La paz imperial trumpiana: congelar conflictos sin resolver ninguno
Es ingenuo pensar que con un acuerdo sobre Ucrania se esfumaría la amenaza rusa sobre Europa, que el alto el fuego en Gaza arreglará Oriente Próximo o que la caída de Maduro llevaría a la democracia en Venezuela


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Algunos inversores corrieron a vender sus acciones de empresas de armamento cuando supieron que Trump y Putin habían acordado un plan de paz para Ucrania y que Zelenski se avenía a negociarlo. Era una reacción muy precipitada. Pensar que con ese arreglo (si es que llega, sobre lo que crecen las dudas) se esfumaría la amenaza rusa sobre Europa es bastante ingenuo. Como lo sería dar por resuelto el conflicto entre Israel y Palestina solo porque ya no abra las portadas ni los telediarios. Como lo sería creer que la caída de Nicolás Maduro conduciría de inmediato a una transición democrática en Venezuela. Pero esa es la idea (imperial) de paz que tiene Trump en su camino hacia el Nobel ansiado. Trata de imponer su fórmula, guste o no a la parte más débil, mediante ultimátums y amenazas, aunque puede cambiar de posición de un día a otro. Y todo plan para la paz trumpiana incluirá cláusulas que aseguren negocio para EE UU y sus empresas, eso se pone por escrito desde el primer borrador por obsceno que parezca.
El sector militar ha bajado en Bolsa al saberse que el plan de Washington y Moscú para la paz en Ucrania, muy escorado hacia las posiciones de Putin, se abría paso en las conversaciones entre las partes iniciadas el domingo en Ginebra. Solo el lunes, el índice Stoxx Europe Aerospace & Defense que agrupa a los grandes valores del sector perdió cerca del 7%, con bajadas de dos dígitos para la alemana Rheinmetall, la sueca Saab y la italiana Leonardo. Relativicemos el bajón: la industria de defensa ha ganado un 66% de valor bursátil en lo que va de año. Tampoco es que los inversores huyan en desbandada de unas empresas que recibirán en los próximos años una lluvia de cientos de miles de millones por el rearme europeo.
Dinamitadas las reglas del orden mundial, emerge una nueva forma de concebir los acuerdos internacionales: son un trágala de la potencia dominante, y más le vale a los derrotados conformarse con eso y adular al líder del planeta agradeciéndole sus esfuerzos, como exige Washington a todos sus interlocutores. Ha definido bien Lluís Bassets en este artículo el plan para Ucrania: “Para Putin todo son premios: Crimea y el Donbás, el territorio robado y el que está por robar todavía en manos de Ucrania, una amnistía para terminar con las órdenes de detención internacionales, el levantamiento de sanciones y el regreso triunfal al G-8. Putin no puede pedir más, ni Trump llegar más lejos”. La única esperanza para Kiev es lo que pueda modificar en ese texto Marco Rubio, el secretario de Estado, quien aparece como el único adulto en la habitación, aunque mantiene difíciles equilibrios: como ha escrito Macarena Vidal Liy, es “halcón en Venezuela y paloma en Ucrania”.
El plan para Ucrania no aspira a resolver el conflicto: simplemente lo congela. El territorio que ha perdido Kiev por una invasión injustificable se lo quedaría Rusia en cualquier caso, sea de iure o de facto; para colmo, la parte del Dombás que Ucrania defendió bien se convertiría en zona desmilitarizada. Zelenski o quien le suceda (se le reclaman elecciones en 100 días) no podría contar con la OTAN (excluida de la solución) y tendría que reducir su ejército. ¿Es esto una paz o una rendición? Peor aún, ¿es una traición a nuestro aliado? Y, sobre todo, ¿de verdad Europa podría quedarse tranquila de que no vendrán nuevas agresiones rusas en su flanco oriental? Recordemos que, en plenas negociaciones, arreciaba la guerra híbrida atribuida al Kremlin, esta vez con una ola de drones paralizando aeropuertos europeos y con un sabotaje ferroviario en Polonia.
Del mismo modo, el plan de Trump para Gaza, respaldado por el Consejo de Seguridad de la ONU, tampoco apunta a una solución del conflicto, porque el objetivo del Estado palestino apenas se menciona como una aspiración remota, e Israel ha dejado claro que nunca lo aceptaría (y hace todo lo que puede por destruir cualquier esperanza). Lo único que se ha solucionado, y es para celebrar, es la liberación de los rehenes de Hamás que quedaban vivos y de cientos de presos palestinos. Pero los gazatíes siguen confinados en un territorio disminuido, arrasado y hacinado, siguen pasando hambre y penalidades porque no entra la ayuda acordada, y ahora también pasan frío sin nada con lo que abrigarse. La única diferencia es que ya no son bombardeados todos los días, sino solo algunos días. Esto es mejor que la matanza diaria de decenas o centenares de civiles, por supuesto que sí. Un mal menor. Pero paz exactamente no es. Tampoco ha cambiado nada en Cisjordania, asediada por los colonos que ganan territorio y por los militares, y de la que no se dice una palabra en la hoja de ruta de Washington.
Puesto a resolver todos los conflictos, Trump aumenta el acoso sobre el régimen chavista de Venezuela, pero en este caso desconocemos por completo cuál es el plan. La Casa Blanca ha declarado “terrorista” a Maduro, ha autorizado operaciones encubiertas allí, acumula fuerzas militares en el Caribe y hunde barcos con personas a bordo por un supuesto narcotráfico cuyas pruebas, si existen, quedan en el fondo del mar. Los avisos de Washington sobre una acción aérea inminente han llevado a suspender sus operaciones a Iberia, Air Europa y Plus Ultra; a la primera de ellas se le ha retirado la licencia por Caracas como represalia.
La lógica llevaría a descartar una invasión al estilo clásico de Venezuela, porque suena muy insensato y podría convertirse en otro Vietnam, algo que suponemos que la Casa Blanca querrá evitar. Este país no es como el Panamá invadido por EE UU en 1989 para llevarse al dictador Manuel Noriega. Es mucho más extenso y poblado, su fuerza militar (y paramilitar) es mayor. Una operación exprés para llevarse detenido a Maduro, o para matarlo, sería un duro golpe al régimen, claro. Pero en absoluto garantizaría que se vaya a derrumbar la dictadura, ni que venga después una transición democrática. Trump ha lanzado mensajes contradictorios, pero parece estar abierto a una salida negociada de Maduro, incluso hablando directamente con él. Eso seria mejor que una intervención militar, sí. Podemos compartir que el líder chavista merece ser desalojado de su puesto. No por narco, sino por dictador, por represor, por robar unas elecciones. Y no así, no en una violación tan flagrante, otra más, del derecho internacional.
Lauren Benton, profesora de Historia en Yale, ha publicado el libro Lo llamaron paz. La violencia de los imperios (Crítica), en el que sostiene que las grandes potencias del último medio milenio siempre decían estar defendiendo la paz, aunque cometieran atrocidades. “Las destructivas guerras imperiales fueron el resultado de llamamientos para salvar a los súbditos, y las intervenciones compusieron un régimen global de violencia aguda en pequeños fragmentos repetitivos: un estado de menos-que-guerra y aún-no-paz”, escribe.
Gaza y Ucrania, y ya veremos si Venezuela, van camino de algo así como ese estado de menos-que-guerra y aún-no-paz. Por si sirve de consuelo, eso es preferible a contar miles de muertos. Pero no lo llamen paz, mucho menos justicia.
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