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EDITORIAL

<I>La crisis de Aerolíneas </I>

La crisis de Aerolíneas Argentinas se está deslizando por una pendiente arriesgada y a máxima velocidad. La negativa del sindicato de técnicos de la compañía de bandera argentina a firmar el plan de saneamiento propuesto por la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), el primer accionista de la empresa, ha provocado que el grupo público español cierre el grifo financiero, lo cual coloca a Aerolíneas a un paso de la quiebra. Una situación que, según el presidente de la SEPI, Pedro Ferreras, la compañía está bordeando desde principios de los noventa.

Esta cadena de decisiones ha desatado una inmediata radicalización de las protestas que desde hace meses efectúan los trabajadores de la empresa, en las que se han sucedido desde bloqueos de la sede de Aerolíneas Argentinas a lanzamientos de cócteles molotov contra propiedades de algunos de sus ejecutivos. La espiral de problemas, sin embargo, no ha acabado ahí. Durante la noche del pasado miércoles, la policía entró en las oficinas centrales de Aerolíneas Argentinas e incautó documentación referida a Austral, una de las filiales del grupo, tras la presentación de una demanda.

Ayer, la crisis subió un nuevo escalón. El presidente argentino, Fernando de la Rúa, anunció que toma directamente las riendas de la crisis para buscar una solución cuanto antes, mientras el enfrentamiento entre las centrales sindicales con representación en la empresa se agudiza ante la aceptación o el rechazo del plan de saneamiento. Por otra parte, algunas voces políticas en Argentina están empezando a apelar al nacionalismo y a lanzar la idea de que el conflicto es en realidad una pugna entre Estados.

Este razonamiento no es compartido por el Gobierno De la Rúa, que mantiene una buena relación con el español, como se ha puesto de manifiesto en la reciente visita a España del superministro de Economía argentino, Domingo Cavallo. Pese a todo, la situación es harto compleja para la SEPI y, por extensión, para el Ejecutivo que preside José María Aznar. Con los fríos números en la mano, la solución sólo parece tener una palabra: quiebra. La SEPI ya ha destinado más de un cuarto de billón de pesetas a la empresa argentina y los problemas continúan.

Sin embargo, en este proceso para una solución de salvamento se están barajando otros factores. Por una parte, Argentina está empezando a sacar la cabeza de una comprometidísima situación económica. Una noticia del calado de la quiebra de Aerolíneas Argentinas sería muy mal recibida por los mercados, amén de los conflictos sociales que pudiera conllevar. En segundo lugar, una solución traumática podría tener un efecto contagio, no sólo de imagen, para el resto de las inversiones que las grandes empresas españolas tienen en Argentina. Telefónica, Repsol, el BBVA, el BSCH o Endesa tienen muchos fondos e intereses depositados en el país latinoamericano.

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