El dominio de los futuros coloca la Bolsa en una situación muy delicada
El desparpajo que se observa en la Bolsa española en las últimas seis semanas tanto a la hora de subir como a la de bajar ha sorprendido, incluso, a los más avisados. En el resto de los principales mercados del mundo se ha desarrollado una situación similar.
Que los índices de más influencia sean capaces de variar más de un 3% en un solo día, tal es la secuencia de muchas de las sesiones de las últimas semanas, es algo que no está en manos del inversor final, sino de los programas matemáticos de compra y de venta de acciones.
Las famosas cestas de compra o de venta, siempre parapetadas con futuros, han vuelto a irrumpir en la Bolsa y no existe valor del Ibex que escape a su dominio. Esta situación, como hecho demostrado, siempre se produce en coyunturas caóticas y sin volúmenes de negocio, lo que contribuye a debilitar la tendencia de fondo de los mercados. Sólo cuando los flujos de inversión son ciertos, desaparecen.
Situación muy delicada, por tanto, en la que se encuentra la Bolsa española desde hace dos semanas. La ausencia de inversores finales, institucionales o privados, ha dejado las cosas en manos de los especialistas del día a día, que además de no marcar desde nunca tendencia acentúan los niveles de volatilidad.
El dinero sigue en sus cuarteles de invierno, porque no existen elementos que sugieran lo contrario. El clima de confianza de consumidores y empresarios se encuentra a niveles de la crisis de los primeros años noventa; los resultados de las empresas empeoran y el desempleo sacude a capas de población cada vez más extensas.
En la coyuntura actual sorprende cómo la burbuja de Wall Street no estalla. Es más, es alimentada de manera constante con mayores líneas de liquidez por parte de la Reserva Federal. Los PER del Standard & Poor's 500 alcanzan niveles estratosféricos, que el patriotismo estadounidense por sí mismo es posible que no pueda mantener en el tiempo.
En el caso concreto del mercado nacional, la referencia argentina y su capacidad de contagio al resto de Latinoamérica es una losa que pesa mucho.
Crece la burbuja de Wall Street
El pánico de los atentados, primero; el horror de la guerra, después, y el patriotismo exacerbado de última hora han ocultado, al menos a corto plazo, los verdaderos problemas de fondo que los mercados de acciones arrastran desde el verano de 1998.
Hace siete años, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, puso de moda el término exuberancia irracional de los mercados, en clara alusión a unos multiplicadores excesivos. Las Bolsas no le escucharon. Hasta la crisis financiera del verano de 1998, las Bolsas vivían su nirvana particular.
La crisis de 1998 fue violenta, pero duró poco y, además, fue recuperada en tiempo récord.
Desde entonces, el deterioro ha sido notable, porque los inversores han vuelto a los valores fundamentales, con castigos a las empresas con pérdidas y aplausos a las que obtienen beneficio y cash flow. El PER vuelve a alcanzar, aquí, su máximo esplendor, de tal modo que un título es más barato con PER bajo, y al revés.
Wall Street, empero, parece vivir su guerra particular. El PER del S&P 500 alcanza las 28 veces sin extraordinarios y más de 30 con ellos. Significa que la burbuja crece y crece. Y mientras, los analistas anglosajones echan pestes de las Bolsas de la eurozona. Patriotismo que se llama.