La 'enronitis' acelera los planes de venta de activos en las empresas más endeudadas
Ron Sommer, presidente de Deutsche Telekom, tenía un día difícil el 5 de marzo. Esa mañana debía exponer ante público, analistas e inversores que su empresa había perdido 3.500 millones de euros el año pasado, unas pérdidas inimaginables para el antiguo monopolio de telecomunicaciones más grande de Europa. Además, tenía que exponer que la deuda de la empresa está en 62.000 millones de euros, el 86% de lo que vale en Bolsa Deutsche Telekom.
Pero Sommer sabe lo que el mercado quiere. En la época de la euforia, logró que Deutsche Telekom llegase a cotizar con un PER de 80 veces. Pero el mercado es caprichoso, y si antes pagaba un PER 80 por endeudamiento, expansión a toda costa e inversiones en Internet y tecnología UMTS, ahora quiere lo contrario. Y Sommer se lo intenta dar.
Aseguró que reduciría en 50.000 millones la deuda de la empresa. Pero tiene problemas. Alemania le impide vender su unidad de cable a Liberty Media, le será difícil encontrar otro comprador, y la colocación de T-Mobile ha habido que retrasarla. Debe confiar en vender activos inmobiliarios y parte del capital de T-Online. Pero será difícil. Sommer no está solo, y los directores financieros de todas las empresas endeudadas pelean por que alguien les compre los activos que antes pugnaban por adquirir.
Ventas en España
En España basta con fijarse en Telefónica, que ha iniciado la venta de activos inmobiliarios, o en Auna. Excepto Botín, los demás accionistas de Auna quieren salir. Endesa lo ha sugerido, mientras Telecom Italia ha pasado de las palabras a los hechos. El mercado ha especulado en ocasiones con que Telefónica cierre algunas de sus filiales en Europa (Alemania o Italia). Santander ha vendido parte de Commerzbank y Vodafone, y BBVA de Telefónica.
Jazztel, cuya preocupación por el balance fue anterior a la del resto del sector, ya se deshizo de Ya.com en septiembre de 2000.
La historia se repite con British Telecom, que salió de Airtel y que vendió sus páginas amarillas a un grupo de capital riesgo que, a su vez, las va a colocar en Bolsa. O con el conglomerado empresarial Tyco y la energética AES, ambas estadounidenses. También la televisiva británica NTL ha vendido la filial australiana. Las telecos Sprint y WorldCom venden, respectivamente, sus páginas amarillas y su división de cable.
Lo que une a estas compañías no son sólo las desinversiones milmillonarias. También la fiebre compradora que mostraron hace pocos meses.
Con tanta oferta, el precio de los activos (ya sean inmobiliarios, filiales o divisiones de negocio) se resiente. Tanto que algunas compañías como France Télécom ha anunciado públicamente que no venderá activos a cualquier precio y que optará por ampliar capital. Y también hay quien no se arredra y aprovecha para comprar. Es el caso de Vivendi Universal, que a finales de 2001 aceleró su política de compras.
Uno puede irse al caso extremo. El de compañías que tan pronto anuncian su desembarco en un negocio con aires innovadores como deciden deshacer el camino andado y regresar a la vieja economía. Son excepcionales. Lo habitual es el comportamiento, más discreto, de France Télécom o Deutsche Telekom. Pero el fondo de la cuestión es el mismo. Dar al mercado lo que pide.
De la obsesión por el tamaño a la obsesión por el balance
Hubo un tiempo en el que cada empresa de cable se creía predestinada a tener que cavar una zanja en cada calle de cada ciudad. Ahora, por contra, cuando menos dinero invierta una empresa, mejor. Y, si puede desinvertir, mejor que mejor. Así consigue que las agencias de calificación financiera mantengan o suban el rating.
No sin cierta malicia, algún comentarista del mercado ha señalado que tanto en la época alcista como en la bajista, las necesidades de las empresas eran sugeridas por la banca de inversión, que, como cualquier mortal, no es imparcial cuando hay dinero de por medio.
Así, en un momento de euforia aconsejan comprar y comprar sin cesar. En un momento de crisis, vender y vender. De modo que, sea por unas cosas o por otras, al final siempre va a haber activos cambiando de manos y, por tanto, comisiones por operaciones.
En descargo de la gran banca, se puede decir que la necesidad de tamaño o, posteriormente, de saneamiento no sólo la imponía la banca de inversión, sino también el mercado. La Bolsa premiaba las fusiones (casi todas se pagaban con acciones), y ahora las desinversiones. Pero, claro está, gestionar una empresa de cara a la galería no siempre funciona.
Al final, a uno le queda la misma impresión de siempre. Demasiado cortoplacismo y estrechez de miras. Sabe a gloria, en este contexto, la apuesta de algunas empresas por el crecimiento orgánico, haciendo cada una lo que mejor sabe hacer.
¿Ejemplos? Zara-Inditex. Nadie puede hablar de una gestión enfocada a la Bolsa, pues la empresa acaba de estrenarse, como quien dice. Pero es uno de los valores preferidos por el mercado, que está dispuesto a pagar una prima por la capacidad de la empresa de cumplir sus compromisos. Algo similar ocurre con Nokia, aunque últimamente la finlandesa está flaqueando. A veces la Bolsa no es tan simple como algunos la pintan.
El sector tecnológico, todavía atado al exceso de capacidad
Intel ha reducido su plan de inversiones para 2002 desde 7.300 millones de dólares (8.271 millones de euros) a 5.500 millones (6.232 millones de euros). La empresa acapara el 20% de la inversión mundial en semiconductores, y su reducción de gastos es representativa del momento que vive el sector.
Más allá de las ventas de activos, un movimiento relativamente coyuntural y ligado a las preferencias del mercado, las empresas fabricante de tecnología (equipos de comunicaciones, ordenadores o componentes) han congelado las inversiones, porque sobra capacidad de producción. Según Credit Suisse, la acumulación de capital en el sector tecnológico es superior en 195.000 millones de dólares a la tendencia de largo plazo. En el mercado de móviles, por ejemplo, se venden un 30% menos de lo que se preveía. Pero sólo una empresa ha dejado de producirlos.
Rápida obsolescencia
La rápida obsolescencia de los equipos hace, eso sí, que el exceso de capacidad dure menos y las empresas tengan que recapitalizarse antes. Pero también hace más costosas las amortizaciones. Paralelamente, el exceso de existencias empresariales va remitiendo, pero sigue por encima de la tendencia a largo plazo.
El mercado espera que el gasto en tecnología vuelva a la tendencia de largo plazo. Pero Credit Suisse considera que en los últimos años se ha producido una serie de factores extraordinarios que han elevado el gasto en tecnología por encima de lo normal. Se trata de Windows 95, el efecto 2000, Internet, los teléfonos móviles y la desregulación de las telecomunicaciones en Estados Unidos.
Este exceso de capacidad, que conduce al frenazo de la inversión es uno de los aspectos más preocupantes de la crisis, por sus efectos sobre la economía real.