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Tribuna
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La amenaza del dólar

José Borrell Fontelles asegura que el crecimiento de la economía europea depende más de la dinámica de su comercio exterior que de la demanda interna. Por eso, el autor advierte de los peligros que entraña un dólar débil

Josep Borrell

El crecimiento de la economía europea depende más de la dinámica de su comercio exterior que de la demanda interna. Por ello, a pesar de los lamentos sobre la debilidad del euro, nos ha venido de perlas su continua depreciación con respecto al dólar. La recesión, particularmente en Alemania, hubiese sido más dura si un euro fuerte hubiese dificultado las exportaciones.

Pero hete aquí que, de repente, la tendencia a un dólar cada vez más fuerte frente a todas las demás divisas se ha roto y el tipo de cambio dólar/euro se coloca en su nivel más bajo de los últimos 16 meses. Y esa debilidad del dólar aparece como una amenaza más grave que las medidas proteccionistas de George Bush sobre el acero y la agricultura. A fin de cuentas, esos dos sectores representan menos del 5% del comercio entre EE UU y la UE, mientras que el tipo de cambio afecta a todos los bienes y servicios.

Europa, con el euro, ha suprimido las guerras monetarias entre sus economías nacionales, pero la brusca apreciación de su moneda aumenta el riesgo de una mayor recesión.

La hipótesis de un hundimiento del dólar produce en Bruselas sudor frío y con razón. Algunas estimaciones señalan que una depreciación del 30% del dólar implicaría una pérdida de 1,8 puntos de crecimiento. Y los Gobiernos europeos, constreñidos por los estrechos márgenes presupuestarios del pacto de estabilidad, tendrían dificultades para reaccionar.

En ese escenario el BCE podría aplicar una política agresiva de reducciones del tipo de interés para sostener la demanda interna. Pero es difícil creer que lo hiciera. Y siempre podrá argumentar que nadie le ha pedido que se preocupe por la actividad y el empleo.

Así, el renqueante entramado institucional de la política económica europea aumenta la inquietud frente a la amenaza de un dólar débil. Esta situación ya se produjo en el pasado, pero coincidió con momentos de expansión de la demanda interna europea y caídas del precio del crudo. Hoy la situación es bien distinta y los tres polos de la economía mundial, EE UU, la UE y Japón, necesitan monedas débiles para estimular sus exportaciones. Puesto que los tres no podrán satisfacer simultáneamente esta necesidad, tendrían interés en coordinar sus políticas para evitar la guerra monetaria y los costes de la volatilidad de los tipos de cambio.

Pero eso es todavía más difícil que ocurra. Aunque las autoridades monetarias americanas no lo puedan reconocer públicamente, por miedo a las reacciones bruscas de los mercados que les podrían hacer perder el control de la situación, lo cierto es que necesitan disminuir el tipo de cambio del dólar para reequilibrar su balanza comercial.

Hace ya tiempo que los europeos, con Helmut Khol a la cabeza, reprochamos a los americanos que vivan por encima de sus posibilidades. Y no es difícil imaginar la política de austeridad que impondría el Fondo Monetario Internacional (FMI) a un país del sur que tuviera el déficit comercial americano, que ya superó el 4% del PIB en 2001.

Al rimo al que evoluciona ese déficit, EE UU necesitará atraer 2.000 millones de dólares diarios para financiar su economía. Hasta el momento los están consiguiendo, pero empiezan ya a aparecer los primeros signos de inquietud.

La inversión directa extranjera en EE UU ha disminuido en 2001 un 45% y la situación de las Bolsas atrae a menos inversores particulares. Parece que la situación se sostiene gracias a las compras de dólares por los bancos centrales de países asiáticos con fuertes superávit comerciales (Japón, China, Corea...) para evitar la apreciación del tipo de cambio frente a la divisa americana y mantener así su competitividad. Pero esa sustitución de los inversores privados por autoridades monetarias no hace sino sonar los tambores de la guerra monetaria.

El creciente déficit comercial americano no explica por sí solo el cambio de tendencia en la evolución del tipo de cambio del dólar. En los últimos siete años de crecientes déficit el dólar se ha revalorizado casi un 50%. Ni siquiera el atentado contra las Torres Gemelas le hizo mella. Lo que ha cambiado es que la fortaleza del dólar se ha convertido en un problema para la necesaria reactivación de la economía americana.

Por eso sus autoridades monetarias dejan caer insinuaciones y comentarios, que no pueden ser fortuitos, sobre la conveniencia de reconsiderar los beneficios del dólar fuerte. Y los mercados, claro está, reaccionan a esa política de comunicación en la que la Reserva Federal es mucho más hábil que el Banco Central Europeo.

El problema, de nuevo, es conseguir un aterrizaje suave, de forma que el dólar se deprecie sin provocar una de esas sobrerreacciones de los mercados financieros a las que tan acostumbrados nos tienen.

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