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Breakingviews
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La gran reforma de Trump encoge el futuro energético de Estados Unidos

El auge de la IA, los robots y los coches de batería ha interrumpido una calma de más de una década

Un hecho domina la economía estadounidense: necesita más energía. Tras un largo periodo en el que la demanda de electrones se estancó, ahora está aumentando de nuevo. Más allá de los gigantescos centros de datos esenciales para la IA, el auge de la tecnología de las baterías, los robots de fábrica y demás significa que todo, desde el transporte hasta la producción industrial, estará cada vez más electrificado. Este auge ha sido alimentado, en gran parte, por energías renovables como la solar y la eólica. Sin embargo, la recientemente aprobada “ley grande y bonita” del presidente Donald Trump puede echar por tierra la construcción de una enorme cantidad de energía verde que parecía que se iba a levantar con la política anterior, equivalente en capacidad a todas las centrales nucleares del país. Tratar de sustituir los combustibles fósiles o la división del átomo es poco práctico y caro.

La ralentización del crecimiento demográfico, el aumento de la eficiencia y un par de recesiones en la década de 2000 detuvieron la expansión de la generación de electricidad en economías desarrolladas como EE UU y la Unión Europea, que antes era constante.

Eso se ha acabado. Las industrias más prometedoras en cuanto a transformación (IA, vehículos autónomos, robots) son grandes consumidoras de electricidad. La demanda aumenta en torno a un 2% anual y se prevé que aumente un 50% en 2050, según la Asociación Nacional de Fabricantes Eléctricos. No satisfacer un crecimiento sustancial puede ser desastroso y provocar apagones.

Los proveedores de energía, los reguladores y los inversores se apresuran a hacerlo. La inversión agregada de 47 empresas eléctricas estadounidenses debería alcanzar los 212.000 millones de dólares este año, según S&P Global. Es un 50% más que en 2022 y se espera que siga aumentando.

Este atracón se vio alimentado no solo por el gran apetito de empresas como OpenAI, desarrollador de ChatGPT, cuyo proyecto Stargate pretende construir centros de datos que consuman tanta energía como unos 8 millones de hogares, sino también por la intervención del Gobierno. La Ley de Reducción de la Inflación, aprobada en 2022 bajo la presidencia de Joe Biden, ofrecía créditos fiscales para la construcción de sistemas de generación y almacenamiento de electricidad sin emisiones de carbono, así como para la producción nacional de paneles solares, baterías, turbinas eólicas y componentes para centrales nucleares y geotérmicas. Se trataba de ayudas sustanciales: los nuevos parques solares, por ejemplo, recibían créditos por valor de hasta el 30% de la inversión necesaria o subvenciones por vatio de energía generada.

A su vez, esto dio lugar a un auge de la fabricación, con un aumento de las inversiones en tecnologías limpias que se quintuplicaron hasta alcanzar los 33.000 millones de dólares anuales, según Clean Investment Monitor. Gran parte de esta inversión se destinó a un sector que va a exigir aún más a la red: los vehículos eléctricos.

En última instancia, aunque EE UU es un colosal extractor de combustibles fósiles, muchos de estos electrones extra proceden del sol o de la brisa. La Administración estadounidense calcula que más de la mitad de toda la generación a escala comercial añadida este año será solar, mientras que otro 12% procederá de la eólica. Con subvenciones, son la fuente más barata de nueva generación para las empresas eléctricas y sus clientes, según Lazard. La legislación de impuestos y gastos firmada por Trump echa por tierra gran parte de este apoyo. Las subvenciones se mantienen, de momento, pero se recortarán años antes de su vencimiento previsto, a partir del año que viene. Es cierto que se mantienen las destinadas a la energía nuclear, la geotérmica y las baterías, pero la solar es la que más crece en la red y se verá afectada.

Más allá de los recortes del gasto, la imprevisible aplicación de la normativa puede obstaculizar la inversión. La Casa Blanca ha prometido nuevas restricciones a la energía verde. El hecho de que un proyecto pueda considerarse iniciado antes de la fecha límite para la concesión de subvenciones está sujeto a interpretación. Las restricciones comerciales pueden ser muy duras: basta con ver las baterías, que a partir de 2026 dejarán de ser subvencionables si más del 45% de su contenido procede de China. La República Popular es el principal proveedor mundial. Esto es especialmente importante porque el almacenamiento de energía es un complemento crucial para las renovables intermitentes, que menguan cuando se pone el sol o se calma el viento. Según la EIA, se espera que las empresas de servicios públicos estadounidenses añadan 18 gigavatios de baterías en 2025, lo que equivale, en el pico de descarga, a unos 18 reactores nucleares y supera en un 80% la suma de 2024.

La alternativa podría parecer sencilla: construir nueva generación de gas natural en su lugar. Aunque es más costosa que la solar en la mayoría de los lugares, es consistente. El inconveniente es que, si estás en la cola para montar una nueva planta, tendrás que esperar hasta 2030 o más tarde. Los fabricantes de turbinas de gas, un componente esencial, dicen que están agotadas. Incluso cuando estén disponibles, la elevada demanda ha hecho subir los precios, así como el coste de la mano de obra para instalarlas. La empresa NextEra Energy (NEE.N) declaró este año que el coste de construcción de nuevas centrales de gas se ha triplicado en los últimos tres años.

La energía nuclear –una de las primeras favoritas de tecnólogos como Sam Altman, jefe de OpenAI– promete lo último en energía estable sin interrupciones. Sin embargo, es excepcionalmente cara, propensa a sobrecostes espectaculares y tarda años en construirse, incluso sin tener en cuenta los inevitables retrasos. Otras fuentes, como la geotérmica, son demasiado especulativas a una escala significativa.

Lo que todo esto significa es que los productores de energía, ante la escasez de subvenciones, probablemente se limitarán a construir menos. Por tanto, las centrales de combustibles fósiles existentes se explotarán más, lo que significa emplear tecnologías más antiguas con costes marginales más elevados.

Según el Proyecto REPEAT de la Universidad de Princeton, esto supondrá la pérdida de 820 teravatios-hora de nueva generación para 2035, más que toda la capacidad nuclear actual, lo que costará a consumidores y empresas unos 50.000 millones de dólares en facturas más altas durante ese periodo. Lo que se ha hecho puede deshacerse, y esto no es inamovible. Por ahora, sin embargo, EE UU va a quemar más y construir menos.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Pierre Lomba Leblanc, es responsabilidad de CincoDías.

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