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Columna
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Ahogados en un mar de deudas

José Borrell Fontelles analiza el cambio de tendencia experimentado por las compañías europeas del sector de telecomunicaciones, sumidas en elevados endeudamientos. El autor advierte sobre la necesidad de aprender la lección

José Borrell Fontelles es presidente de la Comisión Congreso Senado para la Unión Europea y ex ministro de telecomunicaciones

En Finlandia las multas de tráfico dependen de la renta del infractor. Y la historia cuenta que la aplicación de esa norma le costó 100.000 dólares a un ejecutivo de Nokia que abusaba de la potencia de su Harley-Davidson. Tan astronómica cifra no era sino el equivalente a 15 días de su sueldo, vía stocks options, de 1999, pero en su recurso el acelerado ejecutivo hizo valer que su renta se había volatilizado con la caída en picado de las acciones. El juez, comprensivo, le rebajó la multa a 5.000 dólares. Y puesto que desde que dictó sentencia la acción de Nokia ha perdido de nuevo la mitad de su valor, quizá hoy le hubiera amnistiado...

No hay mal que por bien no venga. Pero la historia no servirá de consuelo a los centenares de miles de pequeños inversores arruinados ni a las empresas de telecomunicaciones europeas que se ahogan en un mar de deudas.

Desde enero de 1999 a enero de 2000 el índice de las telecomunicaciones europeas se duplicó. Después, la caída ha sido tan vertiginosa y más prolongada que la subida, hasta situarse hoy a la mitad del punto de salida, siguiendo una carrera hacia el abismo a la que esta semana puso Vodafone un digno colofón anunciando pérdidas récord en la historia bursátil británica.

Hace poco analizaba en estas páginas (UMTS, el error europeo, Cinco Días del pasado 5 de septiembre) las causas de una debacle que se ha agravado en los últimos meses. Ahora que estamos debatiendo del futuro de Europa conviene reflexionar de nuevo sobre lo ocurrido, que tiene mucho que ver con la incapacidad europea para coordinar políticas que no sean la monetaria, con la obsesión por la reducción rápida del déficit público y con el olvido, en nombre del dogmatismo de la competencia, de las elementales enseñanzas de la teoría económica de las actividades en red. La adjudicación al mejor postor de las licencias de telefonía móvil de tercera generación (mbl3G) representó para los Gobiernos europeos un imprevisto El Dorado en forma de milagrosos activos públicos virtuales de los que no se tenía ni noticia en los tiempos de Maastricht.

El Gobierno de Blair, en el Reino Unido, fue el primero en obtener un maná de 33.000 millones de dólares en la subasta de licencias. Alemania le superó con 50.000 millones. Además los operadores se habían lanzado a una reacción en cadena de fusiones y adquisiciones por cantidades astronómicas. Vodafone derrotó a Bell Atlantic pagando 63.000 millones por San Francisco Airtouch. Mannesmann compró Orange por 30.000 millones. Vodafone contraatacó con una opa hostil sobre Mannesmann que acabó con un coste de 163.000 millones de dólares. France Télécom recompra Orange por 40.000 millones y Deutsche Telekom adquiere la americana Voice Streem por 50.000.

Hoy Vodafone debe borrar de sus activo 50.000 millones del precio pagado por Mannesmann, France Télécom no ha digerido Orange y Deutsche Telekom se desembarazaría de Voice Streem si alguien se la quisiera comprar.

Así se han invertido billones en comprar licencias para operar con una tecnología que no estaba probada, que prometía información instantánea y sin límites en cualquier lugar y que ha acabado en una debacle a escala del continente. Al fracaso ha contribuido la absurda obligación impuesta a los operadores de construir su infraestructura de red, lo que ha sembrado el paisaje europeo con tres veces más antenas, caras y feas, de las que hubiera necesitado un único operador de red.

Tecnológicamente el proyecto mbl3G sigue adelante aunque con un par de años de retraso y objetivos menos ambiciosos. Pero la rentabilidad de las inversiones en banda ancha requiere una oferta atractiva de contenidos y servicios. En las primeras generaciones de telefonía móvil bastaba con construir redes y vender portátiles porque el contenido lo ponían los usuarios simplemente hablando. Entonces el estándar paneuropeo GSM hizo de Europa el mercado más atractivo de la telefonía sin hilos e impulsó el desarrollo de Nokia y Vodafone. Pero los teléfonos 3G son caros y energívoros y su utilidad será dudosa mientras los servicios no sean tan móviles como los usuarios.

Algunos advirtieron de la falta de relación del precio de las licencias con su valor económico. ¿Pero qué podían hacer los operadores? Los que no consiguiesen una licencia se excluían del mercado y el castigo bursátil podía costarles más caro. Como decía Martin Bouygues en una premonitoria carta publicada en Le Monde hace dos años, no conseguir una licencia era excluirse del negocio y conseguirla exigía ahogarse en deudas. ¿Había que escoger entre la muerta súbita o la lenta?

Evitar la definitiva muerte lenta dependerá de la evolución de la demanda de información y comunicación y del desarrollo tecnológico. Probablemente esto no permita el despegue operativo del mbl3G antes de la primera mitad de esta década. Mientras tanto, hay que soltar lastre en un mar de deudas y esperar que Europa haya aprendido la lección.

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