Adaptarse al cambio climático y que Dios reparta suerte
Estamos fracasando en los planes de mitigación fijados en el Acuerdo de París hace una década

Estamos fracasando en los planes de mitigación del cambio climático fijados en el Acuerdo de París hace una década. Pocos en la reciente COP30 en Belém, Brasil, lo reconocen en voz alta, pero las evidencias son incuestionables: las emisiones de CO₂ suben, en lugar de bajar, y se puede asegurar ya que en 2025 marcarán un nuevo máximo de una curva que, en vez de descender, continua al alza. En paralelo, los tres últimos años han sido los más cálidos desde que hay registros y pocos se atreven a negar que los fenómenos meteorológicos extremos vividos estos años en todo el Planeta asociados a este hecho, evidencian una escalada en intensidad y un incremento en frecuencia, causando un número creciente de daños y muertes.
En 2025 alcanzaremos ya ese 1,5 °C de temperatura media por encima de los niveles preindustriales que se marcaba como objetivo para 2030 en París y, todo apunta a que, de seguir todo como hasta ahora, a finales de siglo habremos superado, en mucho, esos temibles 2 °C fijados como tope hace una década, estando por encima de los 3 °C. Eso significará, más incidencias climáticas extremas, mayor desertización de la Tierra, subida del nivel de mar con inundación de islas y costas, afecciones a la salud por aumento de los niveles de contaminación. Para decir esto con convencimiento, no hace falta ser científico, ni fiarse plenamente de ellos. Es suficiente con observar lo que viene ocurriendo en estos últimos años y proyectarlo, agrandado, a los próximos.
No será la primera vez que el planeta Tierra atravesará por un período tan drástico de cambio climático. Pero sí es la primera que lo hará de manera tan rápida, con más de 8.000 millones de habitantes humanos a bordo que, además de sufridores, somos causantes de la alteración. Lo vemos venir, pero nadie hace lo suficiente por evitarlo: total, igual no ocurre, o no es tan grave y si lo es, lo peor les afectará a otros en el futuro inmediato que ninguno de los actuales dirigentes políticos o empresariales vivirá en primera persona. Recordemos que la Tierra sobrevivirá seguro, aunque con modificaciones sustanciales en su superficie, al cambio climático. La duda es si lo haremos los humanos, cuántos y donde. Las estimaciones de la ONU hablan de hasta 1.200 millones de personas desplazadas en 2050 y millones de muertes asociadas a las olas de calor, contaminación y eventos climáticos extremos que afectan a cosechas (hambre) y suministro de agua potable (sequía).
La COP30 de Belém ha evidenciado todo eso: La bajada de brazos que se ha producido en la lucha contra el cambio climático con tres detalles fundamentales: la ausencia de EE UU y la baja presencia de China (los mayores contaminadores y, a la vez, con mayores recursos económicos); la división larvada con que ha asistido la UE (el PP español votó en el Europarlamento con los negacionistas, en contra de los objetivos de reducción de emisiones) y la abrumadora presencia de lobbies al servicio de las empresas (y países) que tratan y ganan dinero con esos productos del carbono (petróleo, gasolina, gas…) cuya producción y uso se pretende reducir hasta cero en la lucha contra el cambio climático produciendo una radical transformación en sus cuentas de resultados. Nunca habíamos visto actuar con tanto descaro a quienes se oponen a las medidas de mitigación del cambio climático mediante la descarbonización escalonada de la sociedad, bien sea por interés económico o por convicción ideológica ligada a ese negacionismo de la modernidad (ciencia y razón) que caracteriza a la nueva extrema derecha en claro ascenso de poder e influencia mundial.
Declaraciones, compromisos, planes... son fáciles de firmar. Pero si no se cumplen, no sirven de nada. Y hay tres realidades incuestionables que avalan como crece la distancia entre lo dicho y lo hecho: uno, la política climática se fractura, en contra de esa imprescindible acción conjunta multilateral. China e India van por libre y EE UU abandona los Acuerdos de París, es decir, los causantes de casi el 50% de las emisiones globales, se autoexcluyen de esa lucha conjunta; dos, de cumplirse todos los planes nacionales presentados, las emisiones se reducirían en 2035 un tercio de lo necesario para mantenernos por debajo de los 2 ºC; y tres, los compromisos financieros de los países desarrollados para ayudar a que el Sur Global implemente su transición energética y los planes de adaptación, se están incumpliendo flagrantemente. Este último punto, reclamado por los países en desarrollo agrupados en el G-77 ni siquiera ha sido objeto de debate preferente en esta COP30.
No todo es, por tanto, responsabilidad del auge de los negacionistas subidos a lomos de la desinformación y empujados por la nueva extrema derecha mundial con Trump a la cabeza. Aquellos Gobiernos, como el español, que no son ni lo uno, ni lo otro, tampoco están haciendo todo lo necesario para luchar contra el cambio climático al no cumplir los compromisos adquiridos, al ritmo necesario. Y esto plantea dos reflexiones y una conclusión: en una batalla que solo se puede ganar si vamos todos los países y sectores económicos de la mano, ¿tiene sentido apretarse el cinturón unos pocos, si los demás no lo hacen?; segunda reflexión, descarbonizar el planeta a la velocidad requerido, como se está viendo, resulta mucho más difícil de lo previsto porque genera poderosos perdedores que se resisten e implica cambios drásticos en todos los ámbitos de la vida social y económica: ¿tiene sentido abordarlo sin tener prevista la adecuada compensación a los damnificados? ¿Es suficiente con la evidencia científica?
Conclusión: hay que priorizar las políticas de adaptación al cambio climático, ya que no estamos siendo capaces de mitigarlo en grado suficiente. Asumir lo inevitable, dada la realidad evidenciada en la COP30, y prepararnos para ello con el objetivo de minimizar daños materiales y en vidas humanas, parece lo único prudente. Si no estamos siendo capaces de luchar contra el cambio climático, por lo menos, preparémonos para minimizar sus efectos.

