Las claves: la independencia de los bancos centrales, frente a unos Gobiernos endeudados
Los países prefieren que sea la inflación la que se vaya comiendo poco a poco la deuda


Christine Lagarde, presidenta del BCE, lanzó el domingo un esperable cable a su colega de la Reserva Federal, Jerome Powell, ante las intromisiones de Donald Trump en la política monetaria. Hace bien Lagarde en defender su negociado, sobre todo en un entorno de deudas soberanas disparadas, en el que los Gobiernos harán lo posible, de forma implícita, explícita, o incluso insultante, como en el caso del republicano, por conseguir que los bancos centrales aguanten los tipos lo más bajos posible, para pagar menos intereses. Como hicieron al principio de la crisis inflacionaria pospandémica, por cierto; aunque entonces lo atribuyeron a un exceso de confianza en que las aguas volverían a su cauce.
Los Gobiernos occidentales, incapaces de reducir el gasto público, prefieren que sea la inflación la que se vaya comiendo poco a poco la deuda. Aunque los electores acaban culpándoles a ellos de la subida de los precios, a veces pueden ganar tiempo echando la culpa al cambio climático, a Putin o a Donald Trump. Y es verdad que la transición verde, la ruptura del suministro energético ruso y los aranceles hacen subir los precios. Pero, de paso, va reduciendo el valor real de la deuda.
La marea de los pisos turísticos parece haber llegado a su máximo
Málaga, Alicante, Madrid, Barcelona y Sevilla son las cinco ciudades españolas con mayor densidad de pisos turísticos. Sus ayuntamientos están frenando su proliferación, al tiempo que promueven las plazas hoteleras. Es verdad que los turistas que se alojan en hoteles también generan presión sobre los servicios urbanos, pero la perturbación que provocan es inferior a la de quienes se alojan en pisos rodeados de simples vecinos. La marea parece estar a la baja, aunque los alcaldes hayan arrastrado los pies, esperando a que el agua llegara casi a ahogar la convivencia social.
El café, un ejemplo inicial de los efectos de los aranceles en el comercio mundial
“Ojalá que llueva café en el campo”, cantaba Juan Luis Guerra. El café es una de las principales víctimas de la guerra arancelaria de EE UU, que se ha cebado especialmente con Brasil, con un 30%. Los importadores estadounidenses prefieren ahora el colombiano, de mayor calidad, y cuyo precio ya es similar. Los consumidores del país aún no lo han notado, pero quizá cuando lo hagan se planteen pasarse a la Coca-cola o a otras bebidas estimulantes, si es eso lo que buscan. Los exportadores brasileños tendrán que bajar los precios para colocar en lo posible una producción prevista para otro entorno muy distinto.
La consecuencia a medio plazo, en todo caso, es que bajará el consumo, hasta que se equilibre la oferta con la demanda.
La frase del día
Hemos encontrado el equilibrio adecuado [tras vender la mitad de las inversiones en Israel del fondo soberano noruego]. El sistema funciona. Es posible conciliar la capacidad de ser un gran fondo soberano con unas directrices éticasJens Stoltenberg, ministro de Economía de Noruega
Musk sale de su refugio en X para volver al ataque contra su enemigo favorito
Elon Musk está más tranquilo últimamente, tuiteando solo cosas de Grok, la inteligencia artificial X: generalmente, dibujos estilo manga de chicas jóvenes con poca ropa. Ya no se mete en política, que da muchos disgustos. Eso sí, sigue peleándose de vez en cuando con su enemigo íntimo, Sam Altman, de OpenAI. Esta vez denuncia que Apple beneficia a ChatGPT en la App Store. Es un clásico en las relaciones olipolísticas de los gigantes del software y el hardware: dar prioridad en los dispositivos a los programas propios, o de un socio en concreto. En tiempos de internet y de tantas opciones, parecería que la libertad de elección es infinita. En la práctica, el usuario es perezoso y se suele conformar con lo que le ofrecen, sobre todo si no tiene muy clara la diferencia.

