Los bancos centrales añaden oro, y más leña, al fuego
Si las autoridades monetarias son las primeras en pertrecharse, ¿en quién pueden confiar los esforzados ciudadanos?

“El oro es dinero, todo lo demás es crédito”, afirmó JP Morgan durante su testimonio ante el Congreso de Estados Unidos, específicamente ante el subcomité de banca y moneda del congreso conocido como el Pujo Comittee, que investigaba al calificado entonces como “trust del dinero”. Estos días somos testigos de esa máxima que atribuye al oro la cualidad de refugio seguro del dinero. El metal dorado superó el 22 de abril el umbral de los 3.500 dólares, y acumula una revalorización superior al 20% en lo que va de año impulsado por la percepción de una fuerte inestabilidad que ha sido generada por una errática política económica en Estados Unidos. Pero además de la guerra comercial y las expectativas de recortes en los tipos de interés de la Reserva Federal, la compra de oro de los bancos centrales desde hace un año dispara su precio. Según el Consejo Mundial del Oro, en 2024 los bancos centrales compraron 1.136 toneladas de oro, la mayor cantidad registrada en décadas, sobre todo China, Rusia e India, que prefieren más reservas de oro que de dólares.
Los bancos centrales compran oro para preservar la riqueza nacional frente a diversos riesgos económicos; y cuando realizan grandes compras, pueden hacer subir los precios mundiales al reducir la oferta disponible de este mineral, y señalarlo como el activo estratégico más seguro. El instinto del miedo, viejo conocido en los mercados, provoca acudir a ese refugio. Otra señal en sentido parecido se ve en los bonos americanos, cuyos rendimientos acaban de registrar en marzo y abril su mayor movimiento en décadas. El bono a 10 años pasó del 3,86% a más del 4,5% en solo tres días, su mayor salto en tan poco tiempo desde 1982. El rendimiento a 30 años se disparó 54 puntos básicos en ese mismo período: subía su rentabilidad y caía su precio, evidencia de que se empieza a cuestionar la credibilidad fiscal de Estados Unidos, aunque todavía la demanda de Treasuries en las subastas supera por más del doble a la oferta.
La crisis financiera de 2008 provocó un incremento repentino del precio del oro de 730 dólares en octubre de ese año a 1.300 en el mismo mes de 2010. La crisis de la deuda soberana europea elevó los precios a 1.825 dólares a mediados de 2011. Recientemente la pandemia desencadenó otra subida. Después, la alta inflación mantuvo viva esta alza y la inestabilidad política tomó el relevo una vez que la inflación cayó desde los máximos de principios de 2020. Ahora ha llegado a 3.004,86 dólares y va camino de los 3.500 dólares.
Esta aguda divergencia entre Bolsa y oro solo se ha producido en la historia en tres ocasiones: en 1931, cuando el mundo se hundía en la Gran Depresión, el desempleo se disparó al 25%, el PIB se desplomó un 36% y el mercado bursátil cayó un 86% desde su máximo. Entonces se perdieron los ahorros de toda una vida. En 1971 Estados Unidos abandonó el patrón oro y ello fue seguido de estanflación, crisis petrolera, un dólar en caída y un mercado bursátil que tardó más de dos décadas en alcanzar un nuevo máximo ajustado a la inflación. Y volvió a suceder en 2002, al gestarse la Gran Recesión una vez que estalló la burbuja de las puntocom.
Las similitudes actuales con aquellos entonces incluyen una inflación persistente por encima del objetivo del 2% de la Reserva Federal, valoraciones de acciones históricamente altas y crecientes preocupaciones sobre la estabilidad monetaria a largo plazo en medio de déficits gubernamentales gigantes. La perspectiva de desaceleración o recesión económica ha aumentado el interés en activos refugio. Como el mercado de bonos no es suficiente refugio ante Estados fuertemente endeudados, políticamente nerviosos y bancos centrales acumulando oro, el estado de ánimo de los ciudadanos (los animal spirits de Keynes) que circula por los mercados está bastante alterado.
La relación media entre el oro y el S&P 500 ha caído aproximadamente 1,9 veces, es decir, se necesitarían esas onzas de oro para comprar el índice. En diciembre de 2024 era de 2,3, y de 2,5 veces en febrero de 2025. En otros términos, la relación entre el S&P 500 y el oro, una medida clave del flujo de capital y la transición económica, acaba de romper por debajo de su promedio móvil de 10 años. En las tres ocasiones señaladas en que la Bolsa se desplomó y el oro se revalorizó, las consecuencias fueron nefastas. No obstante, el contexto actual es muy diferente: EE UU posee 8.133,46 toneladas de oro en sus reservas, el doble que Alemania y 4 veces más que Italia. Este oro está valorado en la contabilidad del Estado a 42,22 dólares por onza, un precio que se fijó por ley en 1974 y no cambia. Al precio actual, esas 8.133,46 toneladas están infravaloradas (según Bloomberg, se acercaría a los 800.000 millones de dólares frente a los 11.000 millones actuales). Si Estados Unidos, con una deuda nacional de 36 billones y un déficit en 2024 de 1,8 billones, valorara sus reservas en oro a precios de mercado, como los demás, inyectaría miles de millones en activos en el balance del Tesoro. El secretario de Estado, Scott Bessent, lo ha descartado: ¿le cree el mercado?
Es también importante recordar a favor de la Bolsa que, al analizar el rendimiento del oro en un periodo más amplio y comparativo, la perspectiva cambia. Una inversión de 100 dólares en 1972 sería de 4.500 dólares en 2024, una rentabilidad asombrosa; pero si se comparara la inversión de esos 100 dólares en el S&P 500, habría superado los 18.500 dólares, rentabilidad mucho mayor. En cualquier caso, lo cierto es que la fortaleza del oro y la debilidad de la Bolsa respecto de ese metal, con una economía irreversiblemente conectada, es una señal de alerta. El recurso al oro como expresión de miedo colectivo conduce tanto a reaccionar de forma impulsiva, como a sustanciar las profecías autocumplidas: si la expectativa es que todo va a ir a peor, el dinero se pone a cubierto, se deja de invertir, la economía se estanca y eso hace que realmente todo vaya a peor.
Si los bancos centrales son los primeros en pertrecharse, inducen comportamientos de huida o bien pretenden sacar partido a la subida del oro, ¿en quién pueden confiar los esforzados ciudadanos? Seguramente la respuesta está en la frase que corre estos meses por los mercados para mayor escarnio del dólar: “In GOLD we trust”.
Carlos Balado es profesor de OBS Business School y director de Eurocofín

