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Tribuna
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Hechos y cifras de las pensiones en España

Fernando Fernández de Trocóniz analiza la evolución a largo plazo de las pensiones en España en función de la evolución demográfica. En su opinión, el peso de las pensiones en el PIB puede dispararse

Los datos de la evolución demográfica de la población española aparecen como dramáticos. Y son dramáticos porque el escenario de la edad y la composición de la sociedad cambian paulatina, pero inexorablemente hacia parámetros desconocidos hasta ahora.

El plazo para el comienzo del cambio se vislumbra en torno a 20 años a partir de ahora. Baja natalidad y envejecimiento se traducen al sistema público de pensiones en una estabilización de la población posible cotizante y activa, en torno a 27,5 millones de personas, y un incremento de los pensionistas que irá creciendo de los 7,7 millones actuales a 8,5 millones en 10 años, para pasar a 9,7 millones en la siguiente década, que se convierten en 11,2 y 12,5 en las dos siguientes. Pero la cifra de posibles activos, sin contar la emigración, se reduciría hasta números de 21,4 millones en el año 2040 (y bajando y bajando en años sucesivos).

Si traducimos los datos al sistema de pensiones y suponiendo que la tasa de actividad, es decir, las personas que efectivamente trabajan -y serán cotizantes- en relación a las que pueden hacerlo (las comprendidas entre 16 y 65 años), pasará del 64 % actual a situarse alrededor del 70 %, esto hace que la relación cotizantes-pensionistas se deslice de dos activos por pensionista a 1,5 o 1,2, según las distintas hipótesis, dentro de 40 años.

En lo que toca a la participación en el PIB, y de acuerdo con los datos más optimistas, las pensiones pasarían de representar un 8,4% a un 12% en cuatro décadas.

El panorama puede cambiar significativamente en función de la evolución de algunas cifras, en algunos casos de manera positiva, pero en otros, desgraciadamente, de forma negativa. La tasa de actividad puede superar esa meta del 70%, aunque hoy por hoy parezca un reto llegar a ella. En realidad no es sino la tasa de actividad de países de nuestro entorno, con un nivel de ocupación superior al nuestro. La disminución del paro que parece algo irreversible, aun con altibajos, nos conducirá a esa meta. Básicamente llegar ahí supone la incorporación definitiva de la mujer al trabajo.

Por eso las políticas de conciliación de la vida familiar y laboral, la desaparición de las trabas a la ocupación femenina, medidas de discriminación positiva apuntan a un horizonte poco dudoso de consecución.

Por el otro lado, sin embargo, se da una cada vez más tardía incorporación de los jóvenes al trabajo, pero que se convierte en mayor cualificación y, además, es factible pensar en acercamientos a modelos de coexistencia del estudio y la formación con el trabajo.

A pesar de que la tasa de ocupación referida hoy pueda parecernos lejana, no es desdeñable imaginar tasas incluso superiores en el futuro.

El incremento de la natalidad es un hecho, evidentemente no a los niveles de hace 30 años, aunque lo que sí parece cierto es que hemos tocado suelo. De todas formas, este efecto está ya descontado en todos los estudios y proyecciones, de forma que es difícil suponer incrementos de la población activa por esta vía, aparte de los esperados.

El desarrollo tecnológico es una gran incógnita. Puede que la productividad crezca de forma insospechada ahora. Si nos atenemos a lo sucedido en los últimos 100 años, en el porvenir puede pasar cualquier cosa, favorable, por supuesto. Lo que significa que en el largo plazo puede haber para todos sin ningún tipo de problemas.

Pero esta posibilidad debemos apartarla por arriesgada. Porque puede pasarnos lo que a aquella tribu primitiva africana en que el brujo predijo el cercano fin del mundo y el poblado abandonó toda actividad productiva, sacrificó el ganado y consumió las existencias esperando el temprano fin, pero, al no llegar éste, sucumbió por inanición la mayor parte de la población.

El efecto de la emigración ya hemos tenido ocasión de comentarlo en estas páginas. De lo poco que podemos tener seguro en este apartado es que no sabemos nada, ni podemos saberlo, de lo que ocurrirá en años venideros. E independientemente del volumen de los flujos migratorios puede suceder que lo que apunta como solución o paliativo pueda convertirse en un problema añadido, agravándolo, y no precisamente por dificultades de integración o xenofobia, sino derivadas del funcionamiento del sistema de reparto aplicando el cálculo propio de la capitalización, ya que se priman generosamente las carreras cortas de cotización y de reducidas aportaciones frente a las cotizaciones prolongadas en el tiempo que están fuertemente penalizadas.

Las perspectivas más optimistas, con entradas de 250.000 emigrantes por año, conducen a una relación máxima de cotizantes por pensionista de uno y medio a uno.

Las cifras de participación en el PIB de las pensiones son engañosas. Partimos siempre de su crecimiento permanente en el futuro, aunque sea a cotas bajas. Para ello acudimos al modelo histórico de comportamiento de la economía. Pero olvidamos que existe una correlación entre incremento del PIB e incremento de la población activa, lo que ha ocurrido hasta ahora y también pasará los próximos, no muchos años. ¿Sucederá lo mismo o al ritmo más pesimista (1,8%) cuando la población activa disminuya? Si nos atenemos a los datos derivados de comparar el aumento del PIB en los últimos años con el aumento de la población activa, nos encontramos con que el crecimiento no se comporta de forma lineal e incluso los incrementos del PIB son inferiores a los de los activos laborales, puede que debido a la escasa productividad de las incorporaciones finales al mercado de trabajo. Con lo que en el largo plazo podemos tener un panorama de un mucho mejor y generalizado nivel de vida, pero con una producción global inferior, al ser menos las personas que producen y viven. Por lo que la participación de las pensiones pueda literalmente dispararse.

Del lado positivo nos situaremos en una estructura de pensiones muy distinta a la actual, con disminución de pensiones asistenciales y no contributivas y subsidios de desempleo, derivada de la mayor tasa de actividad, pero con la contrapartida de pensiones de jubilación más elevadas. Si bien estaremos en presencia de carreras de cotización largas que siempre benefician al sistema.

En el otro lado de la balanza está la situación de economías competitivas con tipos de cotización más reducidos que los nuestros, ya sean en sistema de reparto o de capitalización. Aquí, y adelanto las tesis de otra entrega, probablemente deba traducirse en la lenta asunción vía impuestos -lo normal, sobre el consumo- de los diferenciales que lucen entre los criterios vigentes y los que se dan aplicando los de capitalización y seguro.

Lo que es realmente esperanzador es que nos quedan 20 años y tenemos tiempo para todo. Vislumbramos una sociedad distinta que deberá ser mejor con mejor y más larga calidad de vida. Para conseguirlo no debemos olvidar nunca aquello de 'a Dios rogando y con el mazo dando'.

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