001, la cotización de las acciones empezó a caer en el 2002 de 15 dólares en enero a 0,85 en el mes de junio, antes de que la empresa hiciera público el maquillaje contable. Parece, pues, que no podemos achacar a los beneficios, ni los de antes ni los de ahora, la pérdida de valor de la compañía.

Existe una sorprendente idolatría del mercado hacia el beneficio. Obtener ganancias crecientes a lo largo del tiempo es considerado por los agentes, léase analistas, inversores y prensa especializada, como el mejor parámetro para medir el éxito en la gestión de una empresa. Lo contrario es el fracaso. Existe la creencia de que un descenso del beneficio sobre el conseguido el año anterior provoca fuertes caídas en la cotización de las acciones. Pero no sólo eso, cualquier expectativa no cumplida de beneficios previstos -los famosos profit warnings- afecta a la sensibilidad de los prescriptores haciéndoles desconfiar del futuro de la empresa.

No obstante, en las escuelas de negocios no nos cansamos de repetir que el beneficio a corto plazo, debido a su versatilidad, no es un indicador fiable de la buena o mala marcha de una empresa.

Muchos analistas inversores y periodistas ya saben que para que la cotización se incremente de manera sostenida, independientemente de las alzas y bajas coyunturales, es necesario poner en marcha negocios que creen valor, es decir, aquellos que generan dinero para los accionistas en mayor proporción del que éstos pusieron al inicio de la aventura empresarial, y no operaciones que consigan buenos resultados desde el primer momento, pero que no producen el dinero suficiente para compensar la inversión y el riesgo asumido por los propietarios del capital. Sin embargo, cuando se sumergen en el fragor del mercado se olvidan de este principio y vuelven sus ojos al indicador ídolo, becerro de oro, que durante setenta años ha guiado a todas las generaciones de arúspices financieros: el resultado contable.

¿Qué hará en estas circunstancias un directivo profesional que sabe que el mercado está identificando incrementos de beneficio con subidas de cotización y viceversa, si tiene ligada su retribución variable al precio de las acciones de fin de año? ¿Qué haría usted si la contabilidad le permitiera adecentar los resultados por los que tanto suspira el mercado?

Necesitamos un sistema de medida del desempeño que tenga en cuenta los parámetros que realmente influyen en los precios de las acciones: cuánto dinero estará disponible para el accionista, cuándo y con qué riesgo. Mientras esto no ocurra, estaremos incitando a los directivos de las empresas a que nos engañen. Algo así como lo que Sterling Hayden le decía a Joan Crawford en la película Johnny Guitar: 'Miénteme, dime que me quieres'.

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