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La Atalaya
Tribuna
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La gira asiática de Bush

Hace tiempo que Asia ha sustituido a Europa en las prioridades estratégicas de la Casa Blanca. La caída del comunismo y la desmembración de la URSS eliminaron la posibilidad de un enfrentamiento entre las entonces superpotencias europeas y, desde entonces, EE UU concentra su atención militar, política y económica en Asia, un continente que alberga no sólo los principales focos de tensión del mundo, desde el Próximo Oriente y Asia Central al Índico, sino también a la segunda economía del mundo, Japón, y al país, China, que puede amenazar en el futuro la hegemonía estadounidense. Sin olvidar, además, que Asia, desde mediados del XIX -léase la obra de Pearl S. Buck-, ha ejercido una fascinación especial en los estadounidenses, que comparten el mismo océano Pacífico. En este contexto hay que situar el viaje de George Bush a Japón, Corea del Sur y China, que concluye hoy en Pekín. Un viaje mirado con lupa por los analistas, a raíz de las reacciones provocadas por la inclusión de tres países asiáticos, Irán, Irak y Corea del Norte, en el famoso eje del mal.

En su viaje, Bush ha jugado con una cierta ventaja. En Japón, con una grave situación económica y una tasa de paro cercana al 6%, inconcebible para los nipones, el primer ministro, Junichiro Koizumi, precisaba más del apoyo público de Bush que a la inversa. Gracias al respaldo de éste a su plan de reformas económicas, Koizumi pasó de puntillas e, incluso, trató de justificar los excesos verbales de Bush en el discurso sobre el estado de la Unión, quizás porque el militarismo de Corea del Norte, cuyos misiles de alcance medio pueden llegar a Japón, preocupa realmente a Tokio. La visita concluyó con declaraciones de amor mutuo y poco más.

Corea del Sur fue, quizás, el hueso más duro de roer. La algarada estaba garantizada en Seúl, capital que cuenta con una de las masas estudiantiles más combativas del mundo. A la protesta se sumaron esta vez varios diputados del Gobierno y de la oposición, que habían presentado una carta de protesta en la Embajada de EE UU por la inclusión de Corea del Norte en el eje del mal. Inclusión que, a su juicio, amenazaba la estabilidad en la península y ponía en peligro la política del presidente Kim Dae Jung de reconciliación con el norte. Bush, que se reunió con Kim a solas el tiempo doble del previsto, pareció dar marcha atrás en su descripción de los norcoreanos y afirmó que Washington sólo persigue la paz y que nunca ha entrado en sus planes 'ni el ataque ni la invasión de Corea del Norte'.

En cuanto a China, todo apunta a una consolidación del buen entendimiento entre Bush y Jiang Zemin, establecido el pasado otoño en Shanghai. Un día antes de su llegada, el Gobierno chino anunció, como muestra de buena voluntad, su intención de liberar a un grupo de presos políticos y su disposición a acoger una oficina del FBI en Pekín. La reacción china a la definición del eje del mal ha sido puramente simbólica. Jiang Zemin parece valorar mucho más la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio y el apoyo de Washington a la Olimpiada de 2008 que el futuro de esos tres países. De hecho, cuando a finales de enero el viceprimer ministro iraquí, Tarik Aziz, visitó Pekín en solicitud de apoyo frente a la agresividad de Washington, la respuesta que recibió fue ilustrativa: 'Poco podemos hacer en su favor si no cumplen las resoluciones de la ONU (sobre los inspectores de armamento)'.

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