La persistente levedad del PIB
El crecimiento del 2% de la economía española entre enero y marzo, tres décimas menos que el cuarto trimestre de 2001 y mucho menos que en igual periodo de ese año (3,2%), confirma la trayectoria de desaceleración iniciada en el primer trimestre de 2000, cuando el PIB español crecía al 4,9%. Los datos ofrecidos por Contabilidad Nacional, corregidos de variaciones estacionales y de calendario, no confirman con tanta claridad como interpretan los responsables del Gobierno que la economía española haya tocado fondo, que lo peor haya pasado, y tampoco son tan 'extraordinariamente positivos' como quiso ver ayer el secretario de Estado de Economía, José Folgado.
Es cierto que, en tasa intertrimestral, la economía creció el 0,5% entre enero y marzo, frente al 0,2% del trimestre anterior, pero también lo es que oficiosamente el Gobierno esperaba un 0,7%. Tal vez por eso parece más prudente el diagnóstico hecho hace tres semanas por el Banco de España, que, con datos muy parecidos a los ofrecidos ayer por el INE, considera que lo que está ocurriendo es que la desaceleración simplemente 'ha tendido a remitir', y su fin se condiciona a la recuperación internacional. Lo que se puede asegurar, por tanto, es que la desaceleración continúa, aunque con menor intensidad que en trimestres precedentes.
La demanda, de hecho, se ha desacelerado en todos sus componentes y contribuyó al crecimiento con 2,1 puntos, ocho décimas menos que el anterior trimestre. Mientras, el sector exterior redujo de seis a sólo una décima su contribución negativa. Y es que tanto las exportaciones de bienes, en fuerte caída, como las importaciones registraron tasas negativas.
El crecimiento de España, manifiestamente superior al de los principales socios europeos, sigue basado en dos pilares: consumo y construcción. Esta última, que a pesar de mantener su fortaleza viene moderando el crecimiento los últimos trimestres, ha vuelto a crecer en tasa intertrimestral. El consumo también sigue en niveles elevados, pero empieza a dar señales de ralentizarse, lo que en el caso de los hogares se explica para algunos por la disminución de poder adquisitivo, a la vez que disminuye la confianza de los consumidores.
Una sombra ésta para añadir al parón inversor. Entre enero y marzo la inversión empresarial continuó su fuerte desaceleración, sobre todo por el pésimo comportamiento en bienes de equipo, con cuatro trimestres seguidos aumentando su tasa negativa, hasta -4,9%. A la vez, el empleo creció menos, se destruyó en las ramas industriales y agrarias, y sólo se contrarrestó gracias a los servicios y, una vez más, a la construcción.
Con una inflación en el 3,6% -y la consiguiente merma de competitividad-, con los datos que se van conociendo de abril y mayo sin aportar dosis claras de optimismo, y, además, una huelga general en ciernes, conviene no echar las campanas al vuelo. Especialmente porque la productividad en España sigue siendo, como en los últimos cinco años, de las peores de Europa.