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TRIBUNA

<I>Año 2001, fin de ciclo</I>

Parece llegada la hora de que Europa se ponga a la altura de las circunstancias y tome el relevo como motor de la economía mundial.

En la mayoría de los periodos de fuerte y prolongada expansión económica, especialmente si iban acompañados de una euforia continuada de las Bolsas de valores, ha acabado surgiendo la idea de que había empezado una nueva era de prosperidad libre de recesiones, idea que iba ganando credibilidad con la continuidad de la expansión. En opinión de muchos, los ciclos económicos habían muerto gracias a que la política económica había alcanzado tal destreza que era capaz de estabilizar las fluctuaciones de la economía, ya fuesen provocadas por el comportamiento autónomo de la demanda o por movimientos inesperados de alguna variable económica importante, los llamados choques.

Pocas veces se ha dado un cúmulo de circunstancias tan propicias para desarrollar esas ideas como en el largo periodo -10 años- de expansión que acaba de atravesar la economía de allende el Atlántico, porque, además de fuerte, el crecimiento tiene lugar en la estabilidad. No es de extrañar que hayan surgido voces dando por muertos los ciclos económicos y con ellos también la inflación, y todo porque se creía que la revolución tecnológica había revocado las leyes que rigen los llamados ciclos de los negocios.

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación estaban elevando substancialmente la productividad, lo que permitía un aumento importante de los salarios sin generar tensiones inflacionistas excesivas. Este incremento de renta se reflejaba en un mayor consumo que mantenía la expansión de la economía. Se ponía así en marcha un círculo virtuoso que no tendría fin, olvidando experiencias similares del pasado que sí lo tuvieron.

Yasí parece que va a ser esta vez, porque, si bien se produce ese salto cuantitativo en el avance de la productividad, la economía estadounidense se iba plagando de desequilibrios y la recesión puede que sea la única forma de purgar la economía de unas tendencias faltas de cordura, nocivas para su salud.

En el pasado, estos excesos tomaron formas distintas, desde una gran acumulación de stocks de productos invendidos e inmuebles de todo tipo vacantes a una inflación duradera y creciente, pasando por inversiones elevadas en planta y equipo sin utilizar.

Los que hoy se están cometiendo (todavía) son diferentes y en definitiva son consecuencia de que con su euforia de consumo e inversión las familias y empresas americanas jamás habían vivido tan por encima de sus posibilidades durante un tiempo tan largo. Lo increíble de esta situación que constituye una de las incógnitas del escenario económico actual es que esa economía se haya mantenido tanto tiempo en fuerte y continuada expansión.

Por eso el mundo asiste entre atónito, expectante y un tanto receloso a las acrobáticas maniobras con que el presidente de la Reserva Federal intenta llevar la pesada y cada vez más desequilibrada economía americana a un aterrizaje suave. Empezó, hace cosa de un mes, dando un inesperado y brusco viraje en la postura de política monetaria seguida hasta entonces con un recorte brutal del tipo de interés. Un poco más tarde dio un giro copernicano al apoyar la rebaja de impuestos propuesta por la nueva Administración, algo que hasta entonces consideraba un anatema, pero que ahora justificaba como un remedio al parón de la economía.

Y por último, ya recientemente, efectuando una nueva bajada de tipos de la misma e importante cuantía que la de escasas semanas antes.

Este intento desesperado de enderezar el morro de la aeronave hace sospechar que su ángulo de caída es mayor de lo que se dice. Y no hace falta ser un Cassandra agorero para esperar pocos efectos en el corto plazo de una política monetaria y fiscal tan agresiva, ya que los desequilibrios son fundamentalmente reales (aunque los financieros sean importantes), debidos a un consumo e inversión excesivos, pero también por el largo desfase temporal con que actúan estas medidas.

Es más, hay un riesgo claro de que, como ha ocurrido en circunstancias anteriores -especialmente después del crash bursátil de 1987 y la crisis financiera global de 1998-, estas medidas actúen pro cíclicamente y lleven a un recalentamiento de la economía estadounidense, haciéndola vulnerable a una recesión más grave en el futuro.

Lo último que la economía mundial necesitaba cuando su primer motor de impulsión se está parando es la renovada caída de régimen del segundo motor, Japón. Pero esto es lo que está ocurriendo en unas circunstancias, además, que hacen difícil su reactivación, como es un sector público en bancarrota, tipos de interés próximos a cero y una falta total de confianza de consumidores y empresas.

Parece, pues, llegada la hora de que el tercer bloque de la economía mundial -Eurolandia- se ponga a la altura de la situación y venga el relevo, manteniendo un ritmo de expansión fuerte y sostenido. La cuestión es saber si lo conseguirá.

Su evolución reciente es bastante alentadora. Es cierto que el crecimiento tranquilo de Europa puede resultar tedioso frente al fulgurante ritmo de EE UU, pero, como nos enseña la famosa fábula de la liebre y la tortuga, tomar las cosas con calma puede resultar ventajoso, y, como dice Horacio, "a veces la mediocridad es de oro".

En todo caso, la solidez y el equilibrio de su economía, particularmente en sus cuentas públicas y con el exterior, pero también con una tasa de inflación y tipos de interés más bajos que en EE UU, le proporcionan cierta protección frente a un eventual choque coyuntural procedente del exterior, además de ser una buena base de expansión.

No es menos cierto que la importante aceleración registrada por el ritmo de expansión de la economía de euro 11 en los dos últimos años se debe exclusivamente al sector exterior y está, sin duda, relacionada con la fuerte depreciación del euro frente al dólar.

Queda por ver si el efecto contractivo que cabe esperar del sector exterior como consecuencia de la importante apreciación del euro en estos meses y del menor crecimien-to de los mercados exteriores de la zona va a ser compensado por un mayor dinamismo de la demanda interna.

El azar (electoral) ha querido que los gastos de las familias y empresas se vean favorecidos por una reducción de impuestos en Alemania, Francia e Italia, pero esto va a (o debiera) comprometer una posible relajación en la política monetaria del BCE, aparte de que la marcha de la tasa de inflación y de la M3 están superando los objetivos establecidos.

O sea que lo mejor que se puede hacer en este primer año del tercer milenio es esperar lo mejor y prepararse para lo peor.

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