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Tribuna
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La evolución del consumo alimentario

Carlos Tió Saralegui analiza los importantes cambios en los hábitos alimentarios de los españoles, que afectan directamente a las decisiones de las empresas del sector. En el vino y el aceite de oliva considera la situación preocupante

La evolución del consumo de alimentos es un tema estratégico por diversas razones. Primero, debido a que el nivel general de alimentación es un elemento básico de bienestar social e indicador de uno de los hábitos que de manera más directa incide en la salud de la población. El consumo alimentario también refleja los cambios sociales, las modas, al tiempo que se ve influido de modo decisivo por un amplio conjunto de variables (nivel de renta, edad, sexo, lugar de residencia,...) cuyo análisis es aconsejable para los sectores implicados en la producción, transformación y distribución de alimentos.

La importancia económica del consumo de alimentos se refleja en su participación en los gastos totales de los hogares que, aunque disminuye con el crecimiento de la renta per cápita, en España es aún del 18,6%, cerca del 17,4% promedio de la UE.

Desde 1987 el Ministerio de Agricultura efectúa un seguimiento anual de la evolución del consumo, a través de una estimación basada en datos de una amplía encuesta. Los últimos datos, correspondientes a 2000, permiten una aproximación a los cambios en el consumo de los españoles, que deben tenerse en cuenta a la hora de programar la actividad empresarial agraria y agroindustrial, así como las políticas públicas.

En valores de consumo per cápita cabe constatar que la población española está suficientemente alimentada; en los últimos años crece más el gasto que las cantidades compradas, lo que indica que se adquieren productos de mayor valor añadido, al tiempo que el consumo está en gran medida saturado y, en muchos productos tradicionales, en franca regresión.

Para el periodo 1987/2000, se observa un fuerte retroceso en el consumo por habitante y año de azúcar (47%), legumbres (43%), arroz (30%), patatas (21%), huevos (26%), aceites (22%), margarina (55%), vino (30%), cervezas (15%) y bebidas alcohólicas de alta graduación (25%).

Los productos menos transformados por la industria muestran una tendencia descendente en el consumo, mientras aumenta sustancialmente el de los productos más elaborados. Es el caso de las producciones hortofrutícolas, que registran un descenso en frutas (14%) y hortalizas (6%) frescas, mientras crece el de transformados (55%) y zumos (158%). Esta tendencia también es clara en las carnes y los productos lácteos. En carnes frescas disminuye el consumo de todas, excepto porcino, que aumenta un 43%, mientras el de productos cárnicos transformados crece un 11%. En leche líquida el descenso es pequeño (6,7%), mientras el consumo aumenta notablemente en derivados (92%) y quesos (12%). En este capítulo destaca el fuerte descenso en el consumo de leche pasteurizada, (83%). De los 116 litros de leche que consume de media anual cada español, sólo cuatro corresponden a leche pasteurizada (leche del día).

Además de los productos ya mencionados, la fuerte expansión de consumo hay que buscarla en los platos preparados por la industria alimentaria (188%) y en las aguas minerales (135%).

Del análisis pormenorizado de estos datos podrían deducirse muchas consecuencias para la política agraria, pero destacaré la tendencia descendente en el consumo de dos productos tan estratégicos en España como el vino y el aceite de oliva, si bien en este último parece haberse recuperado tras 2000, debido al descenso de precios por el incremento de producción. De cualquier modo, si tenemos en cuenta la tendencia a fuerte crecimiento en las producciones de ambos, resulta que la estimación de consumo en el mercado interior, en porcentaje de la producción media del trienio 1999/2001, sólo es capaz de absorber un tercio de la producción de vino y la mitad de la de aceite de oliva, aproximadamente.

La situación puede caracterizarse de preocupante, más que de alarmante, debido a las posibilidades de competitividad internacional de España en ambos productos. No obstante, el hecho de depender en tan elevada medida de mercados europeos y mundiales obliga a los sectores aludidos a desarrollar una compleja estrategia profesional, que no está al alcance de cualquier empresa. La mayor preocupación está en la sospecha de que el aumento de producción no ha alcanzado aún su máximo y proseguirá tanto en vino como en aceite de oliva, aunque se den oscilaciones interanuales. La problemática de cada uno de estos sectores es muy distinta, pero en ambos habría que considerar la moderación de precios como elemento clave para reactivar el consumo interior.

En aceite de oliva los precios ya se han moderado por el aumento de stocks y, como consecuencia, el consumo interior puede alcanzar niveles históricos, próximos a las 600.000 toneladas. No obstante, su relación de precios con el de girasol, que, en el mejor de los casos, no desciende de ser más de tres veces superior para el consumidor, supondrá siempre un obstáculo a futuros incrementos.

En el caso del vino, la situación es aún más compleja, ya que el segmento del mercado con consumo ligeramente al alza, los de denominación de origen (+17,5% en 13 años), ve frenada una mayor expansión por el notable aumento de precio, mostrándose incapaz de compensar el fuerte retroceso en los vinos de mesa (36,5%).

En definitiva, cabría recomendar una reflexión en profundidad sobre estas circunstancias que complican excesivamente los mercados de dos de los sectores de más optimista futuro en el marco de la agricultura española.

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