Japón, al borde de la espiral deflacionista
Los temores que exponíamos a finales de septiembre en estas mismas páginas sobre la evolución a corto plazo de la economía japonesa parecen confirmarse. El indicador más relevante de la coyuntura económica, el PIB real trimestral, ha registrado un valor negativo en los dos últimos trimestres (segundo y tercero de 2001), lo que hace que la economía japonesa haya entrado, técnicamente hablando, en recesión.
El componente relativamente más estable hasta el momento del PIB, el consumo privado, ha tenido el último trimestre un comportamiento claramente desfavorable (1,7%). El crecimiento del desempleo (hasta el récord histórico del 5,6% en diciembre), la disminución de las rentas (con un deterioro de los ingresos salariales de un 2% en noviembre, décimo mes consecutivo de caída) y, en general, el empeoramiento de la confianza de los consumidores (que en diciembre mostraba una caída de 6,1 puntos con respecto al año anterior) nos hace ser pesimistas acerca de la evolución a corto plazo del consumo, que al ser un 60% del PIB japonés, condiciona mucho la evolución de este último.
Por otra parte, la inversión privada mantiene una ligera recuperación (+1,1% en el tercer trimestre de 2001). La evolución reciente de los pedidos de maquinaria (un indicador adelantado de la inversión), con un decrecimiento en noviembre del 10%, llevará con toda seguridad a que el cuarto trimestre termine, como el tercero, con una caída en los pedidos, lo que no parece confirmar la mejoría de la inversión en el corto plazo. Los resultados del último Informe Tankan, la encuesta de confianza empresarial que elabora el Banco de Japón, aunque menos desfavorables de lo se que había previsto, son los peores desde marzo de 1999. Un elemento importante de dicha encuesta, el índice para grandes empresas manufactureras, ha caído cinco puntos desde septiembre. Por otra parte, las empresas esperan obtener sus peores resultados en términos de beneficios desde la crisis del petróleo de 1973.
Si nos centramos en la producción industrial (variable muy relevante en Japón), el resultado es más negativo, con una caída el último trimestre de 2001 del 13,3%, en tasa interanual, lo que supone el cuarto trimestre consecutivo de caída. Esto ha propiciado que, por primera vez en tres años, la producción en 2001 disminuyera un 7,9% en relación a la de 2000.
Una variable clave para analizar la coyuntura japonesa, el índice de precios al consumo (o cualquier otro índice de precios), permanece en la misma senda de descenso. Por ejemplo, el IPC en Tokio ha descendido en enero un 1,7% en relación al mismo mes del año pasado, lo que supone 29 meses consecutivos de bajada de precios. El problema se extiende por todo el país como muestra que la caída del IPC japonés en 2001 ha sido del 0,7%, siendo el tercer año consecutivo de deflación.
Hasta hace poco, la deflación que vive el país ha sido vista desde algunas instancias oficiales (por ejemplo, el Banco de Japón) como un fenómeno positivo (deflación buena). Si la caída de precios va paralela a un crecimiento mínimo o incluso estabilidad de las rentas, la capacidad adquisitiva de la población mejoraría, por lo que se podría defender la teoría de la deflación buena. El escenario citado no parece describir correctamente la coyuntura económica japonesa actual.
Con una demanda agregada deprimida, el descenso de precios deteriora los beneficios de las empresas, y éstas responden reduciendo salarios y/o empleo. Por otra parte, la deflación eleva los tipos de interés reales, aumentando la ya de por sí elevada deuda de las empresas. æpermil;ste es el camino hacia una espiral deflacionista, que es precisamente adonde parece dirigirse la economía japonesa. En este contexto, una recesión mundial alimentaría dicha espiral. Algún autor japonés, Kazuo Ueda, habla de una ¢trampa deflacionista¢, no espiral, con una curva de Phillips muy plana y una deflación contenida.
El ambiente deflacionario que preside la coyuntura japonesa explica también la evolución de los mercados financieros japoneses en los cuatro últimos meses, especialmente la de los tipos de interés a largo plazo que, en contra de lo que podría esperarse, permanecen relativamente inamovibles. Ni el Nikkei, que pareció despertar de su letargo a principios de año, ni los tipos de interés a largo en Japón anticipan una pronta recuperación. Es reseñable la diferencia entre los analistas de la economía norteamericana y los que estudian la evolución de Japón. En el primer caso, se atreven a hacer predicciones sobre el momento en el que la economía norteamericana tocará fondo. Podrá haber discrepancias sobre dicho momento, pero todos los analistas están convencidos de un próximo cambio de ciclo. Nada de esto se observa para Japón, donde se discuten alternativas de política económica, pero nadie se atreve a poner una fecha para la recuperación.
