Nacido del volcán
Con un estilo tan personal como su paisaje, cubierto por la ceniza del Timanfaya, Lanzarote es un milagro enológico, de cultivo artesanal y elaboración minimalista
Lanzarote es la isla más septentrional del archipiélago canario. A tan sólo 100 kilómetros de la costa africana y en la misma latitud que Florida, su tierra y su vegetación son únicas en el mundo, con 300 conos volcánicos y la todavía patente y latente actividad de su omnipresente Timanfaya, que provocó una destrucción total allá por 1730 y un verdadero replanteamiento agrícola y social. La erupción cubrió campos de cenizas volcánicas, sorprendentemente idóneas para el cultivo de la vid, lo que motivó un creciente interés vitícola.
El estilo de los vinos lanzaroteños ha estado durante siglos muy marcado por los gustos de aquellos pueblos que paraban en sus costas para embarcarse hacia el continente africano o las Américas. Peninsulares, ingleses y portugueses apreciaron ya en el siglo XVIII las excelencias de estos vinos artesanales, cuyos dulces les recordaban los míticos vinos de Madeira. Pero las dificultades implícitas en la propia geografía de la isla -distanciamiento, falta de agua, mínima producción, imposibilidad de una viticultura extensiva, etc.- forzaron un retroceso en el mercado, conservando, en el año 1980, sólo dos de sus bodegas, El Grifo y Mozaga. En la actualidad, Lanzarote está instalada en una posición preferente en el mundo elaborador, superando la quincena de bodegas, cuyos vinos son considerados como verdaderas joyas enológicas.
La DO Lanzarote se crea en 1994, agrupando a los pequeños viticultores de la isla. Con 2.300 hectáreas de viñedo, la isla posee tres zonas diferenciadas. La Geria se sitúa entre los municipios de Yaiza y Tias. La cubierta de picón -cenizas volcánicas- es natural de hasta cinco metros de profundidad, fruto de las erupciones. Masdache es la zona más extensa y comprende las subzonas de Tinaja y propiamente Masdache. Por último, Ye-Lajares, comprendida entre Haria y Teguise, con una productividad muy baja.
La explotación agrícola es compleja y laboriosa. El singular paisaje de Lanzarote ha sido modelado con la lava de sus numerosos volcanes. A esta condición se unen la endémica escasez de lluvias y la vecindad de la calurosa África. A pesar de estas dificultades, el suelo permite el crecimiento de la vid en unas condiciones excepcionales. Pero el milagro ha sido trabajado intensamente por sus viticultores.
Para hacer realidad el vino conejero, cada productor ha excavado hoyos en forma de embudos en la capa de ceniza, llegando hasta la tierra vegetal -a veces a una profundidad de dos metros- y allí ha plantado de una a tres vides. Los vientos alisios traen a la isla la humedad del Atlántico y compensan la mínima pluviometría, condensando la humedad del océano sobre la porosa ceniza volcánica que actúa a modo de esponja reteniendo el rocío y transmitiendo esa humedad a la vid durante el día. Además, estos hoyos deben ser defendidos del incesante viento, para lo que se construyen muros de piedra en forma semicircular de 60-70 centímetros de altura, tan característicos en el paisaje de Lanzarote.
La vendimia es muy temprana, quizá la más temprana de Europa, se inicia en julio y se realiza de manera manual. En sus tierras predomina la elegante malvasía, de escaso rendimiento y pequeño tamaño pero de gran calidad. La mayoría de las cepas ha cumplido ya los 30 años de edad, aunque se siguen plantando viñedos. De hecho todavía existen viñedos con más de 90 años y la mayor parte son cultivos de pie franco, pues la filoxera nunca afectó a los viñedos de esta isla. Entre otras variedades de interés encontramos en tintas la listán negra y la negramoll; y en blancas, pedro ximénez, diego, listán blanco, moscatel, burrablanca y breval.