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Columna
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En la UE no nos aclaramos

Manuel MarínManuel Marín es portavoz de Asuntos Exteriores del Grupo Socialista en el Congreso

Definitivamente, los europeos tenemos serias dificultades para encontrar las soluciones adecuadas a nuestros problemas. La reciente Cumbre de Sevilla es una más de las citas comunitarias que pone en evidencia que aún no existe una visión de conjunto que sea compartida por todos. Las diferencias subsisten aunque se pretendan arropar con el lenguaje de las buenas maneras.

La presidencia española, que se pretendía importante y decisiva, ha hecho su trabajo correctamente desde el punto de vista organizativo y logístico. Afortunadamente, tenemos muy buenos funcionarios con una amplísima experiencia en las negociaciones comunitarias. Desde este punto de vista es justo que se reconozca el esfuerzo de nuestra Administración para pilotar la maquinaria comunitaria; tarea que no es fácil y que no todos los Estados miembros son capaces de hacer.

No es pues un problema de intendencia o de logística, es un problema de Estado Mayor: los mariscales de la Unión Europea tienen planes estratégicos diferentes y se nota cuando se reúnen en las cumbres. Aunque, nobleza obliga, se salven las formas y todos vuelvan a casa con el sentimiento de no haber cedido nada de sus intereses.

Los tiempos políticos mandan y no es cuestión de tener el más mínimo problema en la propia agenda nacional que es la que en último término hay que defender. La agenda comunitaria está en un segundo plano y es un compromiso secundario. æpermil;stas son las consecuencias del intergubernamentalismo imperante. El método comunitario se considera caduco y fuera de la realidad, aunque cada vez se pone más evidencia que sólo cuando se empleó con convicción y voluntad política este método se consiguieron los grandes avances en la construcción comunitaria.

Había que salvar la Cumbre de Sevilla. La presidencia de Aznar se quedada sin programa. Los resultados de la Cumbre previa de Barcelona para volver a lanzar los objetivos fijados en Lisboa sobre la sociedad del conocimiento y las reformas económicas ya fueron un aviso de que llegaríamos a Sevilla sin resolver los temas fundamentales y, de una manera particular, los relativos al paquete de la ampliación: agricultura, fondos y Presupuesto.

En el capítulo de relaciones exteriores, la crisis de Oriente Próximo y la degradación del diálogo euroatlántico con EE UU, unido al problema familiar de la crisis argentina, no ha sido un terreno en el que se pudieran presentar grandes logros.

Así las cosas, Aznar se olvidó de sus buenas intenciones y encontró la solución: hagamos del terrorismo y de la inmigración el único lugar de encuentro. Repitiendo la manida frase de 'los esfuerzos inútiles conducen a la melancolía' y ya consciente de que sería incapaz de mantener las prioridades de la presidencia española le largó el paquete al ingenuo nuevo primer ministro danés, que se sintió encantado de saberse capaz de resolverlo durante su presidencia, y Aznar anunció solemne que en Sevilla habría novedades sustanciales sobre el terrorismo y la inmigración. A fin de cuentas la seguridad, individual y colectiva, es la mayor preocupación de todos, y las últimas elecciones han marcado una preocupante tendencia a favor de las formaciones políticas de corte fascistoide y xenófobo.

Dicho y hecho. Rápidamente se les encargó a los ministros de Justicia e Interior que en apenas un mes encontraran las soluciones al respecto. En tan poco tiempo era difícil hacer otra cosa que un manifiesto de intenciones y más si tenemos en cuenta que existen directivas sin aprobar en el Consejo de Ministros desde el año 1999, a falta del consenso necesario entre los Estados miembros.

Pero éstas son las ventajas del método intergubernamental: permite salir del paso con un catálogo de buenas intenciones que no se sabe cuándo se aplicarán. El método comunitario habría exigido aprobar las directivas pendientes que, a fin de cuentas, cuando se trasponen a la legislación interna son normas jurídicas vinculantes para todos.

Lo único que ha quedado claro es que hasta que no se despejen las elecciones en Alemania no habrá decisiones fundamentales sobre la ampliación. Nos vamos a octubre, que es cuando el Gobierno alemán ya estará en pleno funcionamiento. Al intrépido primer ministro danés le quedarán apenas noviembre y diciembre para cerrar el paquete negociador. Muy poco tiempo, aunque siempre son posibles los milagros.

Entretanto, seguiremos sin saber si el referéndum británico sobre la incorporación al euro está ya enterrado; qué pasará con la OMC y la bronca comercial con los estadounidenses; qué pintamos en Oriente Próximo; si el Pacto de Estabilidad lo enterrará definitivamente Chirac; si el destino de la Comisión Europea estará en una abadía benedictina; quién pagara la ampliación...

No nos aclaramos. Así será por mucho tiempo hasta que no volvamos a las buenas costumbres del método comunitario.

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