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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El cóctel de riesgos tiene un nuevo, y explosivo, ingrediente

El termómetro del impacto del conflicto de Oriente Próximo es el precio del petróleo

Una columna de humo sale del depósito de petróleo de Shahran, en Teherán, en un ataque del que Irán culpa a Israel, el 16 de junio.
CINCO DÍAS

Obviando consideraciones legales o morales que, todo sea dicho, nunca han sido la brújula de las decisiones en Oriente Próximo, la entrada de Estados Unidos en el conflicto entre Irán e Israel supone regar con gasolina un fuego que ya ardía, difícil de controlar. No por las características del conflicto, muy desigual antes del domingo, sino por sus complicadísimas ramificaciones geopolíticas y económicas, íntimamente relacionadas con las primeras.

El termómetro de estos riesgos es el precio del petróleo. Hasta este domingo, el barril se había encarecido 15 dólares en mes y medio, un 25%, y 11 desde las jornadas previas al ataque israelí. Una subida más paulatina que violentas y que, al verse acompañada de los máximos de la Bolsam deja una sensación en los mercados de tensa calma, si no de una flema rayana en la complacencia.

Baste como ejemplo la sesión de ayer, en la que el ataque de misiles iranís contra una base militar estadoundiense en un tercer país se interpretó, en términos del mercado petrolero, como una señal de distensión o alivio. En cualquier otro momento de la historia, habría generado una noche sin dormir en los departamentos de trading de materias primas. El mercado, por contra, opera con la lógica de que, por un lado, el precio del petróleo ya incorporaba una prima geopolítica (la subida del último mes y medio) y, por otro, que Teherán ha optado por una respuesta que no afecta a la infraestructura o el tráfico de petróleo en el Golfo Pérsico.

El temido cierre de Ormuz, particularmente dañino para China, es el peor escenario y al mercado le parece menos palusible. Pero el resto de las alternativas no son cómodas. La interrupción de las exportaciones iraníes sacaría del mercado casi dos billones de barriles diarios. Y eso sin contar posibles ataques futuros a la infraestructura energética o interrupciones puntuales del tránsito de petroleros en el Golfo.

Más allá del corto plazo, los precios de la energía dependerán de unos acontecimientos difícilmente previsibles, entre los que apenas hay una salida sencilla. La historia enseña que lo único fácil de una guerra es empezarla, y lo más complicado de todo, terminarla, especialmente en Oriente Próximo. Un día es poco tiempo como para sacar conclusiones sobre lo que deparará el futuro, pero la extensión del conflicto a, al menos, dos nuevos países, sugiere que el balance de riesgos se ha inclinado hacia la inestabilidad.

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