Silicon Valley (y el trumpismo) a la conquista de Hollywood
La oferta de Netflix por Warner es el último asalto de las plataformas sobre los estudios, como antes cayeron Metro y Fox. Tras la contraopa de Paramount están los Ellison, la Casa Blanca y monarquías petroleras


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Si California fuera un país independiente, sería la cuarta economía mundial (tras lo que quedara de EE UU, China y Alemania, por delante de Japón). Por su influencia, por lo que llaman poder blando, podría estar más arriba: Hollywood marcó la cultura popular en el siglo XX y Silicon Valley lo hace en estas primeras décadas del XXI. Pero los dos centros que irradian al mundo la cultura de EE UU no viven el mismo esplendor. Hollywood, en Los Ángeles, con todo lo que nos trae a la mente por el glamur del cine, tiene un aire decadente, porque todos asumen que la edad de oro del cine quedó muy atrás. Más al norte del Estado, cerca de San Francisco, Silicon Valley representa el más fabuloso poder de nuestro tiempo en términos económicos (el de las tecnológicas que dominan de forma notoria las Bolsas y nadan en dinero), y socioculturales (porque las redes sociales y plataformas atrapan nuestra atención). El foco de la industria del entretenimiento pasó en los últimos años de la pantalla grande a la que cada uno sostiene en la palma de la mano.
Sabrán que se ha abierto una guerra de opas por Warner Bros, uno de los grandes estudios de Hollywood. El viernes, Netflix alcanzó un acuerdo para comprar los estudios cinematográficos y televisivos de Warner Bros. Discovery, incluida HBO, por unos 83.000 millones de dólares, el equivalente a unos 71.200 millones de euros. Tres días después llegaba una contraoferta: Paramount Skydance lanzó una opa hostil sobre Warner por 108.400 millones de dólares (unos 93.250 millones de euros), deuda incluida. No comparen los precios, porque la primera oferta se deja fuera algunos activos como los canales de televisión por cable CNN, TBS y TNT, mientras la segunda ofrece quedarse con todo.
La primera operación, la acordada por Netflix, significaría la caída de los históricos estudios de Casablanca o Al este del Edén en manos de una plataforma tecnológica, líder absoluta del streaming, nacida del alquiler de películas y convertida en un gigante que vale casi 450.000 millones de dólares. La segunda también tiene la huella de los tecno-ultra-millonarios: la de los Ellison, la familia del dueño de Oracle (que vale más de 600.000 millones de dólares), con buenos aliados políticos (en Washington) e internacionales (las petromonarquías del Golfo).
Dos reparos aparecieron de inmediato al acuerdo con Netflix. Por un lado, en su apuesta por su propio modelo de negocio, la plataforma ha lanzado mensajes despectivos sobre el cine proyectado en salas, lo que genera temor a sus intenciones en el desembarco en el séptimo arte. Sentarse ante la gran pantalla, dijo en abril el consejero delegado Ted Sarandos, “es una idea obsoleta para la mayoría de la gente, no para todos”. Y añadió: “El streaming está salvando a Hollywood". Una segunda pega: la unión de Netflix y HBO más todo el catálogo de Warner implica una gran concentración de derechos en una de las plataformas audiovisuales, lo que en buena lógica llevaría a menos competencia y precios más altos. En este artículo, Eneko Ruiz Jiménez se inquieta por el futuro de HBO, la marca que se enorgullece de sus series de calidad, de Los Soprano a Juego de tronos. “¿Qué sentido tiene mantener HBO Max si va a pisarse con Netflix? ¿Por qué de la noche a la mañana el consejero delegado Ted Sarandos iba a convertirse en un acérrimo defensor del cine en salas?”, se pregunta.
