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Tribuna
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El libre mercado y los intereses creados

Isabel Giménez Zuriaga advierte de la quiebra de confianza en el modelo estadounidense que se producirá si el 'caso Enron' muestra que son habituales prácticas abusivas. Si así fuera, dice, habría que plantearse una revisión total

Las dos principales causas de los escándalos de los mercados financieros suelen venir bien por el mal uso de uno o varios de sus agentes participantes -emisores, instituciones, intermediarios o inversores-, bien por las propias deficiencias de la arquitectura del sistema financiero (como pueda ser una legislación inapropiada o insuficiente, o medios técnicos obsoletos).

Son necesarios muchos años para contar con un mercado transparente y eficiente. Su existencia y consolidación suponen grandes beneficios para cualquier economía. De la importancia del valor añadido bruto (VAB) del sector bursátil sobre el PIB de la economía podremos dirimir las consecuencias de un escándalo financiero. A nadie se le escapa que una anomalía en la Bolsa de Pekín no tiene las mismas consecuencias macroeconómicas que otra en el NYSE o en el Nasdaq.

El escándalo Enron, pues, conlleva unas externalidades, como la erosión en la credibilidad del sector y el desprestigio, que afectan al corazón de la riqueza norteamericana. Y todo ello porque, en la llamada década prodigiosa, el sector financiero ha supuesto el 20% del sector privado de la economía norteamericana (excluyendo el sector agrícola). Según un estudio publicado por McKinsey, el sector financiero ha sido el tercero en importancia en el crecimiento en la productividad, precedido por el comercio mayorista y minorista. Todos ellos han duplicado el impacto en productividad, estando muy por encima de los equipos eléctricos y electrónicos, maquinaria y equipamientos industriales o los servicios de telecomunicaciones.

El futuro del crecimiento de la productividad estadounidense dependerá en gran medida de cómo afecte la incertidumbre de los ciudadanos norteamericanos a los factores expansivos enumerados. A diferencia de Japón, o determinados países europeos, que continúan sufriendo excesivas restricciones regulatorias, EE UU parece disfrutar de saludables niveles de competitividad en numerosos sectores económicos.

En 1933 se enjaulaba al sector bursátil, separando la banca comercial de la de inversión, tratando de evitar que el crash del 29 se transmitiera al resto de la economía estadounidense. La economía norteamericana tardó 14 años en recuperarse del descalabro bursátil.

El escándalo Enron, al haberse producido justo meses después de reunificar las bancas comercial y de inversión, a través de la promulgación precipitada y sorprendente por parte de Bill Clinton, en vísperas de irse, de la Ley Gramm Leach y la revocación de la Ley Glass Steagal ha vuelto a cuestionar la arquitectura financiera. La unificación de las dos áreas de negocio bancarias quebró un modelo financiero que había funcionado durante décadas. No fue la única decisión precipitada de aquellos días, mostrando la efectividad y la solvencia de determinados grupos de presión. En la década prodigiosa y, sobre todo, durante la burbuja tecnológica, la banca de inversión fue envidiada por la comercial, al obtener esta última beneficios mucho más reducidos.

Enron parece haber sido la crónica de una muerte anunciada, conocida pero no denunciada debido a los conflictos de interés entre diferentes áreas de negocio de las entidades financieras afectas (comerciales y de inversión), y de la consultora y auditora.

Afortunadamente, en esta ocasión Alan Greenspan no ha suministrado una ayuda elitista y asimétrica, como hizo con la quiebra del fondo de alto riesgo LTCM (Long Term Capital Management). Su credibilidad no se ha puesto en entredicho por segunda vez. Especial compasión merece el equipo humano de Enron, conducido e inducido a suscribir acciones de su propia compañía, e ilusionado con un efecto riqueza, somatizado en la sociedad, que se ha mostrado cuando menos endeble y engañoso.

Las tendencias generales de evolución de los mercados financieros en los últimos años de institucionalización, globalización, internacionalización, innovación, o mayor complejidad en los productos ofrecidos conllevan, de forma natural, la aparición de estas anomalías. Verdadero agravamiento sería la quiebra de la confianza derivada de que la economía modelo de referencia en el capitalismo financiero mostrara excesivo apego a las prácticas abusivas de mercado. Es decir, que la quiebra de Enron mostrara prácticas habituales deficientes en los procesos de configuración de precios, valoración y supervisión de las empresas cotizadas, deliberada o subrepticiamente, conocido o no por el organismo regulador. Si la SEC hubiera pasado por alto la estrecha vigilancia de conflictos de intereses entre sus emisores, asesores y auditores, como parece ser que se está mostrando en el Nasdaq, actuando con mayor o menor grado de negligencia, debería plantearse una revisión completa del admirado y copiado modelo.

Con el paso del tiempo, la transparencia y eficiencia generan la credibilidad de un mercado financiero y ésta es muy vulnerable. Además, la competitividad entre las plazas financieras es creciente.

Los estadounidenses, tan proclives al libre mercado, tan autocomplacientes y tan orgullosos de su capitalismo financiero, deberían tenerlo en cuenta. De no ser así, los efectos para con la economía real podrían llegar a ser devastadores. De momento, contra todo pronóstico, los mercados financieros más sensibles, los de divisas, no parecen haber registrado declives en la fortaleza del dólar frente al euro.

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