Una paz con alfileres
Gandhi lo predijo. Una división del subcontinente asiático por motivos religiosos sólo conduciría a la catástrofe. Pero el apóstol de la paz nada pudo contra el radicalismo de su propio Partido del Congreso, dirigido por Jawaharlal Nehru, y la intransigencia del líder musulmán, Ali Jinnah, empeñado en tener su propio país. Al término de la dominación británica en 1947, el subcontinente se dividió en dos países, India y Pakistán. La creación de dos entidades nacionales produjo una de las emigraciones forzosas más vergonzosas que se recuerdan. Desde entonces, India y Pakistán han librado tres guerras, dos de ellas por Cachemira, el único estado indio con mayoría musulmana, que aún espera ejercitar el derecho de autodeterminación que se le prometió en 1947. La tercera guerra le costó a Pakistán la pérdida de un tercio de su territorio con la secesión de su zona oriental, convertida en la actual Bangladesh. La cuarta puede estar a la vuelta de la esquina, si la comunidad internacional no logra hacerles entrar en razón. Con el agravante de que ahora, a los peligros de cualquier guerra, hay que añadir el posible primer uso de armas atómicas desde Hiroshima y Nagasaki.
La gravedad de la situación, calificada por el Instituto Sipri de Estocolmo como 'la peor amenaza de guerra atómica desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962', ha desplazado de la atención mundial el eterno conflicto palestino-israelí y ha multiplicado los intentos de mediación, hasta ahora infructuosos, por parte de las potencias. EE UU, la UE y Rusia han pedido cordura a las partes. Gran Bretaña, que todavía mantiene su antiguo prestigio en la zona, ha enviado al ministro de Exteriores, Jack Straw, a Islamabad y Nueva Delhi mientras que el subsecretario de Estado estadounidense, Richard Armitage, es esperado este fin de semana. Putin se ha ofrecido personalmente como mediador. Por ahora, las gestiones no son, precisamente, esperanzadoras. Un millón de tropas están desplegadas a lo largo de la Línea de Control que divide la Cachemira india de la paquistaní, donde los intercambios artilleros se suceden a diario.
Nueva Delhi, mediante su primer ministro, Atal Behari Vajpayee, ha declarado que 'la paciencia india tiene un límite', mientras que el presidente paquistaní, Pervez Musharraf, prometía defender a toda costa la soberanía de Pakistán, tras afirmar que su país no sería el primero en comenzar una guerra. La explosiva situación se agrava por la situación interna que viven ambos dirigentes. El primer ministro indio gobierna una variopinta coalición de partidos, donde los ultranacionalistas cada vez tienen más peso, y han de disputar unas elecciones generales en otoño a las que no puede concurrir como el político que cedió a la presión paquistaní. Musharraf, cuestionado internamente por los grupos radicales por su apoyo a EE UU en Afganistán, no puede dar un paso atrás en la eterna reivindicación sobre Cachemira. Sus fuerzas armadas, parte de ellas directamente implicadas en el apoyo de los grupos terroristas musulmanes cachemiris, no se lo perdonarían. ¿Cómo se corta este nudo gordiano, emponzoñado por más de medio siglo de odios étnicos y religiosos? Dice el refrán que dos no discuten si uno no quiere. El problema es que en este tema los dos quieren, además, agredirse. Quizás ha llegado la hora de celebrar, con 55 años de retraso y esta vez con el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU, el referéndum de autodeterminación prometido en 1947.