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Tribuna
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Más vale prevenir

Todos nos hemos quedado con los ojos como platos al conocer la existencia de fondos ocultos en una de las primeras entidades de crédito españolas. Ahora no importa cómo se generaron, no hay un modo más lícito o menos ilícito que otro. Tanto da que, es como fue, se vendan unos valores a una sociedad perteneciente al banco con financiación de un crédito de una tercera entidad con el aval del banco, que se utilice la burda forma de desviación de un préstamo. En cualquier caso se produce un quebranto patrimonial, ya sea por la menor ganancia o la mayor pérdida.

En sí misma es condenable la práctica, aunque no se produzca un enriquecimiento personal, porque se engaña al accionista. Pero la pregunta que está por responder es ¿para qué se desviaron esos fondos a la opacidad?

Podemos pensar en un por si acaso pasa algo. Que resulta completamente increíble teniendo en cuenta el monto, pero que se hace verosímil si pensamos es una situación de mera estupidez humana, dejando crecer una bola de nieve, que crece y crece de forma imparable, sin atreverse nunca a ponerle remedio, hasta que se hace imposible negarse al afloramiento, o al menos, de forma discreta, haciendo volver lo que salió antes usando procedimientos recíprocos o similares.

Estas dos explicaciones me parecen las más plausibles, posiblemente por sencillas. Si hubieran existido desviaciones de fondos o pagos ocultos la cantidad debería ser inferior o incluso no existir. E incluso, la existencia en sí misma del escandalazo revela la honradez de quién lo provoca. ¿No hubiera sido más fácil volatilizar el dinero entre los iniciados antes de compartir gestión?

Lo importante en el caso es preguntarnos no cómo se generó la operativa ni para qué se hizo, situaciones como ésta pueden darse en muchos más supuestos y más sociedades y, además, para hacer algo muy concreto y, precisamente, oculto. Lo importante es saber por qué pueden producirse en una compañía desviaciones de fondos de este calibre, porqué los activos de las sociedades participadas no tienen reflejo contable. Y, también, por qué se ha llegado a descubrir la situación irregular.

Empezaré por el final, que aparece como obvio. Porque ha habido un cambio, y no total, en la dirección. Así de fácil. ¿Se hubiera regularizado la situación de no haberse efectuado la fusión? La respuesta es que posiblemente no. De ahí la bondad en los cambios como instrumento de control interno en la sociedad cotizada, qué mejor que limitar los mandatos de los administradores. Pero no basta, y vuelvo a la primera pregunta. Por qué puede pasar. Antes de responder diré que no existen remedios totales, de garantía absoluta. Pero una cosa es que no haya riesgo y otra que los controles sean mínimos.

Imaginemos un Estado con un Gobierno que se relaciona con los ciudadanos sólo con plebiscitos anuales -sea o no el sufragio censitario- y que se renueva a sí mismo, sin partidos políticos, sin asamblea legislativa y de control. ¿Alguien se atrevería a llamar a ese Estado democrático? Evidentemente, no.

Ese ejemplo es muy similar a lo que ocurre en las grandes compañías cotizadas. No existen controles reales por los accionistas. El control de auditoría externa ha llegado a un punto que o se reacciona con rapidez y, sobre todo, seriedad, o va a resultar que la auditoría va a sobrar por absolutamente ineficaz. Y qué decir de esas llamadas buenas prácticas que, de verdad, son inservibles, aunque se haga obligatorio el cumplimiento de la copia española del informe Cadbury.

Los remedios existen, son posibles y eficaces. Creación de una comisión de control como tercer órgano de la sociedad cotizada, de quién depende la auditoría externa y hace, también, auditoría de gestión. Limitación temporal en los mandatos de los representantes y de los auditores. Regulación interna de los consejos. Orientación por la supervisora de las remuneraciones de administradores y controladores. Asociaciones de accionistas. Se trata, en fin, que haya controles permanentes y reales, establecidos por la ley.

Pensemos en la bondad que ha ocurrido en el caso que hoy nos ocupa, derivado de un mero cambio en la gestión, ocasional y no garantizado. Pensemos en el cambio forzoso, a plazo y necesario. Y hablamos sólo de una pequeña medida.

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