Ir al contenido
_
_
_
_
Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La edad biológica, el nuevo símbolo de estatus

La juventud no es solo belleza, es rendimiento, productividad y capacidad de adaptación, y eso se ha convertido en una nueva forma de diferenciación social

Henry Kissinger, que fue secretario de Estado de EE UU, en 2018, en un funeral por John McCain, en Washington.

Hace ya muchos años que el coche dejó de ser un símbolo de estatus social. Lo que era un símbolo de haber mejorado económica y socialmente se hizo más accesible a todas las capas de la sociedad y ni siquiera tener el último modelo era algo que pudiese marcar la diferencia.

Lo mismo ha pasado con otros objetos físicos, como el teléfono móvil. Lo que nos parece hoy un objeto imprescindible, que hasta genera ansiedad si nos lo olvidamos en casa, era todo un lujo a finales de los 80, cuando solo algunos podían sacar de sus maletines grandes y pesados aparatos que el resto de los mortales imaginábamos que utilizaban para comprar y vender en Bolsa, o para manejar el destino de la humanidad.

El tiempo y las costumbres fueron variando y se dejó de tener tanto apego por lo físico, para movernos en un entorno experiencial. Las redes sociales ayudaron muchísimo, porque ahora podías contar dónde ibas de vacaciones. Una villa en la Toscana o un retiro de yoga en Bali se convirtieron en una forma de mostrarle al mundo que tenías acceso a planes con los que otros solo podían soñar.

Pero hoy, en la tercera década del siglo XXI, el objeto de deseo ha mutado. El nuevo símbolo de estatus no es un dispositivo ni una propiedad, sino algo más intangible y profundamente humano: la edad biológica. O mejor dicho, la capacidad de aparentar y vivir como si tuvieras menos años de los que marca tu documento de identidad.

La revolución de la longevidad

La diferencia entre la edad cronológica y la edad biológica –es decir, el verdadero estado de envejecimiento de tu cuerpo y tus células– ha dejado de ser un concepto reservado para laboratorios y papers científicos. Gracias al auge de la medicina preventiva, el biohacking, la genómica personalizada y el monitoreo constante de biomarcadores, ahora cualquiera con recursos puede saber cuántos años reales tiene su cuerpo. Y tomar medidas para influir en ello.

Esto ha dado paso a un mercado multimillonario donde confluyen ciencia, lujo y bienestar. Un nuevo olimpo para aquellos que pueden pagarlo. Empresas como Altos Labs, Calico o Human Longevity están invirtiendo en tecnologías que prometen ralentizar o incluso revertir el envejecimiento. Clínicas de élite ofrecen planes personalizados de longevidad que combinan terapia génica, dietas optimizadas, protocolos de ayuno intermitente, infusiones intravenosas de nutrientes y sesiones de crioterapia. No se trata ya de vivir más, sino de vivir mejor... y contarlo.

Mostrar una edad biológica más baja que la cronológica se ha convertido en una nueva forma de diferenciación social. En redes sociales, ejecutivos y celebrities publican orgullosamente sus resultados de test de longevidad, igual que antes presumían de relojes suizos o vuelos privados. En ciertos círculos de Silicon Valley o en foros de élite como Davos, hablar de tu dieta de restricción calórica, tu plan de suplementos o tu rutina de estimulación mitocondrial no solo es habitual, sino deseable.

La tendencia no es solo estética. Representa también un acceso privilegiado a un futuro en el que envejecer podría dejar de ser una condena inevitable. Para quienes están dentro de este nuevo club, la vejez no será una etapa de declive, sino una fase más, optimizada y vigilada al milímetro, en la que el deterioro puede ser gestionado, retrasado o incluso corregido.

La obsesión por mantenernos jóvenes

Pero... ¿por qué nos obsesiona tanto mantenernos jóvenes? Las respuestas son muchas, pero una clave está en la combinación entre miedo y esperanza. Tememos la enfermedad, la pérdida de capacidades, la muerte. Pero también nos seduce la posibilidad de alargar una vida que, gracias a los avances tecnológicos, parece cada vez más llena de oportunidades.

En un mundo donde la inteligencia artificial redefine el trabajo, donde los límites entre cuerpo y máquina se difuminan, y donde podríamos cambiar de carrera a los 50 o emprender una nueva vida a los 70, conservar la energía, la claridad mental y la movilidad física se vuelve un requisito casi funcional.

Hay ejemplos claros. A los 100 años, Henry Kissinger, ex secretario de Estado de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, se convirtió en un experto en inteligencia artificial, esa tecnología que asusta hoy a muchos de los que rondan los 50 años. El que ya es considerado como uno de los mejores estadistas de su tiempo, tuvo tiempo de escribir un ensayo y dos libros sobre la materia, prueba de que su edad real no encajaba con la de su DNI.

Y es que la juventud no es solo belleza. Es rendimiento, productividad y capacidad de adaptación. Hoy, este fenómeno se manifiesta de forma más clara en las élites económicas, pero, como pasó con los coches, los móviles y las vacaciones en Tailandia, sus efectos se extenderán al resto de la sociedad.

El culto a la juventud no es nuevo, pero hoy toma una nueva forma. En esta era posmaterial, donde los objetos ya no impresionan tanto como la vitalidad que proyectamos, la edad biológica se erige como el último gran símbolo de estatus. Un indicador que mezcla ciencia de vanguardia, marketing del bienestar y aspiraciones profundamente humanas.

Al fin y al cabo, ¿quién no querría tener 50 y vivir como si tuviera 35? En este escenario acelerado, donde las prisas y la velocidad gobiernan nuestro día a día, el verdadero lujo es poder vivir con calma. Y, si eso no es posible, por lo menos, aparentarlo.

Alicia Richart es consejera en IA

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_
_