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Columna
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El envejecimiento, un problema 20 años después

Antonio Gutiérrez Vegara

La primera Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento se celebró en Viena en 1982, cuando el porcentaje de personas mayores rozaba el 15% de la población en los países desarrollados y las tasas de natalidad empezaban a bajar. Aunque las previsiones de entonces se quedaron cortas, los enfoques ante lo que se intuía como un reto del futuro fueron acertados y las propuestas para reforzar las políticas de vejez, pergeñadas con bastante timidez, iban, no obstante, en la buena dirección. Pero apenas una veintena de países se veían afectados por las tendencias demográficas apuntadas en la reunión de las Naciones Unidas y las sugerencias de Viena cayeron en saco roto. Solamente allí donde ya se contaba con sistemas de protección social consolidados se implementaron con algunos programas específicos orientados a mejorar la calidad de vida de las personas mayores y su inclusión social después de la jubilación.

Que '20 años no es nada' sirve de alivio para la nostalgia en el famoso tango, pero en un mundo donde los cambios se suceden cada vez a mayor velocidad en menores intervalos temporales, los retos previstos hace un par de décadas se convierten en problemas de gran envergadura y complejidad si no se actúa.

Esta segunda Asamblea de la ONU que mañana se clausura en Madrid ha trabajado sobre un diagnóstico del problema muy exhaustivo, elaborado previamente con rigor por un nutrido grupo de expertos, cualificados investigadores y una variada representación de las organizaciones de la sociedad civil. Pero sus conclusiones prácticas se han ido descafeinando hasta quedar en llamamientos genéricos a prestar más atención a los problemas derivados del envejecimiento de la población, sin avanzar compromisos tangibles de los poderes públicos, cuando no en discursos acerca del papel de las familias que pueden ser interpretados de forma regresiva para suplir el debilitamiento del gasto social.

Bien está que se reitere la contribución del entorno familiar al cuidado de las personas dependientes, pero sin obviar que para garantizar unas condiciones dignas hay que reforzar la provisión pública y privada de servicios sociales que mejoren la calidad de vida, sin quebrar la tendencia a la inserción laboral de las mujeres, sobre las que sigue recayendo la tarea de asistirles. Es conveniente subrayar la transmisión de algunas tradiciones y valores culturales que realizan las personas de mayor edad, pero sin ocultar que el obstáculo es la extrema pobreza en la que viven en parte del planeta o las carencias sociosanitarias, los problemas de vivienda y las bajas pensiones de jubilación en no pocos países que se tienen por desarrollados.

Aun así, el documento de la Asamblea de la ONU es más sutil que la posición manifestada por el anfitrión, el Gobierno español. En la sesión inaugural, el señor Aznar llegó incluso a trasladar una sesgada versión del 'envejecimiento activo' acuñada en la Cumbre de Barcelona. Allí se propuso acercar la edad media de jubilación real a la establecida legalmente y el presidente del Gobierno ha planteado ampliar la edad legal, que es sustancialmente distinto. Tampoco se ha caracterizado nuestro Gobierno por asumir ningún compromiso concreto, limitándose a un papel protocolario, ni por haber puesto mayor empeño en el éxito de una reunión que no se celebra en España por casualidad.

Fue en la sesión de febrero de 1999 del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas donde la delegación española propuso realizar la II Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento en Madrid. Una sugerencia del entonces director general del Imserso, Héctor Maravall, y del responsable para Asuntos Sociales ante la ONU, Aurelio Fernández, con el visto bueno del Ministerio de Trabajo. Diseñada de forma innovadora, basada en una composición tripartita, gobiernos, ONG y expertos de la comunidad científica, se fue devaluando hasta ser acordada en Naciones Unidas colocando en un muy segundo plano las dos últimas componentes citadas. Esta modificación es la que indujo a las organizaciones sociales a la convocatoria del Foro paralelo de las ONG, que también se ha desarrollado esta semana en Madrid.

Que la II Asamblea de la ONU y el Foro hayan debatido paralelamente no se ha traducido en caminos abiertamente divergentes. Por el contrario, las propuestas de las organizaciones de la sociedad civil, como la creación en las Naciones Unidas de una agencia específica para mayores, la condonación de la deuda externa de los países más pobres, los programas de lucha contra la pobreza, hacer compatible la prolongación voluntaria de la vida laboral con el derecho a jubilarse a los 65 años, consolidar los sistemas de pensiones o potenciar la participación social, cultural y política de los mayores, entre otras muchas que han aportado, abren un campo para el trabajo en común con las instituciones internacionales.

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