Once contra once
La indeterminación y la inseguridad invaden todos los órdenes. Santiago Satrústegui observa la actualidad y llega a una conclusión: hay problemas que tienen solución filosófica, pero no matemática
Por capricho de la matemática electoral, se produjo, después de las últimas elecciones en Estados Unidos, una situación de copresidencia de facto que ponía al sistema democrático más consolidado del mundo en un callejón sin salida. Los dos candidatos, eran casi presidentes y la forma de dilucidar cuál era matemáticamente el legítimo ganador hubiera llevado a una interminable investigación sobre la validez de los votos que podría haber afectado seriamente al sistema.
La única solución posible era -como después sucedió- que uno de los dos candidatos diera por buena la victoria del otro, renunciando voluntariamente a cualquier investigación adicional.
El pragmatismo americano salvó la democracia, pero quedó de manifiesto que, incluso en las cosas más importantes -¿quién ha ganado las elecciones?-, se producen situaciones de vaguedad.
Desde entonces una mezcla de indeterminación y de inseguridad ha invadido todos los órdenes. Los aviones chocan contra los edificios, se protesta contra la globalización y el desarrollo, las guerras las ejecutan terroristas suicidas, y hasta se pone en marcha la clonación humana.
Mientras, los mercados financieros luchan por recuperar la credibilidad ante los inversores, pero se siguen cuestionando cada día elementos tan importantes como la honestidad de los administradores, la objetividad de los analistas o la imparcialidad de los auditores.
Catarsis aparte, el problema es mucho más de principios que de normas, que es lo mismo que decir que tiene solución filosófica, pero no matemática. La ley de opas es el último ejemplo, y si no, que le pregunten al ex presidente de Dragados si hace falta el 25% del capital para controlar la que era su compañía.
Creíamos que entre lo legal y lo ilegal, o lo honesto y lo deshonesto, existía una delgada línea, pero a medida que vamos acercando el microscopio descubrimos un ancho umbral lleno de indeterminación. Los filósofos griegos llamaban sorites a esta situación y la desarrollaban preguntándose cuántos granos hacen falta para formar un montón de trigo.
Desde la hipocresía de la tolerancia cero -un grano sería un montón de trigo-, hasta la frivolidad más absoluta -no lo serían 100.000 granos-, se construye un laberinto del que solamente se puede salir con la contundencia y la sensatez que aporta el sentido común.
¿Tiene derecho al paro quien rechaza un trabajo? ¿Y si rechaza 25? ¿Es lícito poner en peligro una central nuclear para demostrar que es insegura? ¿Debe amparar la democracia a los partidos no democráticos?
Serían simplemente preguntas retóricas si la capacidad creativa del día a día no fuera capaz, como así ocurre, de ir siempre muy por delante de cualquier ficción.
La Unión Europea con tanto esfuerzo conquistada depende ahora mismo del resultado de las elecciones francesas de mañana. Pocos son los que piensan que Jean-Marie Le Pen pueda ganar, pero en términos de probabilidad es mucho más fácil que ocurra que muchas de las cosas que hemos visto últimamente. Como diría Alfredo di Stéfano: 'juegan 11 contra 11'.