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Columna
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Francia, identidad y lengua

Uno de los conceptos claves manejados en la campaña de las elecciones presidenciales francesas que se acaban de celebrar ha sido el de la identidad nacional, en grave riesgo para los ultraderechistas, por un lado, a causa de la permisividad que se muestra con los extranjeros, a quienes han acusado de no integrarse en la sociedad francesa, acaparar puestos de trabajo, islamizar la sociedad y ser causantes de la inseguridad ciudadana, y, por otro lado, por culpa de las políticas europeístas que restan protagonismo a la nación francesa y pueden dañar de forma irremediable la tradicional grandeur francesa, acosada además por los todavía incipientes movimientos independentistas corsos, bretones o alsacianos.

Esta idea latente sobre la posible pérdida de algo tan querido para los franceses como su identidad, capitalizada por un Jean-Marie Le Pen al que han apoyado en la segunda vuelta nada menos que 5,5 millones de ciudadanos, va a seguir presente en las campañas de las próximas elecciones legislativas de junio y se presta a múltiples análisis, entre los que resulta interesante introducir el elemento lingüístico, habida cuenta de que la lengua es uno de los principales vehículos de integración nacional en el sentido defendido por Le Pen, y en línea con ese soneto de don Miguel de Unamuno, en este caso dedicado a la lengua castellana, donde llega a decir: 'La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo'.

Por suerte, los franceses cuentan con abundante información estadística para saber qué está ocurriendo con su lengua y quienes enfoquen el debate de la identidad nacional bajo esta perspectiva van a poder racionalizar poderosamente sus argumentos.

Buena muestra de la envidiable tradición de Francia en la investigación del uso de las lenguas es la existencia, ya en 1863, de un estudio realizado por el ministro de Educación Victor Duruy para conocer, a través de profesores de escuelas elementales y de registros municipales, si los niños hablaban la lengua francesa o alguna otra. El último estudio con que cuentan nuestros vecinos es la encuesta que, sobre la historia familiar, acompañó a su Censo de 1999, donde se aprecia el extraordinario esfuerzo en el país vecino para que el francés sea la lengua de la República.

En efecto, entre quienes actualmente viven en ciudades, se observa que un 26% de las personas adultas recibieron en herencia una lengua diferente del francés, pero el porcentaje de quienes hablaron a sus hijos menores de cinco años en una lengua no francesa baja al 9% del total, de modo que, en sólo una generación los otros idiomas han sufrido un deterioro tan notable que les ha llevado a ser el idioma de la infancia para menos de cuatro millones de personas, cuando en la generación anterior lo había sido para 11,5 millones. Visto con más perspectiva a través de la citada encuesta, el idioma hablado por los padres a sus hijos menores de cinco años ha evolucionado, desde el fin de la Primera Guerra Mundial, en 1919, del siguiente modo: el 33% de padres que hablaban a sus hijos menores de cinco años en otra lengua o sólo utilizaban excepcionalmente el francés ha pasado al 12% y, por el contrario, quienes sólo utilizan el francés para hablar con sus hijos menores ha pasado del 67% al 74% en los 80 años transcurridos hasta finalizar el siglo.

Por lo que se refiere a las otras lenguas francesas con mayor tradición, su deterioro ha sido tan notable que, por ejemplo, siempre dentro de sus respectivos territorios, el alsaciano, que era hablado habitualmente en 1919 por el 82% de los menores de cinco años, ahora lo es por un 18%; el corso y el bretón, lenguas habituales para un 70% de quienes eran menores en 1919, son ahora hablados por un 8% y un 2% de los actuales menores de cinco años residentes en sus respectivas regiones.

Para tener una idea de lo que significan las cifras anteriores basta decir que en España está ocurriendo lo contrario que en Francia y todas las lenguas vernáculas distintas del castellano están experimentando un gran avance.

Lamentablemente, las preguntas censales de las comunidades autónomas bilingües se ciñen a su idioma y, a diferencia de Francia, nada sabemos sobre el uso o exclusión del castellano en los entornos familiares y la repercusión que este esfuerzo que está haciendo la sociedad española para la coexistencia de lenguas pueda tener en nuestra propia identidad.

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