El empeoramiento de los fundamentals de la economía japonesa ha sido el detonante de la depreciación del yen registrada los últimos meses. Desde su cotización del pasado 21 de septiembre, cuando el dólar se cambiaba a 116,76 yenes, el yen se ha depreciado alrededor de un 13%. Según todos los indicios, las autoridades económicas no parecen ver con malos ojos esta depreciación para estimular las exportaciones y mitigar la deflación, aunque EE UU y algunos de los países asiáticos, en especial China, ya han hecho llegar sus quejas sobre dicha depreciación.
Veamos si entre tanto dato negativo detectamos algún factor positivo que pueda generar optimismo en los agentes y analistas. En el campo de las reformas estructurales, hay que señalar que algunos aspectos de la gestión de la política fiscal pueden acabar transmitiendo un mensaje contrario a la idea de cambio que pretende liderar el primer ministro Koizumi. Veamos el ejemplo más llamativo. Justo una semana después de aprobarse el primer Presupuesto extraordinario del año fiscal 2001 (por un importe de cuatro billones de yenes) se comenzó a discutir el importe y forma de financiación del segundo Presupuesto extraordinario.
Aunque, en un principio, este sinsentido puede interpretarse como una muestra del inescrutable sistema político japonés, en realidad, lo que, según muchos expertos, se pretende fragmentando el Presupuesto extraordinario en dos es cumplir la promesa electoral del primer ministro Koizumi de no emitir en este año fiscal más de 30 billones netos de deuda pública.
Financiando el primer paquete de estímulo fiscal con bonos públicos no se sobrepasa el límite fijado por Koizumi. Como el paquete completo de estímulo debería haber sido mayor, lo que se hace es aprobar un segundo Presupuesto extraordinario financiado con recursos extrapresupuestarios.
Estas prácticas parecen especialmente equivocadas cuando el principal aliado de Koizumi es la opinión pública, y ésta se ha manifestado claramente en contra de la forma tradicional de hacer política en Japón. A pesar de que la popularidad del Gabinete Koizumi ha descendido desde abril, todavía cuenta con el apoyo de alrededor del 70% de la población. En este contexto, será interesante conocer la reacción de la opinión pública a la destitución por Koizumi de la ministra más popular de su Gobierno, la responsable de Exteriores, Makiko Tanaka.
Lo que parece claro es que las agencias internacionales de calificación están todavía a la espera de verdaderos cambios en la escena económica japonesa.
La inacción del Gobierno en un contexto de grave crisis fiscal y de recesión económica ha llevado a Moody§s, Standard & Poor§s y Fitch a rebajar la calificación crediticia de Japón las últimas semanas. En la actualidad, Japón tiene alrededor de 140% de deuda bruta con respecto al PIB y su calificación crediticia es la peor de todos los países de la OCDE, con una tendencia, además, desfavorable.
Los datos de desempleo y de quiebras empresariales, crecientes en los últimos meses, podrían ser interpretados positivamente en el medio plazo, siempre que los recursos humanos, físicos y económicos que se quedan ociosos pasen a ser pronto utilizados de manera más eficiente. Según algunos expertos, este trasvase de recursos se ve obstaculizado por varios factores estructurales de la sociedad y de la economía japonesas (sistema educativo, modelo laboral, sistema financiero, modelo de gestión empresarial, etcétera).
Un ejemplo de esos problemas estructurales es el muy bajo ratio ofertas de trabajo/demandantes de empleo que se está registrando en los últimos años (su valor actual es un 40% del valor máximo alcanzado al final del boom económico de los ochenta-noventa y 1991), lo que es un indicador de un profundo desequilibrio en el mercado de trabajo japonés: se demanda lo que no se ofrece.
Con respecto a los fallidos de la banca, otro gran problema de la economía japonesa, se han anunciado liquidaciones masivas de estos activos por parte de la banca. Por otra parte, el Gobierno está definiendo un plan de saneamiento para intentar solucionar el problema en un periodo de dos a tres años.
Esto sí parece positivo, pero si la economía japonesa no entra en dicho periodo en una fase de crecimiento sostenido, el problema de la morosidad permanecerá (se liquidarán activos morosos, pero aparecerán nuevos).
El nuevo ciclo político inaugurado por el primer ministro Koizumi ha estado presidido por la idea de que sin reformas dolorosas no habrá recuperación sostenida (no pain, no gain). El Gobierno japonés hizo suyo, a finales del recientemente finalizado enero, un dictamen del Consejo de Política Económica y Fiscal en el que se pronostica que el crecimiento positivo no volverá a Japón hasta el año fiscal 2004. Mucho coraje y apoyo necesita el primer ministro Koizumi para sacar adelante su programa de reformas venciendo las presiones de políticos (incluso de su mismo partido), grupos de presión económicos, medios de comunicación nacionales e internacionales, etcétera, en un contexto económico recesivo a medio plazo.