Los precedentes que repasa Ruiz Jiménez no invitan al optimismo de los cinéfilos: “Metro-Goldwyn-Mayer fue fundada en 1924. 20th Century Fox, en 1935. Eran dos de los grandes estudios históricos de Hollywood. Todo un emblema. Cuando Amazon y Disney las compraron, en 2019 y 2022 respectivamente, ambas prometieron que todo seguiría igual, que se comprometían a seguir estrenando películas en salas y que las marcas seguirían siendo relevantes. Unos pocos años después, esos membretes ya no significan nada".
Ya han pasado algunos años desde que Luis Pablo Beauregard escribió en 2021: “Las plataformas digitales se comen al viejo Hollywood”. Se refería a las compras de la Metro y la Fox, en las que el autor veía “un cambio de paradigma en la industria del cine, que la pandemia ha acelerado con el cierre de salas y el consumo masivo de oferta digital”.
En cierto modo, el acuerdo de Netflix simboliza de nuevo a Silicon Valley comiéndose a Hollywood (aunque hay que matizar que la sede de la plataforma está en Los Ángeles, no todo el sector tecnológico tiene sus bases en el mismo sitio). Pero entonces, ¿sería la compra por Paramount una solución más asumible en Hollywood, la unión de dos estudios clásicos? Quizás sea así, pero hay muchos otros elementos. Entre ellos la cercanía de Paramount al trumpismo desde que está dirigida por David Ellison, hijo del jefe y mayor accionista de Oracle, Larry Ellison. Y para esta operación se ha aliado con el yerno de Trump, Jared Kushner, y con un fondo saudí.
Así es que la de Paramount es una alianza cercana a la Casa Blanca que se ha mostrado también voraz en el control de medios de comunicación, lo que resulta también inquietante, o más aún. Este artículo de Bloomberg sobre el rol de David Elison, previo a estas ofertas por Warner, ya avanzaba que “el desembarco en Paramount podría ser solo el primer paso en la visión de la familia Ellison sobre lo que debería ser un conglomerado mediático”. Y añadía que el propio Trump “también ha sugerido al fundador de Oracle que compre TikTok”. Lo definió bien Thiago Ferrer en esta columna: “Los trumpistas están comprando nuestra atención”.
Volvamos, entonces, a la guerra de opas por Warner. ¿Qué cabe esperar? Lean este análisis de Jennifer Saba y Stephen Gardel, de BreakingViews: “Netflix ha entrado oficialmente en el Upside Down, la oscura dimensión alternativa de su exitosa serie Stranger Things. (...) El acuerdo está plagado de dificultades desde el punto de vista político, normativo y financiero, lo que coloca al gigante del streaming en una curiosa posición defensiva". El propio Trump expresó sus reservas a esa fusión: “Es una gran cuota de mercado. No hay duda de que podría ser un problema”. Y dejó claro que participará en la decisión de los reguladores (esos que deberían ser independientes). Como ha contado aquí Álex Medina R., Netflix se guarda un as en la manga: la promesa de ampliar significativamente su capacidad de producción en Estados Unidos. Lo que permitiría “revestir la adquisición de su gran rival con una de las grandes obsesiones de la Administración Trump desde que tomó de nuevo el Despacho Oval: más empleos para los estadounidenses y mayor producción en suelo local”.
La misma Jennifer Saba vuelve a escribir para mojarse más: “La oferta de Paramount por Warner Bros es difícil de rechazar”. Primero, porque se lanza sobre todos los activos de la compañía, lo que es más sencillo de entender por los accionistas de Warner y no les obliga a quedarse con unos canales de televisión menos atractivos como inversión. Segundo, porque es de suponer que Paramount tiene más fácil “suavizar las cosas en Washington”, sobre todo de la mano de Kushner. Y de los países petroleros: como ha escrito aquí Karen Kwok, "la lógica del Golfo con Paramount no es financiera. El respaldo saudí, catarí y emiratí a la oferta por Warner Bros une más a los países de Oriente Próximo con la actual Casa Blanca".
De esta apasionante batalla, de incierto final, depende en gran medida el futuro del séptimo arte. Que es algo más que un negocio y una alimento para los algoritmos: es algo que nos hace soñar despiertos. Larga vida a Hollywood.
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