Acuerdos entre dos aguas y sin salvavidas social
Aparentar que se es el Gobierno más progresista de la historia es una constante existencial que ha sido cuestionada, otra vez, desde el último informe de la Comisión

Aparentar. En eso se resume la política en el populismo. Hacer creer a los votantes aquello que están dispuestos a creer, aunque no se corresponda ni con los actos, ni con los hechos, ni con la realidad, tres categorías líquidas que se han difuminado en esta posmodernidad. Trump como paradigma, pero también lo encontramos en el terreno patrio (y en Waterloo).
Incrementar, o no, el gasto militar y reforzar, o no, la industria de defensa. Primer ejemplo. El presidente Sánchez ha dicho a los suyos que él no ha cambiado de opinión sobre el asunto, sino que han cambiado las circunstancias. Y tiene razón. En el orden mundial, nada se parece a lo que existía, ni a lo que pensábamos que iba a pasar hace, tan solo, una década: guerra en Ucrania, liderazgo chino, nacionalismo trumpista y soledad/debilidad europea como pruebas.
Los viejos compromisos incumplidos (alcanzar el 2% del PIB en defensa) pasan a ser cuestión de supervivencia en libertad para la UE. Y cuando hacerlo, abre una pelea de patio de colegio con los infantilizados aliados de Gobierno y coloca de perfil al primer partido de la oposición que también incumplió estos compromisos en el pasado, Sánchez hace que hace, aparenta. Por un lado, inicia una contabilidad creativa para hinchar, aparentemente, lo que se contabiliza como gasto en defensa (“tranqui, Yolanda que apenas gasto más, solo lo cuento de otra manera”) y, por otro, (¡bendito Marlaska!) aprovecho un asunto menor para dar a los socios un éxito que, bien agitado ante las televisiones, hace olvidar los 10.000 millones de euros que rebaño de unos Presupuestos prorrogados, para aparentar ante mis socios extranjeros que gasto más en defensa que es, de verdad, lo que habría que hacer y España necesita, pero disimulando que el Gobierno no tiene fuerza parlamentaria para aprobarlo. Quizá con un acuerdo con el PP, podríamos empezar a hacer lo que hace falta hacer en un asunto de esta importancia en el que nos jugamos nuestra libertad y no caben aficionados.
Aparentar que el presidente Sánchez se ha vuelto “prochino” irredento aprovechando un viaje oficial programado con antelación ha sido parte del manual para crédulos de la oposición popular. Utilizando nuestra abstención en Bruselas cuando se votó el arancel al coche eléctrico chino (a cambio de una inversión en España muy interesante) y los vínculos entre el Presidente Zapatero (aparente asesor áulico de Sánchez) y un importante lobby internacional chino. Se evita, con ello, debatir dos de las cuestiones actuales de mayor transcendencia hoy para la UE y, por tanto, para España: cómo cambia el tablero mundial después del ataque generalizado realizado por Trump (¿seguimos estando en el mismo lado de la historia con este EE UU?) y, dada nuestro elevado nivel de dependencia de China en asuntos estratégicos y el “abandono” en el que nos ha sumido Trump, ¿Qué margen real tenemos los europeos de reforzar nuestra autonomía estratégica, frente al poder chino? El repliegue de Trump, empeñado en aislar a EE.UU. del resto del mundo, ¿no deja un espacio para que Europa se alinee con una nueva reordenación del mundo de la que no se puede dejar fuera a China? Sin olvidar el asunto esencial de la defensa de la libertad y la democracia, estos son temas importantes para los que me gustaría conocer propuestas de Feijóo y no solo eslóganes contra Sánchez, aparentando que hace oposición.
Aparentar que se es el Gobierno más progresista de la historia es una constante existencial que ha sido cuestionada, otra vez, desde el último informe de la Comisión sobre la Europa social. No es solo que España es el país donde los márgenes de beneficio empresarial son mayores, lo que significa que la desigualdad social es alta y la renta per cápita sigue alejada de la media europea, sino que, a pesar de algunas mejorías vinculadas al buen ciclo económico, seguimos estando vergonzosamente a la cola en asuntos como: porcentaje de población en riesgo de pobreza, parados de larga duración y jóvenes que ni estudian, ni trabajan y aumento de trabajadores pobres, más un asunto tremendo: el impacto redistributivo de las medidas existentes es escaso, sobre todo, frente a la pobreza infantil (¿en qué cajón descansa la prestación universal por crianza que tanta falta hace?). En palabras de la Comisión, afrontamos grandes riesgos potenciales para nuestra convergencia social con Europa. Asuntos, todos ellos, en los que haría falta, para superarlos, grandes acuerdos institucionales y sociales.
He defendido, no solo hoy, ni solo aquí, la necesidad de romper la actual polarización populista y volver a un esquema partidista democrático donde hay cosas para confrontar y cosas para acordar. Si la democracia no es efectiva a la hora de resolver los problemas de los ciudadanos, crece el desapego hacia ella y los autoritarismos “a la Trump” o “a la Putin” recogen atractivo, sobre todo entre los jóvenes. Defiendo, pues la necesidad de pactos, por defensa de la democracia, pero, también, por pragmatismo dado el reparto institucional de competencias que tenemos en España entre niveles administrativos gobernados por partidos distintos. Y parece que cada vez hay más españoles, como yo, hartos de un concepto de la política binario en el que solo tienen cabida el insulto, la mentira y la confrontación y que manifiestan su convicción sobre la bondad de un juego político democrático que incluya, como normal, tanto la discrepancia, como el acuerdo. Y que, de paso, quite protagonismo mediático a minorías muy minoritarias, cuya única fuerza es el chantaje permanente que hacen, a cambio de sus votos.
En ese sentido, me reconforta una Encuesta de Clúster 17 realizada en abril para la empresa de incidencia pública, beBartlet, según la cual un 69% de españoles creen que en el actual contexto global “PP y PSOE deberían llegar a más acuerdos”. Opinión compartida por una inmensa mayoría de votantes de ambos partidos, mayores de 25 años. Igual los tiempos están cambiando.
Jordi Sevilla es economista.
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