<I>A vueltas con el euro</I>
Puede parecer un tanto manido volver sobre esta cuestión con ocasión de un nuevo acceso de debilidad de la moneda única, que ayer marcó un nuevo mínimo anual respecto al dólar (1 euro = 0,83 dólares). Pero es oportuno, pues en menos de seis meses el euro será nuestra nueva moneda nacional y no se percibe en los actores de la economía y la política monetaria europea verdaderos deseos de defenderla.
Es cierto que, como se viene afirmando en el BCE, el valor de la divisa europea debía reflejar los datos fundamentales de la economía de la zona, aunque parece que eso sólo se cumple en el largo plazo. En un principio el extraordinario vigor mostrado por la economía estadounidense podía explicar la gran fortaleza del dólar, pero hoy las tornas se han vuelto y el riesgo a que ese robusto crecimiento se transforme en recesión es cada vez mayor, mientras la zona euro mantiene un ritmo de expansión no lejos de su potencial.
Sin embargo, los mercados de divisas no han recogido este deterioro de la economía estadounidense y parece que se han dejado llevar en el corto plazo por otras consideraciones que dejan al euro postrado cerca de sus valores mínimos. Estas veleidades de los mercados se han dado también en otras ocasiones. Por ejemplo, si en 1985 hubiese existido el euro, se habría cotizado a 0,69 centavos de dólar (frente a los 0,84-0,86 en que viene fluctuando últimamente) y el dólar, que hoy vale 2,28 marcos, llegó a valer entonces 3,45 marcos.
Es posible que las actuaciones del BCE y del alguno de sus dirigentes no hayan contribuido a darle a la nueva moneda la estabilidad necesaria. Tanto la institución como sobretodo su presidente, Wim Duisenberg, están pagando el precio del aprendizaje de gestionar una política monetaria en un marco nuevo para el que no se tenía la experiencia adecuada. No es lo mismo dirigir la política monetaria de un pequeño país, como Holanda, cuyo único problema era mantener el florín en la estela del marco alemán, que enfrentarse con la gran complejidad de la UEM y la moneda única.
Existe la opinión bastante extendida de que la debilidad del euro desaparecerá en breve, en cuanto pase de moneda virtual a real. Es una esperanza un tanto infundada, pues la parte que del total de transacciones en euros se haga en monedas y billetes será relativamente pequeña y no parece que este cambio vaya a afectar de modo alguno a los mercados.
Puestos a buscar una explicación más convincente, habría que pensar que esta debilidad del euro refleja el síndrome de una rebaja ontológica que aplican unos mercados inquietos de que en la UEM no se dan todavía, quizás por la gran diversidad de los Estados que la forman, las condiciones que llevaron al éxito otras uniones monetarias anteriores.
Los paralelos históricos más próximos de uniones monetarias más duraderas son los de EE UU, Italia y Alemania, en las que la cesión de soberanía monetaria fue posterior a una extensa integración política.
Todas ellas siguieron un proceso evolutivo, mientras que la UEM fue un caso único en la historia de las uniones monetarias, ya que se puso el carro de la unión monetaria delante del caballo de la unión política. La razón de esta anomalía fue sin duda que los arquitectos de la UE creían que la unión monetaria (y la estabilidad de precios esperada) tenía un apoyo popular importante, mientras que una unión política centralizada no era del agrado de toda Europa.
Esto no quiere decir, sin embargo, que una unión monetaria sólo es factible con un grado elevado de centralismo e integración política. Los problemas de la UEM no se deben tanto a la falta de una política común como a las importantes rigideces que todavía persisten en los sistemas económicos de los grandes países. Así, Alemania, temerosa en su día de que el laxismo de los países mediterráneos, entre ellos España, fuese a contaminar la estabilidad económica de la UEM, hoy es incapaz de sacar provecho de una devaluación efectiva real del euro del 15% en estos dos años y medio. Su economía va camino de la recesión, siendo una rémora para el progreso de la UE, frente al dinamismo que están mostrando las denostadas economías mediterráneas.
La UE está evolucionando hacia una nueva estructura política cuya forma final es difícil de prever, pero que probablemente se sitúe entre una federación nacional y algún modelo de acuerdo internacional entre Estados-naciones independientes.
No convendría en todo caso que siguiese la línea del reciente proyecto del canciller Gerhard Schröder. En una visión particularmente mezquina del interés nacional, el canciller no carece de audacia y es absolutamente incoherente, cuando aboga por una Europa federal al mismo tiempo que milita por el desmantelamiento de las (únicas y verdaderas) políticas comunes -el PAC y los fondos estructurales- con el único objeto de limitar la contribución financiera de Alemania.
Se trata, naturalmente, de un globo sonda, pero muestra claramente sus intenciones. Alcanzado por fin, con la próxima ampliación de la UE, el durante tanto tiempo anhelado Lebensraum, habría llegado el momento de retirarse del juego comunitario, dando por buenas las contribuciones netas que Alemania venía haciendo desde el nacimiento de la CEE.
Parece, pues, urgente hacer ver a la sociedad europea que Europa como potencia es seguramente una de las respuestas más pertinentes tanto a la globalización y a la revolución tecnológica como a las mutaciones geopolíticas, pero la potencia no se decreta: se construye a través de la delicada alquimia de los hombres de Estado y de la voluntad de los pueblos.